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· Los bautistas y su música (36)

© 2024 Josep Marc Laporta

1-     Joseph W. Mefford y Lila Pritchard
2-    Los coritos

1- Joseph W. Mefford y Lila Pritchard

     Fue el 14 de enero de 1921 cuando en el estado de Colorado, en pleno Far West norteamericano, nació Joseph Wilson Mefford (1921-2005). Sus padres, Joseph y Helen, fueron descendientes de aquellas familias pioneras que emigraron hacia el Oeste en la época de la expansión. Hijo de granjeros y agricultores, Joseph Mefford pasó sus primeros años de vida en Timnathnom, donde los abuelos maternos de su padre constan como los fundadores de la población y colaboraron en la construcción del edificio de la única iglesia del lugar, de adscripción presbiteriana. Allí fue donde por primera vez «escuché los preciosos himnos que tanto han tenido que ver con mi vida», relataba Joe en 1998. Posteriormente, por un traslado familiar a Fort Collins empezó a asistir a una iglesia bautista invitado por el hijo del pastor. Y cuando aún era adolescente allí se produjo el suceso más trascendente de su vida: «una noche de domingo cantamos un himno muy popular en los Estados Unidos: The Old Rugged Cross (En el monte Calvario). Lo había cantado muchas veces, pero aquella noche el Señor tocó el corazón del chico de 14 años…, y aquel chico era yo. Por primera vez comprendí el significado de la cruz en la que Cristo murió. Y empecé mi peregrinación cristiana».

Unos años más tarde, tras acabar los cursos en la escuela superior de Fort Collins, inició los estudios en el Colorado State College of Agricultural and Mechanical Arts, pero después de dos años dejó la Universidad porque el país había entrado en la Segunda Guerra Mundial. A mediados de mayo de 1942 fue alistado como soldado durante cuatro años, un tiempo «en el que comprobé la dirección del Señor en mi vida». En medio de la milicia se casó con Lila M. Pritchard (1921-2012), una amiga del grupo de jóvenes de aquella iglesia bautista de Fort Collins; pero tras dos años de matrimonio tuvo que salir del país para ir a Europa. La guerra acabó en el mes de mayo de 1945 y «me enviaron como ayudante en la prisión de Nuremberg, Alemania, donde juzgaban los criminales nazis. Estuve en los juicios del Tribunal Internacional y escuché los horrores que contaban y se exponían. Precisamente fue en este periodo de seis meses que sentí en mi corazón que el Señor me llamaba a su ministerio».

Durante aquellos meses en Alemania, en Estados Unidos nació Sílvia Diane, la primogénita, mientras Joseph tuvo la oportunidad de servir como organista en la capilla de la prisión donde se acusaban a los nazis: «aún recuerdo oírlos cantar himnos como Ein feste Burg ist unser Gott (Castillo fuerte es nuestro Dios). Y pude observar muy de cerca el ministerio del capellán Gerike, del ejército americano, que estaba a cargo de aquellos prisioneros. El pastor Gerike consiguió que tres de aquellos criminales se arrepintieran de sus pecados (cosa que no habían podido hacer los tribunales) y que hiciesen profesión de fe en sus celdas. Aquel hombre de Dios dejó una impresión imborrable en mi vida».

Con uno de los presos que custodiaba en la prisión, que siempre se mostraba extremadamente educado y amable, tuvo una significativa experiencia. Cuando en su turno de acusado lo condujo a la sala del tribunal para ser juzgado, descubrió que detrás de aquella gran amabilidad y corrección había un largo historial de horrores. Los cargos que el tribunal presentó estaban repletos de atrocidades y crueldades, que el reo aceptó como ciertas. Joe Mefford, que estaba presente en la vista muy cerca del acusado, quedó profundamente consternado ante tal discordancia ética y moral. No podía ser que aquel hombre tan correcto y amable fuera el mismo que el que estaba siendo acusado de tanta ignominia. Sin embargo, ante la definitiva sentencia, al reo se le dio la opción de poder recibir una visita en su celda, solicitando que fuera un pastor. El encuentro fue una profunda catarsis, con sentidas lágrimas que ahogaron la voz del acusado ante las palabras de su interlocutor, quien le estaba presentando el valor supremo del sacrificio de Jesús por sus pecados y la oportunidad de reconciliarse con Dios. Entre grandes sollozos suplicó el perdón de Dios, de sus actos y de su vida. Pocos días más tarde, al ser trasladado al patíbulo donde sería ajusticiado en la horca, en el camino Joe pudo escuchar la conversación entre el pastor y el reo: «¿Nos veremos allí?». «Sí, allí nos veremos», le respondió Gerike.

Acabada la guerra y con las experiencias vividas y sentidas a flor de piel, Joe Mefford prosiguió con su preparación para el ministerio. Junto a su esposa Lila y la pequeña Silvia Diane, se trasladaron a Arkadelphia, Arkansas, donde estudió en la Universidad Bautista de Ouachita. Mientras estudiaba pastoreó por tres años la pequeña iglesia bautista de Shorewood Hills. Más tarde ingresó en el New Orleans Baptist Theological Seminary, en Louisiana, siendo al mismo tiempo pastor en la Osyka Baptist Church, Mississippi, con un especial ministerio entre niños y jóvenes. Pero cada vez que en el Seminario se enfatizaba sobre misiones, tanto Joseph como Lila sentían que el Señor los llamaba a ser misioneros.

El llamado y el objetivo cada vez más se hacía tangible mediante sucesos y acontecimientos que les formarían integralmente. Pocos años después, Joseph rememoraba una significativa anécdota en el Congreso Mundial Bautista que se celebró en Cleveland, Ohio, en 1950: «Una de las cosas más emocionantes entre las muchas buenas del Congreso fue la música. Hubo un gran coro de 5.000 voces que cantó como los ángeles… Pero me acuerdo de un momento en el Congreso: una noche cuando unos 25.000 bautistas esperábamos que empezara el programa y, sin tener director ni nada, empezó un grupo a cantar el corito: “Él vive, Él vive, hoy vive el Salvador; conmigo está y me guardará, mi amante Redentor; Él vive, Él vive, imparte salvación… Sé que Él viviendo está porque vive en mi corazón”; … y poco a poco los demás se unían, hasta que todos cantábamos este corito tan conocido, cada uno en su propia lengua. Fue un momento que jamás podré olvidar. Y yo pensaba…, pues éste es nuestro lema, que Él vive… y espontáneamente surgió este corito… la gran verdad: que Cristo vive, nuestro Salvador».

Los deseos misioneros del matrimonio Mefford pronto se concretaron. En mayo de 1953 fueron encomendados a las misiones por el Foreign Mission Board de la Convención Bautista del Sur. El acto se celebró en Richmond, Virginia. Pero cuando pensaban que iban a recalar en Nigeria, donde la Junta Bautista tenía una misión destacada, les comunicaron que en España la UEBE había solicitado tres parejas de misioneros, puesto que tras la partida de David Hughey y su esposa al Seminario Bautista de Rüschlikon no quedaba en el país ningún misionero.

El sueño de Joe y Lila se formalizó un 13 de septiembre de 1953 a las ocho de la mañana. La pareja y sus tres hijos –Silvia Diane, Tony Joe y Janie Lee– llegaron a Barcelona a bordo del barco Saturnia (siete años más tarde nacería Susana Alicia), junto a los también misioneros Roy y Joyce Wyatt. Dos meses antes lo habían hecho Charles y Nela Whitten. Tras un año de estudio del castellano en Barcelona, los Mefford se trasladaron a València, su primer destino en tierras españolas, y posteriormente a Barcelona, Alicante, Dénia... En medio de unos tiempos difíciles para las iglesias españolas, con la dictadura de Franco y las limitaciones en cuanto a libertad religiosa, José y Lila supieron adaptarse con fidelidad, entrega y loables aptitudes, vinculándose estrechamente con sus hermanos españoles, hasta el punto de que permanecieron entre ellos el resto de sus vidas.

El ministerio en el país fue, según palabras del propio José Mefford, «de lo más variado». Sirvió como pastor en nueve iglesias, habitualmente como interino; fue profesor de varias asignaturas en el Seminario, entre ellas la música; predicó por toda la geografía española; fue el primer presidente de la Misión Bautista Española; coordinó campamentos de verano en diferentes lugares; y también fue uno de los pioneros del ministerio radial con ‘Maravillosa Gracia’, un programa de quince minutos que se emitía desde Radio Montecarlo y para el que grababa coros y solistas de entre las iglesias. Aunque, sin lugar a duda, una de las constantes del ministerio fue la música, con los coritos que enseñaban a las congregaciones y los cantos especiales que entonaba el matrimonio. En los meses previos a la llegada a España, los jóvenes de la Osyka Baptist Church en Mississippi les habían regalado un acordeón para que les sirviera de instrumento misionero: «Mi acordeón fue el compañero fiel en muchas campañas, campamentos, etc. y de mucha utilidad. La música siempre ha estado una parte importante de nuestro trabajo. Me gustaría saber cuántas veces Lila y yo habremos cantado acompañados del acordeón himnos como ‘Oh, amor de Dios’, ‘Yo quisiera hablarte de amor de Cristo’, ‘Oh, Cordero celestial’, etc., y coritos… y más coritos». Seguidamente se puede escuchar versiones actuales de los himnos mencionados.

2- Los coritos

Son innumerables las veces que las crónicas de la época relatan el ministerio musical de los Mefford, con sus cánticos acompañados del acordeón. Unos eran especiales; es decir, himnos nuevos o que para ellos eran significativos, cantando para edificación espiritual de los creyentes asistentes. Y otros eran coritos, cantos comunitarios, más cortos, pegadizos y fáciles de aprender y entonar.

Corito es diminutivo de coro, por lo que este apelativo ilustra su brevedad y una cierta simplicidad estructural, pero con mensajes concisos y claros, así que no es de extrañar que estos estribillos fueran muy apreciados por los creyentes de las iglesias. Su historia se entronca con la tradición musical estadounidense, con los Gospel Songs de los Camp Meetings, las reuniones de campo que se hicieron muy populares en las zonas rurales a principios del siglo XIX. Las iglesias de aquellos tiempos estaban bastante dispersas geográficamente y, generalmente, los predicadores eran itinerantes, con dedicación parcial. Por ello, tras la siembra de nuevos cultivos o después de la recolección de las cosechas y al disponer de menos trabajo y más tiempo libre, en este periodo la gente viajaba a un lugar acordado previamente donde acamparían durante varios días para tener unos cultos denominados ‘de avivamiento’. Normalmente las reuniones eran interdenominacionales; se reunían metodistas, presbiterianos y también bautistas, con diversidades y mezclas raciales. El estilo de los Camp Meetings también tuvo un gran impacto en la música de los avivamientos urbanos durante el siglo XIX. Si bien la música en las iglesias rurales tendía a ser algo más ordenada y estructurada que la de los Camp Meetings, el patrón tenía ciertas similitudes: simplicidad de texto, cantos que apelaban a inconversos o descarriados y una forma de simple estribillo o coro. Entre los Gospel Songs de los Camp Meetings y los cantos de las Escuelas Dominicales –la Sunday’s School–, poco a poco la música eclesial incorporó elementos más emotivos que reflexivos, con supremacía de la oralidad respecto al discurso letrado, y de la espontaneidad a la formalidad litúrgica, tanto del espacio como del tiempo.

A ciencia cierta no se puede apuntar con exactitud a una fecha concreta para establecer el origen de los coritos. Pero tomando como referencia los Gospel Songs de los Camp Meetings, su gestación podría vincularse a los Movimientos de Santidad (Holiness Movement) en Estados Unidos a finales del siglo XIX, prácticamente coincidiendo con la aparición del pentecostalismo a principios del XX. Aquellos cantos llenos de espiritualidad y fervor eran un medio de expresión de una fe más vivencial e inmediata, y también un medio de evangelización más directo. El pastor norteamericano Charles Alexander (1867-1920) sería un destacado popularizador del uso de estos cánticos en las campañas evangelísticas al aire libre, con un formato himnológico más escueto, un contenido menos plenario, con frases repetidas varias veces y una estructura melódica muy simpática al oído, que por su brevedad y repetición captaba mejor la atención de los oyentes.

Si atendemos a que el pentacostalismo nace en la primera década del siglo XX, por una parte con el bautismo espiritual de un grupo de cristianos en el Bethel Bible College de Charles Fox Parham (1873-1929) en Kansas, en 1900; y, por otra, por el denominado avivamiento de Azusa Street en Los Ángeles en 1906, se puede admitir que los cantos cortos y emotivos de los Movimientos de Santidad del siglo XIX y los que entonaron los primeros pentecostales a principios del siglo tienen una estrecha relación simbiótica. Son concomitantes y simiente del devenir adoracional del futuro evangelicalismo. Una realidad patente a lo largo de la última centuria es que el pentacostalismo ha aportado al protestantismo un acortamiento de los cantos, tanto respecto a la duración como a la exposición tópica; aunque los nuevos tiempos y la cultura pop también han facilitado la constricción. No obstante, la espontaneidad y consecuente simplicidad a menudo es consonante con una alta pretensión experiencial del objeto a atesorar. En otros términos: un excesivo reduccionismo estético e ilustrado de los contenidos, inevitablemente tiende a desnudar la profundidad que aparenta sustentar. Todos estos cambios en el imaginario protestante llevaron a una reformulación de los formatos litúrgicos y a la forma de relacionarse con lo sagrado, de manera que la popularización de estos breves cantos aportó una notable diferenciación: los himnos pertenecían a la disposición jerárquica eclesial, mientras que los coritos eran propiedad de la comunidad de fieles. La aparente discordia la resolvió el paso del tiempo y los devenires socioeclesiógicos: los coritos se convirtieron en el prototipo de canto congregacional de las futuras generaciones, por lo general más breves, repetitivos y de menor intensidad teológica.

Pero un hecho a destacar es que la popular innovación que supusieron los coritos en las iglesias bautistas españolas a mediados del siglo XX fue, en cuanto a impacto, conceptualmente equivalente a la renovación adoracional y musical que advino hacia mediados de los años ochenta en las mismas congregaciones. Son sucesos concomitantes cuyos orígenes tienen reminiscencias pentecostales, por lo que se puede conjeturar que las congregaciones bautistas ya tuvieron a mediados del pasado siglo su primer encuentro con la renovación carismática, aunque sin percibirse como tal. La gran mayoría de los coritos que se cantaban en la década de los cincuenta y sesenta tenían trasfondo pentecostal, lo que indica una notable permeabilización de la denomminación mediante unos cantos informales que, en su haber, tenían la habilidad de resumir escuetamente algunos de los fundamentos bíblicos de la fe cristiana a modo de proclama. Coritos como ‘No hay Dios tan grande como Tú’ expresaban con acierto la supremacía de Dios: «no hay Dios que pueda hacer las obras como las que haces Tú». Y también el sustento bíblico: «No es con espada ni con ejército, mas con tu Santo Espíritu» (Zacarías 4:6). Otros cantos se afirmaban en el testimonio personal: «Sólo el poder de Dios puede cambiar tu ser, la prueba yo te doy, Él me ha cambiado a mí», concluyendo con una bíblica convicción: «nueva criatura soy, nueva soy» (2ª Corintios 5:17).

Uno de los cánticos más populares de aquellos años era Solamente en Cristo, solamente en Él, reproduciendo fielmente las palabras de Pedro en Hechos 4:12: «…la salvación se encuentra en Él, no hay otro nombre dado a los hombres…». Otros coritos narraban el futuro advenimiento del Salvador con suma precisión gráfica: «Cuán gloriosa será la mañana cuando venga Jesús, el Salvador […] No habrá necesidad de la luz el resplandor, ni el sol dará su luz ni tampoco su calor; allí llanto no habrá ni tristeza ni dolor, porque entonces Jesús, el Rey del cielo, para siempre será Consolador». Pero también se cantaban estribillos de algunos himnos como coritos: «En la cruz, en la cruz do primero vi la luz y las manchas de mi alma yo lavé…», canto cuya primera estrofa empieza con una afirmación de arrepentimiento: «Me hirió el pecado fui a Jesús». Otro ejemplo es Fija tus ojos en Cristo, con su primera estrofa: «Oh, alma cansada y turbada». Asimismo, el ya mencionado Él vive, Él vive, hoy vive el Salvador también entra dentro de este grupo de estribillos convertidos en coritos, sin necesariamente entonar todas las estrofas.

Los orígenes o aparición de los coritos en nuestro país son bastante inciertos. No podemos certificar con certeza de qué manera, en qué forma ni cuando nos llegaron, ni tampoco sabemos quién o quiénes los introdujeron. Aparentemente fueron diversas y múltiples circunstancias, básicamente por la influencia de las misiones foráneas en España y el trabajo evangelístico de los colportores. Una de las primeras referencias mejor documentada la encontramos en 1934 en el rotativo España Evangélica. El colportor Severiano Millos González (1872-1970) de Vigo se trasladó a la comercial y pintoresca villa de La Estrada para predicar y distribuir Evangelios, y «como la gente quería oír más, procuré enseñarles un coro, y pronto estaban cantando con nosotros, añadiéndose nueva gente al numeroso corro. Era el siguiente, que habla tan elocuentemente: ‘Perder los bienes es mucho, perder la salud es más, pero si pierdes el alma no la recobras jamás’.

El coro o el estribillo cantado en el colportoraje era una forma rápida y sencilla de compendiar en poco tiempo un mensaje claro y directo de salvación. Tanto se podía usar como reclamo a un acto evangelístico callejero o como iniciación o instrucción de la fe evangélica. Por lo general se usaban estribillos de himnos, independientes de las estrofas, aunque también observamos que algunos de aquellos coros podrían haber sido compuestos directamente en el campo de misión, al estilo de los predicadores estadounidenses en los Camp Meetings. De todos modos, los oyentes también participarían en la popularidad y divulgación de los coros en detrimento del contenido completo, puesto que la fácil y rápida memorística del estribillo facilitaría su retención y la subsiguiente transmisión.

Veinte años más tarde de aquella acción de Severiano Millos en 1934, en 1954 el hijo del pastor de la Iglesia Bautista de Madrid, Miguel Fernández Clemente (1931-), visitó la iglesia que se reunía en Vilafranca del Penedés, participando en la reunión de la Unión Bautista de Jóvenes. Según recoge el corresponsal vilafranquino, su presencia fue confortadora: «alentándonos a que siguiéramos adelante en la Obra del Señor; además nos enseñaron varios coritos muy bonitos». Años más tarde, en los cultos bautismales en su iglesia en Madrid, Miguel Fernández acostumbraba a iniciar algún corito apropiado después de cada inmersión de los bautizados. Por su estilo enérgico y decidido, y como director del coro de la iglesia que era, la congregación esperaba a oír su voz entonando las primeras notas para sumarse con gozo.

Pocos meses después de esta visita madrileña a Vilafranca del Penedés, José Bonifacio Andrés (1906-?), pastor en Elx, predicó en unos cultos evangelísticos en una semana especial en Alicante. La noche del lunes habló sobre el Dios eterno, «teniendo también a su cargo cada noche la enseñanza de numerosos coritos que sirvieron para levantar el ánimo y preparar el ambiente para recibir el mensaje de salvación».

Dos años más tarde, en una semana evangelística en Manresa con varios predicadores invitados, «todos los días el coro de la Iglesia entonó escogidos himnos, que ayudaron a hacer interesantes los cultos, así como los hermosos coritos que antes de cada sermón enseñaba a cantar el señor Bonifacio, con la gracia que le es peculiar». Cerca de la capital del Bages, en la inauguración de una capilla en una barriada extrema de Terrassa, en 1967 «el coro [terrasense] entonó un himno adecuado a la ocasión y luego toda la congregación cantó el corito ‘La iglesia sigue caminando…’». El siguiente vídeo presenta una versión del mizmo, probablemente diferente en cuanto al texto respecto a la entonada en Terrassa: «y nada la detiene para predicar», en lugar de «sólo se detiene para predicar».

La eclosión de los coritos en las congregaciones bautistas también promovió himnarios específicos, generalmente recopilados por los jóvenes. De este modelo tenemos bastantes referencias de algunas iglesias, como de Bona Nova y la Barceloneta en Barcelona, de la Primera Iglesia Bautista de Madrid o en la región valenciana, donde el joven Daniel Grau Albí (1953-) compiló y promovió un Himnario de Coritos en 1973 para uso de las doce iglesias bautistas de la región. Al parecer, el Himnario tuvo gran aceptación, ya que en pocas semanas se agotó la primera edición. Según las crónicas, «la buena encuadernación y la abundancia de material antiguo y nuevo con sus respectivas referencias musicales» le dio crédito y rédito entre las iglesias, fortaleciendo una paralela himnología bautista.

Una de las personas que más promovió los coritos fue José Mefford. Acompañado de su inseparable acordeón, sus cantos por toda la geografía española fueron un vivo testimonio de alabanza a Dios. Aunque a esta faceta también habría que añadir su excelente acompañamiento de himnos congregacionales al piano, con su vibrante y grandilocuente estilo interpretativo. Otros promotores posteriores representativos fueron Antonio Gómez Carrasco (1936-2016) y James Austin [Santiago] Williams (1926-2015), acompañados de acordeón y bandoneón respectivamente.

En definitiva, los años cincuenta y sesenta fueron muy fecundos para los coritos. Su irrupción entre las iglesias fue general y masiva, abriendo nuevas puertas de testimonio y alabanza a Dios. Muchos de aquellos cantos permanecieron indelebles en el tiempo y en la memoria de los creyentes, aunque prácticamente son desconocidos para las nuevas generaciones. Y pese a que sería imposible reunir todos ellos en un solo volumen, el siguiente vídeo recoge algunos de los más conocidos y populares, interpretados por cantantes actuales de este siglo, exceptuando el coro Solamente en Cristo, que fue grabado en 1992. El acercamiento histórico a este modo de alabanza y canto popular nos permitirá observar su participación en la formación espiritual de toda una generación de bautistas.


Bibliografía y documentación


· Los bautistas y su música (35)

 © 2024 Josep Marc Laporta

Aspectos resaltables en los fértiles años 50

        Además de músicos y poetas consagrados, la nueva década trajo consigo interesantes aspectos que, por un lado, serían plataforma de futuro y, por otro, se convertirían en marcadores sociomusicales de una época.

El Himnario de las Iglesias Evangélicas de España de 1948 unificó criterios, proporcionando a las congregaciones bautistas una entidad himnológica. A pesar de la pretensión inicial de convertirse en el himnario unido de todas las iglesias españolas, la realidad fue otra: la ausencia de una colección propia lo convirtió en uso exclusivamente bautista, tanto de las comunidades de la UEBE como de las resultantes de la escisión de 1949. Prácticamente, no se encuentran referencias a un uso del Himnario de las Iglesias Evangélicas de España en eventos comunes de ámbito nacional e interdenominacional. Tan solo en el IV Congreso Evangélico Español de 1968 celebrado en Barcelona, los himnos congregacionales fueron exclusivamente provinentes de dicha colección, insertados en el programa. Sin embargo, en el ámbito eclesial y denominacional, sólo las iglesias bautistas, tanto de la UEBE como de la futura FIEIDE, fueron las que lo implantaron como propio y único; mientras que las demás denominaciones continuaron con los de su tradición himnológica o con nueva elaboración de propios, más adecuados a las particularidades hímnicas de sus comunidades.

La Junta Bautista de Publicaciones fue un brazo importante dentro de la estructura denominacional, tanto norteamericana como en las misiones foráneas y, por ende, en España. Su faceta de edición y distribución de literatura cristiana proporcionó a las congregaciones contenido doctrinal y medios para desarrollar sus ministerios. Una de las primeras noticias que tenemos de la JBP en España nos llega de 1948, cuando J. David Hughey la esboza. Pero fue al siguiente año cuando se funda oficialmente con un capital inicial de 62.000 pesetas, donación de la Misión Bautista en España, quien asimismo se convirtió en la titular. Pero tres años después, en 1951, se produce el traspaso directivo, pasando a ser responsabilidad autóctona de la UEBE. Con la presidencia de la Junta de Samuel Rodrigo Mora (1918-1995), el depósito de libros y la consecuente distribución inicia una nueva etapa desde la sede de Barcelona, con nuevos objetivos y una remota posibilidad respecto al Himnario de las Iglesias Evangélicas de España: la de confeccionar un volumen que pudiera agrupar todos los himnos con sus respectivas partituras.

El fraccionamiento de la UEBE, producida básicamente por discrepancias entre J. David Hughey y Samuel Vila en 1949, había provocado un nuevo escenario respecto al himnario. Liderado con tesón y constancia por Samuel Vila, el HIEE fue una iniciativa de la Comisión del Himnario Unido de España auspiciada por la Alianza Evangélica Española. Pero con la primera edición en 1948, las premuras del himnario pasaron a un segundo plano. La inconsistente Comisión editorial se diluyó, si es que alguna vez tuvo un cuerpo operativo sólido; y las futuras ediciones quedaron en un limbo editorial esperando nuevas reediciones, donde Samuel Vila, como gran impulsor del himnario, presidente de la UEBE en su momento y responsable de la Misión Cristiana Española en su continuidad ministerial, quedó, de facto, como el garante ante cualquier contingencia. Pero, en realidad, fue un vacío de poder sin una explícita atribución, que Vila asumió deliberadamente y sin un compromiso definido. Sin embargo, desde la toma de posesión de su cargo como presidente de la JBP en 1951, Samuel Rodrigo vio la necesidad de realizar una edición del libro de música, aunque sin disponer de herramientas prácticas para su ejecución y culminación.

El 23 de septiembre de 1953 fue una fecha especial para los bautistas. Junto a otra familia misionera –los Wyatt–, arriban al puerto de Barcelona Joseph W. Mefford (1921-2005) y su esposa Lila Pritchard con sus tres hijos: Silvia Diane, Tony Joe y Janie Lee (más tarde nacería Susana Alicia en Barcelona). La llegada a España del matrimonio Mefford significaría un gran paso adelante en los ministerios radiales, musicales y de alabanza de las iglesias de la UEBE; y, también, para la consecución del Himnario de las Iglesias Evangélicas de España de música. Sin embargo, aún tendrían que transcurrir algunos años, antes de tomar las primeras decisiones.

Pero, curiosamente, fue la Unión Femenina Misionera Bautista de España, fundada en 1948, quien se adelantó a los deseos respecto a un himnario de música. El Eco de la Verdad lo redactaba así: «Al reunirse el pleno de la Convención de nuevo, se eligieron los distintos cargos de la Junta Directiva para el año 1951-1952, pasándose a continuación al periodo de ruegos y preguntas donde fueron presentadas muy interesantes sugestiones y peticiones, entre las cuales podemos resaltar la proposición de que sea editado un Himnario para las Escuelas Dominicales, lo cual pasa a estudio de la Junta de Publicaciones…». A ciencia cierta no sabemos si aquella propuesta de Himnario de las Escuelas Dominicales fue la misma que la de un Himnario Infantil, impulsado por Esther Celma Ripoll, entonces presidenta de la UFMB. Es decir, si al referirse a ‘Himnario de las Escuelas Dominicales’ aludía al que años después sería Himnos para Niños. Pero por documentación cotejada, sabemos que por las fechas de aquella Convención la UFMB ya tenía la intención de confeccionar un himnario infantil. Los hechos son que Esther Celma Ripoll, junto a Maria Corbera y Noemí Celma Ripoll llevaron el peso de la edición, que incluiría las partituras. Consiguientemente, la JBP aceptó la propuesta; y en colaboración mutua –UFMB y JBP– en menos de dos años ya se empezaron a preparar las primeras partituras y a adjuntar las primeras hojas sueltas en la revista femenina Nuestra Labor que, sucesivamente y mes tras mes, se fueron publicando hasta completar Himnos para Niños. Después de unos cuantos años de inserción en la revista femenina, en 1960 se ofreció a la venta, compendiado en un solo volumen. Pero una de las paradojas de la historia denominacional es que Himnos para Niños se convirtió en el primer himnario con partituras propiamente bautista, bastantes años antes de que en 1967 llegara el Himnario de las Iglesias Evangélicas de España de música. 

Una de las tendencias cúlticas de las congregaciones bautistas fue la elección de himnos de acuerdo al mensaje. «Los himnos deben de formar una armonía de pensamientos entre ellos y la predicación», instruía el pastor y presidente de la JBP Samuel Rodrigo, también futuro editor del Himnario de las Iglesias Evangélicas de España de música de 1967. Respecto a la Escuela Dominical, que en aquel tiempo tenía una importante entidad cúltica, Rodrigo apuntaba: «El superintendente que escoge sus himnos delante de la ED en el último momento, no solamente destruye el efecto posible y esperado, sino que se evidencia delante de la ED como descuidado y falto de preparación». Este maridaje entre música y predicación o entre himno y temática fue una de las variables litúrgicas que poco a poco fue adquiriendo más cuerpo eclesial, proporcionando, incluso, números especiales de coros o solistas que se preparaban para un mismo fin temático.

En la década de los cincuenta los coros se convirtieron en el elemento de cohesión eclesial más fecundo, hasta el extremo de que en ciertas comunidades el coro era una congregación en pequeño que, asimismo, sustentaba el todo de la propia iglesia. Así se podía ver cómo algunos de los miembros más implicados pertenecían al coro o cómo la personalidad espiritual de la iglesia se encontraba bien representada en los coristas. En algunas congregaciones muy pequeñas se daba la paradoja de que la inmensa mayoría de sus miembros eran parte del coro. Como ejemplo de ello, la pequeña congregación de Tortosa que no llegaba a los veinte miembros bautizados, participó con su coro en una fiesta conjunta con los hermanos de Reus. Dirigido por la señorita Noemí Aldabó, el coro tortosino estaba formado, ni más ni menos, que por dieciséis personas. Otro ejemplo se localiza en Figueres, con una membresía que no superaba las veinticinco personas y un coro de quince cantores. No obstante, en las congregaciones de mayor número el coro acostumbraba a tener un ratio bastante inferior respecto a la membresía total. En estos casos, la encarnación espiritual del coro con la personalidad eclesial podría ser menor, aunque, por lo general, se observa una alta implicación.

A menudo sucede que acontecimientos o eventualidades más o menos puntuales o temporales se convierten en trascendentes, instaurando usanzas musico-sociológicas. En Catalunya se dieron varias. Una de ellas se produjo durante más de media década. En los años cincuenta, Maria Eugènia Vidal Güell (1923-1997) y Pere Inglada Sanmartí (1910-1980) –un matrimonio metodista, parientes de los Puig de Sabadell– acostumbraban a deleitar e instruir a las congregaciones bautistas catalanas sobre los orígenes del canto coral protestante y la influencia de Johann Sebastian Bach con versadas alocuciones de Vidal y distinguidas interpretaciones al órgano de Inglada. Las audiciones fueron bien recibidas y muy apreciadas, hasta el punto que generó una peculiaridad respecto a otras congregaciones del estado español. La cultura musical de las iglesias bautistas catalanas se empapó de la tradición reformada protestante, creando un caldo de cultivo artístico que en el futuro proporcionaría excelentes formaciones corales de corte clásico. Ejemplo de ello fueron los diferentes coros de Sabadell, Terrassa o Barceloneta.

Mientras tanto, otras comunidades bautistas del estado español bebieron de manera preferencial de la himnología al uso, con coros que interpretaban himnos del legado evangélico norteamericano y británico. Exceptuando alguna puntual y esforzada interpretación barroca, como el Aleluya de GF Haendel, alguna partitura clásica famosa o la Marcha Nupcial Lohengrin de R. Wagner, los coros de iglesia acostumbraban a cantar polifonía vertical con algún contrapunto o discanto de muy sencilla ejecución. Sin embargo, la ascendencia de Pere Inglada y Maria Eugènia Vidal en Catalunya fue importante en la formación contextual de algunos de los futuros músicos del ámbito bautista catalán. Fue una correa de transmisión que se transfirió de manera empática, afectando sucesivamente a intérpretes y directores corales como Pere Puig Ballonga (1929-2016), Daniel Pujol Vila (1922-1996), David Andreu Martínez (1952-), Magda Pujol Vers o Elies Cortés Casanovas (1954-) y, también, a la apreciación artística de las congregaciones.

De esta tendencia a la música reformada y clásica en Catalunya, también participaron las relaciones de músicos bautistas con el Orfeó Català, la Coral Sant Jordi y con diversos ámbitos culturales y artísticos catalanes, así como con músicos católicos de la talla de Oriol Martorell Codina (1927-1996) o Enric Ribó Sugrañes (1916-1996). Prueba de ello dan fe algunos artículos escritos por Pere Puig Ballonga (1929-2016) o Benjamí Planes Capuz (1926- 2021) en la revista bautista. En la década que nos concierne, de Puig se cuentan dos artículos sobre historia de la música reformada; y de Benjamí Planes uno, en este caso en referencia a Albert Schweitzer (1875-1965), médico, filósofo, teólogo, músico y también misionero médico en África y Premio Nobel de la Paz en 1952. Con el título ‘Albert Schweitzer y el Orfeó Català’, a finales de 1956 Planes escribía: «Schweitzer fue el organista de la Pasión del año 1921. Ahora, al repetirse el gran acontecimiento musical, el presidente del Orfeó Català, don Félix Millet ha escrito a Schweitzer. […] El edificio del Palau de la Música de Barcelona fue inaugurado el 15 de febrero de 1908. Para conmemorar el cincuentenario de este acontecimiento se dieron unas audiciones de la Pasión según San Mateo, de Juan Sebastian Bach. Por esta causa se han pronunciado, en el ambiente musical y artístico, los nombres de los más famosos intérpretes de la música bacquina, y entre ellos y de una forma destacada, el del misionero evangélico Albert Schweitzer, considerado la máxima autoridad, como intérprete y crítico, sobre la música de Bach».

Otra de las novedosas incorporaciones de la década fue el modelo de Juventud para Cristo. Iniciado en las postrimerías de los años cincuenta y consolidado en plena década, JpC irrumpió con fuerza en las comunidades evangélicas catalanas, extendiéndose también a otras ciudades españolas, como Sevilla o Madrid. De hecho, Youth for Christ vino a sustituir a un movimiento interdenominacional que antes de la Guerra Civil había experimentado un gran auge e implementación: Esfuerzo Cristiano. Los nuevos tiempos traían nuevas fórmulas y, como organización internacional fundada en Norteamérica, Juventud para Cristo cambió algunas de las tendencias eclesiales. Según relataba El Eco de la Verdad de 1950, refiriéndose a Terrassa, «El día 2 de febrero los jóvenes de esta iglesia celebraron un culto especial, según el sistema de Juventud para Cristo. Después de un tiempo de ensayo y canto de nuevos coros por el público, pudimos recrearnos oyendo solos, dúos y un cuarteto masculino; tres poesías y dos testimonios de jóvenes que refirieron su conversión, terminando con un breve mensaje por nuestro pastor». En otras palabras, un culto con mayor tiempo para la música y recitaciones poéticas, con aprendizaje de nuevos cantos, con testimonios personales de conversión y con una predicación del Evangelio más compendiada y breve por un pastor o evangelista.

Hacia 1955, Juventud para Cristo estaba en pleno apogeo en su sede principal: Barcelona. Las campañas evangelísticas conjuntas de las iglesias reunían a cientos de personas. El 2 de octubre, el templo metodista de la calle Tallers con capacidad para cuatrocientas personas fue absolutamente insuficiente para acomodar a más de mil quinientas que deseaban escuchar las participaciones musicales, con «rapsodas, violines, violoncelo, acordeones y cuartetos, y también el Coro Unido de Juventud para Cristo». Días más tarde, la Primera Iglesia Bautista de Barcelona reunió a unas setecientas personas en un local de cuatrocientas localidades. El quinteto francés Compagnions du Jordan, «cantó los famosos cantos espirituales negros a la perfección», además del Coro Unido, que reunía a miembros de las corales de las iglesias barcelonesas. En otra ocasión, en la Iglesia Bautista de Terrassa cantó el conjunto norteamericano Teen Team, junto a sendas interpretaciones del Coro Unido de JpC. En los cultos especiales de 1956 de dedicación del templo de la Iglesia Evangélica Bautista en Badalona, las crónicas reflejan la gran vitalidad y aportación musical de JpC, que «contribuyó a la solemnidad del acto […] el quinteto de cuerda de Juventud para Cristo».

Es por todo ello que, especialmente en Barcelona y comarcas, los eventos de JpC marcaron profundamente la década de los cincuenta, un tiempo en que la música dio un salto adelante en el programa de cultos, también animando aún más a las congregaciones a tener su propia formación coral, fuere cual fuere el número de miembros. Es prácticamente imposible encontrar en la historia bautista de los años cincuenta y sesenta alguna iglesia que, por pequeña que fuere, no tuviera su propio coro.

En aquellos años, algunas esposas de pastores tenían ciertas nociones de música o, en su defecto, disponían de agradables voces, por lo que a menudo las encontramos cantando solos especiales. No obstante, esta particularidad proviene de épocas anteriores, donde las esposas de los pastores participaban o incluso se instruían en música para servir mejor en el ministerio. Según Ambrosi Celma, este fue el caso de Teresa Bertrán Durán (1862-1935), esposa de Manuel Zapater Celma (1867-1947), pastor en Girona y Palamós, y considerado en su momento el decano de los pastores bautistas del país. Tras el fallecimiento de Teresa Bertrán, Celma la homenajeaba con estas palabras: «Una de las características más notables de su vida fue su afán de instruirse a fin de ser más útil en el servicio del Maestro. En aquellos primeros años de su conversión, no habiendo organista en la iglesia, excepto el pastor, quien debía tocar y predicar al mismo tiempo, nuestra hermana se propuso aprender música con el fin de ayudar, cuando ya tenía más de treinta años, logrando su deseo y encargándose de acompañar el canto de los himnos con el armonio hasta pocos domingos antes de su partida, cuando la enfermedad la retenía en el lecho, habiéndose esforzado muchas veces para cumplir con este deber que se había impuesto, hasta hacerlo con grandes sufrimientos».

Otras esposas de pastores, de la época y anteriores, también colaboraron con sus voces y talentos. Violeta Kiroff, esposa del pastor Daniel Campderrós Riba (1901-1968), era organista en la Iglesia Bautista de Terrassa. Anteriormente, en 1948, Lídia Vila, esposa de Samuel Vila, que desde los doce años ya tocaba el armonio en la iglesia y a los dieciséis acompañaba al coro con el Aleluya de Haendel, «nos recreó el espíritu con un precioso himno cantado al compás del violín, que con gran habilidad fue manejado por don José Martínez…». Más atrás, en 1931, Eva David, profesora de piano y de música en el seminario, y esposa de misionero Leroy David, «contribuyó a la solemnidad del culto con su voz, cantando un himno». Y en otra ocasión, en Barcelona «cantaría un himno, lo que hizo tan magistralmente que, para corresponder a los aplausos que se le tributaron, tuvo que cantar otro». Por su parte, en 1928 y en Carlet, la esposa de Antonio Esteve Palazón (1883-1960), Francisca (Paca) Sempere Pérez (?-1936), era profesora de piano. También en València, Feliciana Armengol Simó (1868-1950), esposa del misionero sueco Carlos A. Haglund (1854-1895), cantaba a dúo con su marido, disponiendo de una buena formación musical. Asimismo, Emilia Bourn, esposa de Erik A. Lund (1852-1933), tocaba el armonio en los servicios de la iglesia en Barcelona. Y, cómo no, Adeline Roberts, profesora de piano y esposa de William I. Knapp (1835-1908)el primer misionero bautista en llegar a España–, también fue muy importante para el desarrollo de la obra en Madrid.

Pero volviendo a la década que nos atañe, en 1952 encontramos en la ordenación de José Bonifacio Andrés (1906-2002) al pastorado en la iglesia de Elx, que su esposa, Guadalupe García Villaba «entonó un hermoso himno». También en 1955 y en la misma ciudad «los esposos señores Bonifacio deleitaron con preciosos cánticos espirituales». Por otra parte, de Manresa las fuentes periodísticas informaban que «la señora Gangonells [Blandina Simón Corbera] entonó un himno, poseída de verdadera unción cristiana». Su esposo, Josep Gangonells Cardona (1936-1994), quien posteriormente también fue pastor en la capital del Bages, dispuso de una excelente voz de barítono.

Asímismo, muchos siervos y líderes bautistas tuvieron una notable preparación musical, como José Cardona Gregori (1918-2007), organista en Dénia y posteriormente pastor y Secretario Ejecutivo de la Comisión de Defensa Evangélica ante el Estado, o Feliu Simón Sala (1909-1990), clarinetista, por aquel entonces pastor en Manresa. En una excursión unida de las iglesias catalanas a la Colònia Güell, Simón «organizó un coro unido que entonó diversos himnos». Pero en su etapa inmediatamente posterior como pastor en València, su esposa, Maria Corbera, dio señas de su bien hacer con el canto. Las crónicas de principio de década relatan que en un culto de bautismos «el coro demostró que no es vano el esfuerzo que su directora y sus muchos componentes vienen haciendo en los últimos ensayos, colaborando con eficacia a realzar el acto con sus himnos. La introducción a los bautismos fue un dúo cantado por Dña. Maria C. de Simón y Dña. Amparo a de Barba». Las fotografías siguientes muestran la congregación de València aún en su antigua sede de la calle Palma, donde se puede reconocer al pastor Feliu Simón (en el extremo izquierdo de la primera) y el coro en el palco correspondiente, con su nuevo director Elías Esteve Sempere (1921-?).


Como anteriormente apunté, la llegada a España de los esposos Mefford fue un estímulo para una mejor música y alabanza a Dios entre las iglesias. Acostumbraban a cantar juntos y acompañados de acordeón en distintas ciudades e iglesias a lo largo de la geografía española, enseñando himnos y coritos, como sucedió en Carlet el 4 de marzo de 1955: «El señor Mefford y esposa entonaron hermosos himnos». O en Dénia: «los esposos Mefford nos deleitaron con sus cantos».