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· III - Referencias sistemáticas de la música en el Antiguo Testamento


Del libro "La música del antiguo pueblo hebreo"
© 2010 Josep Marc Laporta.
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La primera referencia a la música que aparece en la Biblia es la ya mencionada de Jubal, llamado el ‘padre de la música’. Pero en el mismo pasaje bíblico surge una primitiva expresión sonora de Lamec a sus mujeres:Ada y Zila, oíd mi voz; Mujeres de Lamec, escuchad mi dicho” (Génesis 4:23). En realidad, ésta es la primera ‘canción’ de la Biblia, aunque no en el mismo sentido que el canto de María en el Mar Rojo o la triunfal canción de Débora y Barac. La poesía de los tiempos antiguos acostumbraba a ser entonada. La acentuación rítmica de algunas palabras o sílabas, acopladas a un discurso elevado, eran los mecanismos sintácticos que le daban un cierto parecido al contemporáneo canto. Esta libre acentuación interválica es la que, en una temprana etapa cultural, constituye la poesía como diferente a la prosa.
              La música se vuelve a mencionar en la Biblia en el relato de la persecución de Labán a su sobrino Jacob: “¿Por qué te escondiste para huir, y me engañaste, y no me lo hiciste saber para que yo te despidiera con alegría y con cantares, con tamborín y arpa?” (Génesis 31:27). Esta declaración de Labán, que incluye el canto y dos instrumentos musicales, es una prueba irrefutable de que la música acompañó a los patriarcas en los momentos más alegres de la vida. Labán (hermano de Rebeca, madre de Jacob) no era israelita, sino un arameo (llamado ‘el sirio’) que vivió en Padan-aram, en Mesopotamia. Pese a provenir de otro enclave geográfico, las formas de vida y costumbres de los pueblos vecinos eran muy similares.
Después de atravesar el Mar Rojo "cantó Moisés y los hijos de Israel" un cántico de agradecimiento para exaltar a Yahvé y darle gracias por su milagrosa intervención. El punto culminante de esta acción de gracias es cuando “María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas” (Éxodo 15:20-21).
Estas canciones de acción de gracias, así como los cantos y danzas alrededor del becerro de oro (Éxodo 32:18,19), son indicios evidentes de que el pueblo hebreo debía haber tenido una satisfactoria formación musical en su estancia en Egipto y que, en momentos y circunstancias oportunas, la música y el canto surgió con toda naturalidad y espontaneidad.
La conmovedora descripción de la presencia de Dios en el monte Sinaí (Éxodo 19:13,16,19; 20:15), en la que además de truenos y relámpagos se escuchó la voz “tronante de Yahvé”, tiene una mística y un significado muy simbólico. La voz como un trueno del Altísimo podría ser para los hebreos una nueva perspectiva sonora de la poesía acentuada o entonada.
En los siguientes pasajes bíblicos, por primera vez aparece el concepto espectáculo en el servicio del culto y ligado a la música. En las fiestas solemnes a Yahvé se ordena: “en el mes séptimo, al primero del mes tendréis día de reposo, una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación” (Levítico 23:24). El quincuagésimo año, el año sagrado del Jubileo, será anunciado tocando “fuertemente la trompeta (...) el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra” (Levítico 25:9). 
En la descripción de los atuendos sagrados del sumo sacerdote, la Biblia menciona unas campanillas de oro que debían ir en la franja inferior del manto del efod (Éxodo 28:33-35; 39:25 y 26): “y estará sobre Aarón cuando ministre; y se oirá su sonido cuando él entre en el santuario delante de Yahvé y cuando salga, para que no muera”. Esta referencia al continuo sonido de las campanillas para ahuyentar la muerte en el servicio sagrado tiene muchos paralelismos con otros ritos paganos de la antigüedad, como la superstición y la magia. Pese a que en las Escrituras aparece como una orden divina, la concomitancia funcional con otros ritos de civilizaciones anteriores y contiguas presenta algunas incertidumbres de coherencia interna. No obstante, no deberíamos obviar que el pueblo judío practicó la magia  y la superstición en su primitiva etapa de definición e identificación religiosa.
La creciente importancia de la música en las ceremonias religiosas y en las convocatorias de estado se hacen evidentes en el mandamiento de Yahvé a Moisés: “Hazte dos trompetas de plata; de obra de martillo las harás, las cuales te servirán para convocar la congregación, y para hacer mover los campamentos. Y cuando las tocaren, toda la congregación se reunirá ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión” (Números 10:2-10). El texto bíblico contiene precisas instrucciones sobre cuándo y cómo deberán tocar las trompetas, cuándo el ejército deberá ir a la batalla, cuándo el pueblo se deberá reunir, etc. El sonido de las trompetas incluso está regulado por toques o sones característicos para anunciar con claridad los diferentes objetivos propuestos. La instauración de la trompeta será por generaciones y su interpelación sonora quedará vinculada a los hijos de Aarón (Números 10:8).
En el ciclo religioso de los hebreos, el primer día del mes séptimo era una jornada especial de descanso y de “hacer sonar las trompetas” (Números 29:1). Esta cita bíblica presenta las trompetas como un instrumento idóneo para las ceremonias religiosas. En la antigüedad, la trompeta acostumbraba a asumir importantes funciones en las actividades seculares, enalteciendo los atributos de la realeza y su dignidad social. En las solemnes ceremonias de estado, los trompeteros tenían la exclusiva función de acompañar a los reyes. La novedad hebrea radica en que la trompeta pasa a poseer distinción en la vida religiosa del pueblo, siendo un instrumento importante de convocatoria.
Cuando Moisés envió a las tribus a la batalla, “Finees, hijo del sacerdote Eleazar, fue a la guerra con los vasos del santuario y con las trompetas en su mano para tocar” (Números 31:6). 
La destrucción de los muros de Jericó, con la participación de siete sacerdotes que llevaban bocinas de cuerno de carnero delante del arca de Yahvé, es más una muestra de rituales mágicos que de una actividad puramente musical. Una vez más existe una concomitancia cultural entre los hebreos y otros pueblos de la antigüedad, que poseyeron numerosas leyendas sobre el poder destructivo de la música cuando era interpretada a volumen alto.
Después de la acción bélica y salvadora de Jericó, el cuerno aparece con más profusión en la Biblia. El cuerno (shofar) es utilizado por los israelitas de manera más diversificada. En general, se prepara al pueblo para un desastre inminente o para difundir el horror y el miedo. El libro de Jueces (3:27; 6:34; 7:8,16,18-22) es un pequeño compendio sobre la función belicosa y estratega del cuerno. En el ejército de Gedeón, novecientos cuernos distribuidos en tres escuadrones de trescientas personas cada uno, propagaron el miedo entre los enemigos, poniéndolos a la fuga (Jueces 7:16 ss.). La finalización y victoria de una batalla también tuvo como elemento central un sonido de cuerno: “entonces Joab tocó el cuerno, y todo el pueblo se detuvo, y no persiguió más a los de Israel, ni peleó más” (2ª de Samuel 2:28). 
Por otra parte, los cuernos nunca faltan en ocasiones felices y solemnes, como al traer el arca del pacto a Jerusalén, en la unción a reyes, etc.
Absalom anunció su sucesión al trono con el sonido de la bocina (2ª Samuel 15:10). Después de una batalla, el sonido del cuerno reunió a las tropas dispersas (2ª Samuel 18:16). Una revuelta y una degollación se anunciaron a toque de cuerno (2ª Samuel 20:1 y 22). También la llegada al trono de Salomón (1ª Reyes 1:34) y su unción (1ª Reyes 1:39 y 41) fueron presentadas al sonar de los cuernos, al igual que más tarde sucedió con la coronación de Jehú como rey de Israel (2ª Reyes 9:13).
Las trompetas fueron los heraldos de la majestad del rey y de su poder. “Conforme a su costumbre”, su lugar era en la plataforma del rey (2ª Reyes 11:14). Cuando Atalía fue asesinada, los trompeteros estaban junto al rey (2ª Reyes 11:14; 2ª Crónicas 23:13). Éstos y muchos otros pasajes bíblicos atestiguan el abundante uso de las trompetas y  los  cuernos como señal, llamada o protocolo.
Fuera del ámbito del culto a Yahvé, el instrumento clave de señal y convocatoria es el shofar. En muchas versiones de la Biblia se ha traducido como ‘trompeta’, lo que induce a error. La traducción correcta de shofar es ‘cuerno’.
Desde tiempos inmemoriales, las historias heroicas del pueblo fueron transmitidas oralmente de generación en generación. Este hecho queda certificado en varios pasajes bíblicos: “y lo contarás en aquel día a tu hijo…” (Éxodo 13:8); “ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de Israel…” (Deuteronomio 31:19 y 22); “y dijo que debía enseñarse a los hijos de Judá…” (2ª Samuel 1:18).
En los tiempos heroicos de Israel, los escribas utilizaron los bardos para realizar su tarea literaria, así como las canciones populares, de guerra y triunfo, además de varias colecciones de cantos glorificadores. Estas colecciones musico-literarias o se perdieron o deliberadamente fueron destruidas por los editores posteriores de los textos bíblicos, a fin de establecer y perpetuar la idea de la única legitimidad de la Sagrada Escritura como inspiración de los documentos. Varias de las colecciones que existían antes de los escritos veterotestamentarios se mencionan escuetamente por algunos de los cronistas bíblicos. Por lo tanto, según Números 21:14, sabemos que ha existido un ‘Libro de las batallas de Adonai’ (Sefer milhamot Adonay). Además, los cronistas mencionan un ‘Libro de Jaser’ (Sefer ha-Yashar), según 2ª Samuel 1:18-27. Y de vez en cuando nos encontramos con referencias a las ‘Crónicas de los Reyes de Israel’ (1ª Reyes 22:39 y 46); aunque hay que tener en cuenta que estos dos libros no son los que aparecen en el Antiguo Testamento bíblico de 1ª y 2ª Crónicas. En realidad, los autores de estos libros de la Biblia simplemente admitieron que copiaron partes de los registros históricos.[1]
La estructuración de sólidos elementos de conciencia colectiva y religiosa fue uno de los elementos importantes entre los israelitas, como también lo era entre las tribus nómadas orientales. Esta concienciación colectiva estuvo acompañada de ceremonias y canciones. Una de estas expresiones quedó reflejada en el pasaje de Números 21:17-20, recogida del ‘Libro de las batallas de Adonai’: “Entonces, cantó Israel este cántico: Sube, oh, pozo; a él cantad; pozo, el cual cavaron los señores. Lo cavaron los príncipes del pueblo, y el legislador, con sus báculos…”.
Éste ha sido un típico ejemplo de pequeña obra musical, formato que se utilizó en todas las civilizaciones, tanto antiguas como contemporáneas. Otra pequeña obra musical es la canción de los lagareros a la que se refiere indirectamente en Jeremías 25:30.[2]
Débora y Barac, con el triunfal canto tras la derrota de Sísara, interpretan una larga canción de acción de gracias. Según el cronista, el canto de Miriam estuvo acompañado por instrumentos y danzas de mujeres. Sin embargo, no existe una mención concreta a dichos instrumentos. En aquellos tiempos las canciones que se interpretaban en las ocasiones solemnes estaban, en su mayoría, acompañadas por instrumentos. Podemos asumir que el himno triunfal de Débora y Barac tuvo participación instrumental.
En el antiguo Israel la danza fue llevada a cabo, principalmente, por mujeres. La hija de Jefté recibió a su padre ‘con panderos y danzas’ (Jueces 11:34). En la fiesta solemne de Yahvé las hijas de Silo bailaron en corros (Jueces 21:21). Después de matar a Goliat, un gigantesco filisteo, David fue recibido por las mujeres de todas las ciudades de Israel, danzando y cantando: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles” (1ª Samuel 18:6,7; 21:12).
                  En este recibimiento multitudinario, por primera vez se menciona en la Biblia el canto antifonal, una forma específica de interpretación coral que, al mismo tiempo, es característica de la práctica musical judía, especialmente en los salmos. A veces, incluso los hombres bailaban, como apunta Jueces 9:27: Y saliendo al campo, vendimiaron sus viñedos, y pisaron la uva e hicieron fiesta”.[3]
La canción de la alabanza de Ana, narrada en 1ª Samuel 2, pertenece a la categoría de poesía entonada. El tipo de canto podría haber sido similar al discurso acentuado de la poesía de tiempos pretéritos.
“Cuando entres allá en la ciudad encontrarás una compañía de profetas que descienden del lugar alto, y delante de ellos salterio, pandero, flauta y arpa, y ellos profetizando” (1ª Samuel 10:5). Este era un grupo bastante grande de músicos que se puede considerar, dentro de la práctica habitual musical de la antigua Israel, como una banda u orquesta.
Los profetas emitieron sus profecías con acompañamiento musical. La estrecha relación entre profecía y música se desprende de los hechos descritos en 1ª Samuel 19:20-24. Por su parte, el profeta Eliseo utilizó la música como parte intrínseca de la profecía. Llamó a un músico y anunció su predicción con el sonido de la kinnor (2ª Reyes 3:15).
En el antiguo Israel existía la creencia generalizada de que la música tenía la facultad de afectar fuertemente y radicalmente los sentimientos más íntimos del hombre. Unas veces son estados extáticos (1ª Samuel 19:20-24) y en otras ocasiones tiene un efecto calmante para el alma y las emociones. A fin de superar su melancolía, el rey Saúl envió a buscar “alguno que sepa tocar el arpa” (1ª Samuel 16:16). David fue presentado al rey. Y cada vez que a Saúl le venía un “espíritu malo de parte de Yahvé”, el joven David tocaba para ahuyentar su mal estado (1ª Samuel 19:9).
La habilidad de David con la kinnor fue tan excepcional que su fama llegó a los oficiales de la corte y a las mujeres de todas las ciudades de Israel; hecho que le comportó serios problemas en su relación con Saúl (1ª Samuel 18:10 y 11).
El traslado del arca de la alianza a Jerusalén fue uno de los eventos más solemnes y destacados de la vida religiosa y nacional de Israel. La música tuvo un papel muy importante: “Y David y toda la casa de Israel danzaban delante de Yahvé con toda clase de instrumentos de madera de haya; con arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos” (2ª Samuel 6:5,14 y 15; 1ª Crónicas 13:8).
En la antigua Israel la música tenía un tripe significado conductual: cantar, tocar instrumentos y danzar. Todas estas formas de arte musical se consideraban dignas para glorificar a Dios y servirlo. La danza de David era una acción sagrada de éxtasis espiritual. El cronista bíblico afirma: “Y David danzaba con toda su fuerza delante de Yahvé”.
En la cultura de los antiguos hebreos la alegría que proporcionaba la música era extrema. Esto es lo que se desprende de la respuesta dada a David por el anciano Barzilai: “En este día tengo ochenta años. ¿Podré distinguir entre lo que es agradable y lo que no lo es? ¿Tomará gusto ahora tu siervo en lo que coma o beba? ¿Oiré más la voz de los cantores y de las cantoras?” (2ª Samuel 19:35). En esta respuesta se aprecia cómo la música era una parte esencial de alegría y disfrute en la vida judía.
Sin embargo, otro aspecto que se desprende de la respuesta de Barzilai es la existencia de cantantes en la historia temprana de Israel. Podemos suponer que estos músicos pertenecían a un grupo selectivo de hombres y mujeres, cantantes de palacio, ya que en la antigüedad ésta era una institución generalizada en las cortes principescas. Hay pasajes bíblicos que corroboran esta hipótesis: Eclesiastés 2:8; y Amós 8:3.[4]
El canto de acción de gracias de David porque Yahvé lo había liberado de sus enemigos (2ª Samuel 22:1-51) supone una auténtica canción en el sentido más completo del término. No obstante, hay dos probabilidades en cuanto a su composición. Una, si ya existía anteriormente una melodía compuesta que posteriormente se utilizaba con distintos argumentos literarios; y otra, como deja entrever el primer versículo (“habló David a Yahvé las palabras de este cántico”), si realmente era un discurso entonado o un poema ritual, propio de las primitivas etapas musicales veterotestamentarias. Determinantemente me inclino por la primera opción.
Este tipo de canto de alabanza también aparece en el Libro de los Salmos (18); prueba de que un poema ritual se llevó a cabo como una canción real. Las postreras palabras de David, narradas en 2ª Samuel 23:2-7, no poseen el título de canción. Sin embargo, existen razones para situarlas en la misma categoría, ya que su forma de metro y ritmo posee las mismas características que el anteriormente mencionado canto de acción de gracias.
El traslado del arca de la alianza al nuevo santuario erigido por Salomón en Jerusalén tuvo una gran fiesta en procesión solemne (1ª Reyes 8:1 ss.). Aunque no se menciona la música, sí que podemos asumir que tuvo un acompañamiento musical rico en instrumentos y cantos, especialmente si tenemos en cuenta la descripción del primer traslado (2ª Samuel 6:5 ss.). El cronista se refiere a la música y el canto como elementos esenciales de la ceremonia. Aquí, como en otros pasajes, el autor bíblico prescinde de los detalles musicales tan consabidos por sus conciudadanos, para detallar otros aspectos importantes.
En la coronación e unción de Salomón como rey de Israel “todo el pueblo salió en pos de él, y cantaba la gente con flautas, y hacían grandes alegrías, que parecía que la tierra se hundía con el clamor de ellos” (1ª Reyes 1:40). Cuando el rey Joás fue coronado, los príncipes y los trompeteros estaban junto al rey “y todo el pueblo de la tierra mostraba alegría, y sonaban bocinas, y los cantores con instrumentos de música dirigían la alabanza” (2ª Crónicas 23:13).
Como mencioné anteriormente, los instrumentos de tubo habrían sido muy populares y su uso muy extendido en la religiosidad hebrea, ya que la descripción del cronista relata que había trompeteros junto al rey y sonaban bocinas.
Es de suponer que los autores de los dos libros de Crónicas fueron cantantes o músicos levitas, ya que las referencias más abundantes de la música se encuentran en estas partes de las Escrituras. Contienen informes detallados sobre la música del Templo en la época de David y Salomón. Estas indicaciones son de gran valor para nuestro conocimiento de la organización musical del primer Templo.
Para ser cantante del Templo era requisito imprescindible pertenecer a la tribu de Leví (1ª Crónicas 6:16 ss.) Había otras funciones reservadas a los levitas en el servicio sagrado, pero a los cantantes se les eximió de todas las demás obligaciones pues “moraban en las cámaras del templo, exentos de otros servicios, porque de día y de noche estaban en aquella obra” (1ª Crónicas 9:33). El cronista da detallada cuenta de la distribución de los cantantes en varios grupos, revelando incluso los nombres y el parentesco de los cantantes (1ª Crónicas 15:16-22).
Estas pormenorizadas descripciones nos presentan una idea bastante nítida de la organización del Templo en su etapa inicial. Asaf y Etán fueron los chantres y, al mismo tiempo, los líderes del coro, a los que les correspondía la honorable función de dar la señal de entrada al canto con los címbalos. Los siguientes ocho cantantes eran los prefectos de sus grupos, líderes en las canciones y acompañantes al mismo tiempo con los salterios ١al ١Alamoth. Otros seis prefectos doblaban la melodía con las arpas ١al Sheminith, un tipo de instrumento más grande, o desarrollan una especie de acompañamiento libre a la melodía. Quenanías asume la función de maestro de coro, siendo el instructor de todos los levitas-cantantes.
Todos estos cantantes principales tocaron algunos instrumentos (1ª Crónicas 16:41 y 42). Ellos fueron los líderes o responsables de grupo de un buen número de músicos levitas. Aunque también, como apunta sucintamente el cronista, deben haber existido otros muchos cantantes no levitas, según 1ª Crónicas 13:8 y 15:28. Ambos pasajes presentan de forma casi idéntica dos caras de un mismo hecho, aunque con la única diferencia de que el segundo hace más hincapié en la parte instrumental.
Después del traslado del arca a la ciudad de David, “puso delante del arca de Yahvé ministros de los levitas, para que recordasen y confesasen y loasen a Yahvé, Dios de Israel: Asaf el primero; el segundo después de él, Zacarías; Jeiel, Semiramot, Jehiel, Matatías, Eliab, Benaía, Obed-edom y Jeiel, con sus instrumentos de salterios y arpas; pero Asaf sonaba los címbalos. También los sacerdotes Benaía y Jahaziel sonaban continuamente las trompetas delante del arca del pacto de Dios” (1ª Crónicas 16:4-6). En esta enumeración, Asaf tiene la preferencia, mientras Zacarías está nombrado en segundo lugar. Los otros cantantes citados son líderes o responsables de grupo. La expresión ‘continuamente’, en relación a los trompeteros sacerdotales, indica persistencia sonora y, también, que la utilización de las trompetas sagradas era privilegio exclusivo de los aaronitas.
A partir de entonces la música tuvo un lugar prominente y permanente en el ceremonial del Templo (1ª Crónicas 16:7,37). Los principales oficios del servicio religioso estable fueron llevados a cabo por Asaf, Hemán y Jedutún, “con trompetas y címbalos (…) y con otros instrumentos de música de Dios” (1ª Crónicas 16:42). Estos otros instrumentos de música a Yahvé (kle shir ha-١Elohim) fueron los de cuerda, asignados principalmente para acompañar el canto en el ritual, con la participación de la dulce lira (kinnor) y la melodiosa arpa (nebel). A partir de estas indicaciones no es difícil imaginar el carácter general de la música del Templo de David (y también en el de Salomón, que continuó con la tradición musical davídica). Era grandilocuente, solemne y digna; cantar era el elemento predominante. La música instrumental era, primordialmente, un acompañamiento al canto.
Cuando David empezó sus preparativos para el futuro santuario hizo un estudio estadístico de los levitas para ser utilizados en los sagrados oficios; contando entre cantantes e instrumentistas “cuatro mil porteros, y cuatro mil para alabar a Jehová, dijo David, con los instrumentos que he hecho para tributar alabanzas” (1ª Crónicas 23:5).
Estos cuatro mil sólo fueron los músicos de treinta años o más (escogidos entre treinta y ocho mil levitas), ya que no ingresaban en el servicio antes de esa edad (1ª Crónicas 23:3). Y de manera parecida a los demás oficiales, sacerdotes y levitas, los cantores del Templo estaban “cada mañana, todos los días, para dar gracias y tributar alabanzas a Yahvé, y asimismo por la tarde” (1ª Crónicas 23:30).[5]
De los cuatro mil levitas cantantes, David hizo una selección de acuerdo a las familias que pertenecían, pero sobre todo de acuerdo a sus talentos. En poco tiempo vemos reducido el número de músicos sagrados: “Y el número de ellos, con sus hermanos, instruidos en el canto para Yahvé, todos los aptos, fue doscientos ochenta y ocho” (1ª Crónicas 25:7).
Estos doscientos ochenta y ocho cantantes fueron divididos en veinticuatro grupos, compuestos por doce cantantes cada uno. Al mismo tiempo, cada uno de estos grupos estaba encabezado por un líder o responsable (el cronista bíblico menciona detalladamente sus nombres). Para evitar celos o cualquier controversia respecto a procedencia y familia, la distribución de los grupos se dispuso echando suertes. Desde el principio, los músicos del Templo estaban organizados y afiliados en un gremio o corporación profesional, en el que todos eran iguales, con los mismos privilegios y los mismos deberes (1ª Crónicas 25:8).
La estricta disciplina que los músicos del sagrado servicio tenían, con la perseverante práctica y ensayo que exigía el cargo, debió haber ofrecido a sus presentaciones un nivel extraordinariamente alto de perfección. Incluso, el cronista bíblico, al presentar el resumen de los acontecimientos, abandona su sobria redacción para expresar una gran admiración por los logros musicales de los levitas, conduciendo de esta manera al lector al importante dato de la entrada de la gloria de Yahvé en la casa. Este primer análisis o crítica musical documentada de la historia humana fue con ocasión de la dedicación del Templo de Salomón. El importante papel que la música tenía en el servicio solemne y sus magníficas prestaciones estéticas y espirituales llevó al cronista a la siguiente redacción: “Sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Yahvé: y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Yahvé (…) la casa se llenó de una nube, la casa de Yahvé”  (2ª Crónicas 5:12 y 13).
Esta perfección suprema de la estética musical y visual dio al conjunto del acto una sobresaliente relevancia. Al parecer, este nivel artístico era inusual. Es posible que la actuación de los músicos del Templo, llevada a cabo por más de cuatrocientos cantantes e instrumentistas, produjera entre los fieles una especie de preparación psicológica extática para recibir la presencia de Yahvé. La gente congregada vio que “la casa se llenó de una nube, la casa de Yahvé. Y no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Yahvé había llenado la casa de Dios” (2ª Crónicas 5:13 y 14). Con esta explicación que aúna interpretación musical y acción de la divinidad, el cronista da a entender que nunca antes había existido una complementación extática tan bella del hombre hacia Dios.
Al finalizar la inolvidable fiesta de dedicación, que duró siete días, el cronista recuerda una vez más el importante papel desempeñado por los músicos (2ª Crónicas 7:6). Al finalizar los actos festivos, Salomón confirmó de nuevo la música del Templo como una institución sagrada y permanente (2ª Crónicas 8:14). Los sencillos instrumentos de David pronto fueron reemplazados por ejemplares de lujo: “Y de la madera de sándalo hizo el rey balaustres para la casa de Yahveh y para las casas reales, arpas también y salterios para los cantores; nunca vino semejante madera de sándalo, ni se ha visto hasta hoy” (1ª Reyes 10:12; 2ª Crónicas 9:11).
Salomón, el sabio, el constructor del santuario, el consolidador del Templo, también fue poeta y músico. El Antiguo Testamento deja constancia de sus logros artísticos: “Y compuso tres mil proverbios, y sus cantares fueron mil cinco” (1ª Reyes 5:12; 4:32).
La vasta producción queda recogida, en parte, en el Libro de los Salmos, los Proverbios, Eclesiastés y, también, en el Cantar de los Cantares.[6] Esta fecundidad literaria demuestra la universalidad y creatividad artística de Salomón que, en su particularidad, no tiene parangón entre los gobernantes del mundo antiguo y, probablemente, del moderno.
Después de la muerte de Salomón (931 a. C.), la división de la nación en dos reinos —norte y sur— trajo unas fatídicas consecuencias. Sus ciudadanos entraron en una colectiva depresión por las constantes revueltas y disputas internas, permitiendo que dos potencias rivales —Egipto y Asiria— ejercieran una estratégica pinza con una persistente influencia sociocultural. Puesto que el pueblo no podía plantear una resistencia política, tampoco pudo evitar las influencias culturales y espirituales del paganismo. Como es de suponer, una de estas nuevas ascendencias afectó a la música.
Bajo Jeroboam, rey de Israel (931-910 a. C.), la verdadera fe se deterioró. El pueblo se abandonó a la idolatría, los levitas fueron expulsados del Templo y la música cayó en manos de los líderes paganos. El profeta Elías luchó audazmente contra la impiedad. En el juicio divino del Monte Carmelo se encontró solo y sin ayuda ante cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal que, aparte de escenificar otras ceremonias paganas, danzaban delante del altar (1ª Reyes 18:26).
El país estaba en peligro y el pueblo abandonó al Dios de Israel, mientras que los sacerdotes llamaban al arrepentimiento con las trompetas, convocando a los fieles a luchar contra la incredulidad (2ª Crónicas 13:12 y 14). Pero con la intervención de Asa (911-871 a. C.), que anteriormente había subido al trono, el pueblo renovó su pacto con Dios y fue abolida la idolatría: “Y juraron a Yahvé con gran voz y júbilo, al son de trompetas y de bocinas” (2ª Crónicas 15:14). Su sucesor, Josafat (871-847 a. C.), fortaleció la espiritualidad y la renovación espiritual y ética. El rey reestableció el servicio sagrado en todo su esplendor, incluyendo la música (2ª Crónicas 20:19).
En la guerra contra los amonitas y los moabitas, los levitan marchaban delante del ejército implorando la ayuda de Dios, cantando y alabando (2ª Crónicas 20:21 y 22). Después de la victoria sobre sus enemigos, Josafat reunió a su pueblo en el valle de Beraca (valle de la Bendición) “porque allí bendijeron a Yahvé, y por esto llamaron el nombre de aquel paraje el valle de Beraca” (2ª Crónicas 20:26). Luego volvieron a Jerusalén “con salterios, arpas, y trompetas, a la casa de Yahvé"  (2ª Crónicas 20:28).
Pero una vez más un periodo de apostasía e impiedad llegó. Joás, rey de Judá (835.796 a. C.), promovió el culto a Baal y abolió la música sagrada y tradicional del pueblo. El sumo sacerdote “Joiada, ordenó los oficios en la casa de Yahvé, bajo la mano de los sacerdotes y levitas, según David los había distribuido en la casa de Yahvé” (2ª Crónicas 23:18). Después de Joás, el pueblo quedó en el más absoluto abandono de la verdadera fe y, con ello, de la más noble tradición musical. Gobernantes mejores y peores se sucedieron, hasta que después de varias generaciones llegó al trono un rey que restauró el culto a Yahvé y, con ello, la música del Templo. Fue Ezequías, rey de Judá (714-686 a. C.) (2ª Crónicas 29:25-30).
En la nueva dedicación del santuario, los sacerdotes y los levitas compitieron entre sí para el servicio sagrado (2ª Crónicas 29:34). En la celebración posterior de la fiesta solemne de los panes sin levadura, los levitas cantores debieron recibir una especial distinción ya que incluso el rey los alabó públicamente (2ª Crónicas 30:22).
Esta fiesta de los panes sin levadura, en la que “glorificaban a Yahvé todos los días los levitas y los sacerdotes, cantando con instrumentos resonantes” (2ª Crónicas 30:21), se celebró de manera tan inspiradora que “toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron otros siete días con alegría (…) porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén” (2ª Crónicas 30:23 y 26).
El sincero elogio que Ezequías hizo a los músicos del Templo podría indicar que la inusual prolongación de la fiesta de los panes sin levadura fue, en buena medida, gracias a los logros de los cantantes y músicos sagrados. El resultado de todo ello fue que no sólo Ezequías restauró la antigua organización de los cantores, reconociendo los privilegios de su corporación, sino que también tuvo sumo cuidado en velar por su bienestar (2ª Crónicas 31:2 ss.).
La fama de los cantantes del Templo se extendió más allá de las fronteras de Israel. Tanto fue así, que, de hecho, cuando el conquistador asirio Sennaherib sitió Jerusalén (711 a. C.), exigió como precio para la sustitución de la ciudad —aparte de un costoso tributo— la entrega de los cantantes masculinos y femeninos del rey. Para salvar la ciudad de David de la destrucción, Ezequías se vio obligado a cumplir con la demanda del vencedor.
           Josías, rey de Judá (639-609 a. C.), ordenó la reparación del Templo que durante siglos permaneció muy deteriorado por las numerosas vicisitudes. En esta ocasión, los instrumentos abandonados también se sometieron a una minuciosa restauración bajo la supervisión y asistencia de los propios levitas (2ª Crónicas 34:12).
Tras la renovación de la alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel, el rey Josías hizo los preparativos para celebrar la fiesta de los panes sin levadura con gran suntuosidad. El informe de este magnífico evento ocupa todo un capítulo de las Crónicas. Los sacerdotes estaban tan sobrecargados por sus funciones en el sacrificio de los holocaustos, que los levitas tenían que ayudar en la preparación de los sacrificios (2ª Crónicas 35:14 y 15).
Josías murió con honores en el campo de batalla, vencido por el faraón Neko. Fue muy llorado por su pueblo, especialmente por los cantantes (2ª Crónicas 35:25) Sin embargo, pronto el pueblo hebreo fue golpeado por la mayor catástrofe nacional de su historia. Nabucodonosor conquistó Israel, destruyó el Templo de Salomón y llevó cautiva a la cúpula de la nación a Babilonia (586 a. C.). La música del Templo cesó y el canto fue abolido. En su profundo duelo por el santuario perdido y la deportación, los cautivos renunciaron a los placeres de la música. Esto es lo que el salmista apunta en Salmos 137:2-9.
Sin embargo, la música nunca dejó de existir, incluso en la opresión del exilio babilónico. La práctica musical en público se minimizó o prácticamente se abandonó. Fue en la intimidad de las familias o, tal vez, en reuniones especiales que la tradición musical se mantuvo viva. En esos pequeños círculos, los cantos sagrados se cultivaron con mayor esmero.
Cuando después de casi cinco décadas el primer grupo de repatriados regresó al desolado país, entre ellos, además de sacerdotes, levitas, porteros y otros cargos de relevancia, regresaron ciento veintiocho hijos de Asaf; es decir, los descendientes de las familias de los cantantes originales del Templo (Esdras 2:41). Pasajes paralelos al de Esdras dan incluso un número mayor: ciento cuarenta y ocho (Nehemías 7:44). Por otro lado —y esto es de suma importancia—, entre los repatriados no estaban los doscientos cantantes masculinos y femeninos no levitas (Esdras 2:65). Pero en un posterior censo de la población realizado por Nehemías con el fin de establecer el número total de los repatriados, doscientos cuarenta y cinco cantores no levitas fueron contados (Nehemías 7:67).
¿Habría sido posible contar tantos cantantes sagrados y seculares entre los repatriados si la música y el canto se hubiera abandonado en el exilio, como dio a entender el salmista? (Salmo 137).
Tras el regreso, los cantantes se asentaron en los pueblos y en las aldeas que antes del exilio habían pertenecido a sus antepasados (Esdras 2:70). La Biblia menciona cuarenta y ocho ciudades dadas a los levitas a su llegada a Canaán (Números 35:7; Josué 21:41), pero realmente no es seguro que todas ellas realmente existieran. En las nuevas condiciones de vida, después de la vuelta de Babilonia, solamente una fracción de los levitas podía permanecer en Jerusalén; los otros tuvieron que establecerse en pueblos y aldeas no muy lejos del Templo. En un registro elaborado por Nehemías (Nehemías 11:10-19), el número de levitas que vivían en Jerusalén era de doscientos ochenta y cuatro (11:18). Algunos de los asentamientos fuera de Jerusalén quedaron reflejados en la crónica bíblica (Nehemías 12:28 y 29).
           Los cantantes ocuparon un estatus especial dentro de la jerarquía del Templo. Prueba de ello es que en la enumeración o en el recuento, los músicos siempre estuvieron citados por separado (Esdras 2:41,70; 7:7,24; Nehemías 7:44,73; 10:28, 29,39; 12:29; 13:5,10).
Entre los sacerdotes y levitas que en el exilio se casaron con mujeres extranjeras y que, al volver, se vieron obligados a divorciarse de sus esposas no judías, Eliasib, levita y cantante, fue uno de ellos (Esdras 10:24).
Una vez que las necesidades básicas de la vida estuvieron asentadas y aseguradas, los judíos procedieron a la construcción de un nuevo templo. Esto sucedió en el segundo año posterior al regreso del exilio. Mientras tanto, la música del servicio sagrado fue reestablecida, ya que en la colocación de los cimientos del nuevo santuario se celebró un solemne ritual en que “los levitas hijos de Asaf estaban con címbalos, para que alabasen a Yahvé, según la ordenanza de David rey de Israel” (Esdras 3:10 y 11). Como indica el relato del cronista, no solamente las antiguas canciones davídicas sobrevivieron al cautiverio en Babilonia, sino que las formas de la práctica musical, entre ellas el canto antifonal, también se preservaron.
Para proteger la ciudad de David y el nuevo santuario, los israelitas comenzaron a construir nuevos y resistentes muros en torno a Jerusalén, a pesar de algunos que intentaban desanimar y contrariar. En el proceso de edificación se tomaron muchas precauciones para prevenir repentinos ataques hostiles. “Y los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban; y el que tocaba la trompeta estaba junto a mí” (Nehemías 4:12,14,18 y 20). Nehemías, que supervisaba la construcción, siempre tenía cerca un asistente que tocaba el cuerno de alerta para advertir a todos en caso de peligro.
Una vez que se levantaron los muros de la ciudad y el santuario estuvo a salvo de ataques externos, el siguiente paso fue la reorganización y reanudación de las instituciones nacionales y religiosas anteriores al exilio babilónico. Entre ellas, el servicio regular de la música del Templo. El rey persa, Darío, que concedió un permiso para la construcción del nuevo santuario, también emitió un decreto en el sentido de que los sacerdotes y los demás titulares de cargos del Templo, entre ellos los cantantes, deberían recibir “puntualmente los gastos, para que no cese la obra, y lo que fuere necesario, becerros, carneros y corderos para holocaustos al Dios del cielo” (Esdras 6:9).
Obviamente, Esdras disfrutó de los favores especiales del rey Artajerjes —sucesor de Darío—, del que recibió un decreto que se puede considerar como una verdadera Carta Magna de las nuevas libertades y privilegios concedidos a los funcionarios del nuevo santuario. Este decreto confirmaba explícitamente el edicto de Darío en relación al restablecimiento del servicio sagrado. Esdras obtuvo de su benefactor real la seguridad de recibir toda la asistencia moral y material. Aparte de otros aspectos, el decreto incluía disposiciones específicas en cuanto a los cánones adecuados para los sacerdotes y levitas. La altura de miras del favor real quedó reflejada al conceder a todos los funcionarios del Templo —también a los cantantes— la exención total de impuestos (Esdras 7:24).
Estos privilegios reales no fueron todo lo que Esdras recibiría de Artajerjes. Como prueba tangible de su benevolencia, el monarca devolvió las vasijas sagradas y otros utensilios, entre ellos los instrumentos musicales, que habían sido tomados como botín después de la destrucción del Templo de Salomón. Artajerjes dio por misión a Esdras traer todos los enseres a Jerusalén. Después de que el Templo fue restaurado (516 a. C.), el servicio cúltico fue restablecido en su antigua gloria (Nehemías 7:1 ss.). El restablecimiento de la música sagrada fue el comienzo de un nuevo florecimiento de la cultura musical en el antiguo Israel que, en algunos aspectos, incluso eclipsó la época de Salomón. Los levitas cantantes fueron parte importante del renacimiento del arte musical.
Cuando el servicio sagrado fue definitivamente reestablecido, todo lo artístico, así como la posición social de los músicos del Templo, fue mejorando progresivamente. Los cantantes formaron un gremio profesional cuyo objetivo era velar diligentemente por los intereses de sus miembros. Varios de los privilegios especiales han quedado reflejados por los cronistas, con la asunción de sus responsabilidades de culto (Nehemías 10:38 ss.). Los servicios y las cuotas que recibirían también constan en los escritos bíblicos (Nehemías 10:40). Asimismo, los sacerdotes tenían sirvientes a su disposición. Estos, originalmente eran esclavos extranjeros que más tarde fueron puestos en libertad, realizando servicios menores en el Templo. Los descendientes de estos esclavos, también servidores en el Templo, constituyen una clase aparte de funcionarios y siempre quedan perfectamente reflejados por los cronistas.
En el nuevo Templo, Uzi, descendiente de Asaf, fue el maestro de los cantores levitas (Nehemías 11:22; 12:42). Su actividad docente o artística debería haber sido muy beneficiosa para la música sagrada, según demuestra el hecho de que el cronista conserva su nombre para la posteridad. Desde los tiempos de David y Salomón nunca se había honrado a un responsable de la música sagrada. Los cantantes recibieron por sus servicios una especie de pago que consistía principalmente en productos naturales (Nehemías 12:47). Estos regalos se dieron de acuerdo a una evaluación especial (Nehemías 13:5). Por otra parte, los levitas recibieron un ‘salario’ diario del tesoro del rey (Nehemías 11:23). Los regalos a los levitas fueron almacenados en cámaras especiales que estaban alrededor del atrio del Templo.
El prefecto de estas cámaras era el sacerdote Eliasib, un mayordomo infiel en su cargo que concedió favores injustos a uno de sus familiares llamado Tobías, que fue el mismo que tiempo atrás se burlaba de los que edificaban los nuevos muros (Nehemías 4:3) y que conspiraron contra ellos (Nehemías 4:2 a 8). Pero Eliasib obró mal y dio a Tobías una de las cámaras del Templo, creando así un agravio comparativo y un fuerte resentimiento entre los levitas, que se sentían injustamente tratados.
Dado que las protestas de los levitas resultaron ser ineficaces, los cantores dieron un paso más allá en sus reprobaciones: suspendieron su trabajo en el templo y marcharon a sus propiedades. De alguna manera podemos considerar este acto como la primera huelga registrada de la historia humana. El cronista bíblico da numerosos detalles de estos extraordinarios sucesos (Nehemías 13:10).
En una procesión festiva, “el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación” (Nehemías 8:2). La lectura pública de la ley se llevó a cabo de manera solemne. Aunque el cronista no menciona ninguna música en la procesión, se puede suponer que el retorno de la Ley estaría acompañado de cantos sagrados, como en las ceremonias religiosas anteriores.
La dedicación de los muros de la ciudad es descrita al detalle por el escritor bíblico. Un gran número de cantantes y músicos participaron (Nehemías 12:27-47). Como muestra este informe, la parte musical de la fiesta se llevó a cabo según la antigua tradición; es decir, utilizando las canciones que se cantaban en los tiempos del rey David, en los servicios sagrados (Nehemías 12:24). Las dos grandes procesiones que se reunieron en la casa de Dios interpretaron sus canciones de manera antifonal, según la antigua tradición musical hebrea, bajo la dirección de Izrahías, el nuevo líder musical (Nehemías 12:42).
Poco a poco, la situación social y profesional de los músicos del Templo se fue pareciendo más a la de los sacerdotes. Fue el desarrollo lógico de unos cantantes que, con esfuerzo y ambición, trataron de alcanzar una cierta igualdad con la casta sacerdotal, también en su aspecto externo. Con el tiempo y ya bajo el reinado del rey Agripa (49-70 a. C.) fue cuando —con el previo consentimiento del Sanedrín— se les concedió el privilegio de llevar durante el servicio la túnica de lino sacerdotal.[7]
¿Es posible que su ambición llegara demasiado lejos y contribuyeran a una eventual caída de la organización musical levítica? Como apunté en la introducción, también podría ser factible que la música y los músicos hubieran llegado a ser objeto de adoración.

Es bien conocido que en la vida popular de todas las naciones el sentimiento musical se manifiesta principalmente en el canto. En la música secular de Israel, las canciones populares tenían prácticamente la misma importancia que el canto de los salmos en la música sagrada. Por tanto, es natural que la Biblia mencione con frecuencia alguna de estas canciones, ya sea haciendo referencia a sus distintas formas o bien citando el texto entero o alguna parte de él. En el Antiguo Testamento se mencionan los siguientes tipos de canción secular:
Canciones de guerra (Números 21:14 y 15; 21:27-30).
Canciones de triunfo (Éxodo 15:20; Jueces 5; 1ª Samuel 21:11 y 12; Isaías 14:4).
Canciones de marcha (Números 10:35 y 36; 2ª Crónicas 20:21).
Canciones de trabajo (Números 21:17 y 18; Jueces 9:27; Isaías 5:1; 16:10; 27:2; Jeremías 25:30; 48:33; Oseas 2:17).
Canción del constructor al poner la piedra angular (Job 38:7); al fijar la piedra superior (Zacarías 4:7).
Canción del centinela (Isaías 21:12).
Canciones de amor (Salmo 45; Cantar de los Cantares 2:14; 5:16; Ezequiel 33:32).
Canciones de boda (Génesis 31:27; Jeremías 25:10; 33:11).
Canciones de beber (Isaías 24:9).
Canciones de danza (Éxodo 15:20; 32:18 y 19; 1ª Samuel 18:6 y 7; 21:12; 29:5; Salmo 26:6; 68:25 y 26; 87:7).
Canciones de palacio (2ª Samuel 19:35; Amós 8:3).
Canciones cortesanas (Isaías 23:15 y 16).
Canciones de burla (Job 30:9; Lamentaciones 3:14,63).
Canciones de duelo y llanto (2ª Samuel 1:18-27; 1ª Reyes 13:30; 2ª Crónicas 35:25; Eclesiastés 12:5; Jeremías 9:16 y 17; 22:18; Ezequiel 27:30-32; Amós 5:16; Zacarías 12:12-14).
Existe una categoría mixta en parte secular y en parte religiosa que son las canciones que se cantaban en las peregrinaciones (Salmos 120 y 132; cit. Salmos 119:54). Estos quince cantos graduales, como se les llama, se cantaban cuando los peregrinos venían desde todos los lugares de Israel a la fiesta grande de Yahvé en Jerusalén (Isaías 27:13; 30:29; 31:4; Jeremías 31:12). El Templo estaba situado en un terreno alto, por lo tanto estas canciones se llamaron ‘cantos graduales’ en razón de interpretarse progresivamente en el camino a Jerusalén y al Templo.
Existen claros indicios de que antes de su incorporación en el Libro de los Salmos estas canciones se cantaban en actividades y ocasiones seculares, que más tarde sirvieron como fondo musical para las ceremonias religiosas.
La característica más importante de la cultura musical hebrea fue que el canto sagrado entró en el ideario del pueblo al mismo tiempo o paralelamente que la canción popular entraba en la vida laica, pública y privada. Un retablo típico y muy familiar de los judíos era danzar y saltar “al son de tamboril y de la cítara, (...) regocijándose al son de la flauta” (Job 21:12). Job dice: “La bendición del que se iba a perder venía sobre mí, y al corazón de la viuda yo daba alegría” (Job 29:13).
En las Escrituras hay algunos ejemplos de metáforas musicales derivadas del mundo animal. El noble caballo “con ímpetu y furor escarba la tierra, sin importarle el sonido de la trompeta” (Job 39:24). El canto de la tórtola (Cantar de los Cantares 2:12) y de los pájaros al amanecer (Eclesiastés 12:4; Salmos 104:12), son expresiones comunes en el vocabulario del pueblo; por lo tanto, no es nada extraño encontrarlas en un texto bíblico. Sin embargo, una impresionante descripción de horror se relata en una ciudad castigada por Dios, la destrucción de Nínive: “Rebaños de ganado harán en ella majada, todas las bestias del campo; el pelícano también y el erizo dormirán en sus dinteles; su voz cantará en las ventanas; habrá desolación en las puertas, porque su enmaderamiento de cedro será descubierto” (Sofonías 2:14; cit. Isaías 38:14; 59:11; Miqueas 1:8).
Con frecuencia, la naturaleza también está representada en la metáfora musical, como por ejemplo: “Entonces cantarán los árboles de los bosques delante de Yahvé” (1ª Crónicas 16:33).
Hay otras alegorías realistas: las voces de la naturaleza, la furia del mar o el susurro de los bosques que se mezclan con la idea de adorar al Creador. Las más significativas son:
“Prorrumpid, montes, en alabanza; bosque, y todo árbol que en él está; porque Yahvé redimió a Jacob, y en Israel será glorificado” (Isaías 44:23).
“Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Yahvé, la hermosura del Dios nuestro” (Isaías 35:1 y 2).
“Cantad alabanzas, oh, cielos, y alégrate, tierra; y prorrumpid en alabanzas, oh, montes” (Isaías 49:13).
“Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso” (Isaías 55:12).
“¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, Cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?” (Job 38:7).
“Se visten de manadas los llanos, y los valles se cubren de grano; Dan voces de júbilo, y aun cantan” (Salmos 65:14).

Desde el punto de vista de la investigación musical, el Libro de los Salmos merece un lugar especial. En ninguna otra parte del Antiguo Testamento aparecen tantas referencias a la práctica musical. Éstas son de vital importancia para la comprensión de la música sagrada de Israel. Muchos exégetas se han ocupado profusamente de su interpretación. En el mercado literario existe una vasta bibliografía sobre términos y conceptos musicales que, en realidad, contienen serias contradicciones. En el siguiente capítulo examinaremos detenidamente dichos términos musicales. No obstante, ahora sólo nos limitaremos a resumir las referencias a la música que aparecen en el Libro de los Salmos.
            “Cantaré al Señor”, “cantad al Señor” y “cantad al Señor un cántico nuevo” son algunas de las formas estereotipadas que aparecen en los Salmos. Aproximadamente hay unos treinta y cinco pasajes: 13:6; 27:6; 28:7; 30:5; 30:13; 40:4; 47:7; 57:10; 59:17; 61:9; 66:2; 66:4; 68:5; 68:33; 69:31; 81:2; 89:2; 92:2; 95:2; 96:1 y 2; 98:1; 98:4; 101:1; 104:33; 105:2; 108:2 y 4; 135:3; 144:9; 147:1,7; 149:1 y 3.
            Alabar a Dios con el sonido de los instrumentos es también una fórmula de uso frecuente. Por ejemplo: “Aclamad a Yahvé con arpa; Cantadle con salterio y decacordio” (Salmos 33:2). Este último término, el salterio de diez cuerdas (decacordio) se menciona también en otros dos pasajes de los Salmos: “En el decacordio y en el salterio, En tono suave con el arpa” (Salmos 92:4) y “Oh, Dios, a ti cantaré cántico nuevo; Con salterio, con decacordio cantaré a ti” (Salmos 144:9).
            Exaltar al Señor con instrumentos de cuerda y con la música en general es una expresión preferida por los salmistas (Salmos 57:9; 71:22; 81:2 y 3; 98:5 y 6; 108:2 y 3; 147:7). Y, como colofón de la expresiva fuerza de la música sagrada, en los dos últimos Salmos (149 y 150), el canto, la interpretación y la danza ensalzan la gloria del Eterno.
            Una antigua ceremonia religiosa de carácter artístico son las danzas que se hacían rodeando el altar. Se menciona en Salmos 26:6. Otras referencias a este antiguo rito se puede constatar en Salmos 48:12: “Se alegrará el monte de Sión; se gozarán las hijas de Judá por tus juicios. Andad alrededor de Sión, y rodeadla”.[8]
El acercamiento espiritual a Dios se acostumbraba a anunciar con sonido de trompeta” (Salmos 47:6). Este instrumento se utilizaba para proclamar la revelación divina, siendo su brillante sonido el símbolo del esplendor y gloria que emanaba de la presencia de Yahvé.
Muchas veces, enigmas, parábolas y algunos de los vaticinios de los profetas fueron pronunciados con acompañamiento musical (Salmos 49:4; 1ª Samuel 10:5).
La música ofrece consuelo al hombre en su aflicción (Salmos 77:6; Job 35:10). El canto y las leyes divinas quedaron estrechamente vinculadas a la conciencia de los hebreos: “Cánticos fueron para mí tus estatutos” (Salmo 119:54).
En medio del cautiverio y de la desgracia y humillación de la deportación babilónica, la alegría de los cantos menguó (Salmos 137:2-4). Quienes los habían llevados cautivos les pedían que cantaran los cánticos de Sión. Esta descripción expresada en negativo, es sumamente expresiva acerca de la magnitud de la música en el Templo de Jerusalén.
Sin embargo, a pesar de la tristeza que presenta la música en Babilonia, los siguientes Salmos irradian alegría y gozo, profiriendo gloria en cada uno de ellos. Los últimos seis Salmos son una sola canción y una continua alabanza al Eterno. Todos los fenómenos de la vida humana, todos los impulsos de la naturaleza con todos sus elementos y todas las expresiones de las emociones humanas se congregan y utilizan para exaltar la grandeza y la misericordia del Creador. El salmista agota todas las posibilidades literarias, utilizando todas las metáforas posibles, dando rienda suelta a la exhuberancia de sus sentimientos y convicciones. Para el autor, la música se convierte en la personificación de la adoración a Dios. Más allá del lenguaje literario y de todos los fenómenos de la vida, la música está destinada a glorificar a Dios (Salmos 149:3; 150:3-5).
Al final, después de este clímax espiritual mostrando el poder simbólico de la música, al salmista no le queda otra opción que exclamar: “Todo lo que respire alabe a Yahvé, ¡Aleluya!” (Salmo 150:6).

En contraste con el Libro de los Salmos, el Cantar de los Cantares es de menor interés para este estudio. Esta joya de la poesía lírica está prácticamente desprovista de cualquier indicación en cuanto a la forma en que se cantaba en el antiguo Israel. El Cantar de los Cantares se atribuye a Salomón, poeta y músico, por lo que se puede suponer que fue cantado con acompañamiento instrumental. Sin embargo, no existe ni la más mínima base para tal suposición, ya sea en el propio texto o en fuentes de la época o posterior.[9]
Aparte de su explícito título el Cantar de los Cantares, contradictoriamente este libro no tiene referencias a la música y al canto. Unas someras alusiones amorosas a la dulce voz de la novia (2:14), la voz del amado (5:2) y una bienvenida a la llegada del ‘tiempo de la canción’ (2:12), son las indicaciones más cercanas a este arte. En otro pasaje el autor alude a la ‘danza de Mahanaim’ (7:1), que de forma similar al canto antifonal se llevó a cabo por dos grupos de baile.
Algunos pasajes del Eclesiastés revelan una estrecha relación del autor con la música. Entre sus atribuciones y privilegios reales, Salomón relata: “me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música (shiddah)” (Eclesiastés 2:8).
La filosofía racional se expresa mediante una metáfora en la que ‘danza’ es sinónimo de ‘música’: “Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar” (Eclesiastés 3:4). El desprecio por el canto frívolo se expresa por el contraste: “Mejor es oír la reprensión del sabio que la canción de los necios” (Eclesiastés 7:5). En el juicio de Dios, “todas las hijas del canto serán abatidas” (Eclesiastés 12:4).
La antigua costumbre hebrea de los plañideros profesionales interpretando cantos fúnebres en los funerales, se refleja en el pasaje: “porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán alrededor por las calles” (Eclesiastés 12:5). Para el hombre temeroso de Dios, el canto es una parte intrínseca de su vida: “En la trasgresión del hombre malo hay lazo; mas el justo cantará y se alegrará” (Proverbios 29:6). No se puede cantar con alegría cuando el corazón está afligido (25:20). En las entradas de las ciudades claman en voz alta (8:3) (La Septuaginta traduce: "ella canta su canción"). La ciudad se alegra en el bien de los justos (11:10). La estupidez de los necios es drásticamente comparada haciendo un símil con la danza: “Las piernas del cojo penden inútiles; Así es el proverbio en la boca del necio” (26:7).

Cuando algunas familias y sectores del pueblo ascendieron de nivel de vida, convirtiéndose en ricos y adictos al lujo, el libertinaje y el desenfreno empezó a extenderse. Anteriormente, la música servía como elemento decorativo de la cotidianidad, alegrando encuentros familiares y sociales. Pero cuando el lujo y la ostentación aumentaron, la música sufrió un cambio radical. Extendió su utilidad como fiesta y excitación de los sentidos, convirtiéndose en el participante imprescindible de un epicureismo sibarita. Los profetas clamaron contra la algazara y el libertinaje; y puesto que la música fue parte de ese desenfreno, también se opusieron a ella, amonestando al pueblo al arrepentimiento e invitando a una vida santa y agradable a Dios.
Job relata la escena: “Salen sus pequeñuelos como manada, y sus hijos andan saltando. Al son de tamboril y de cítara saltan, y se regocijan al son de la flauta. Pasan sus días en prosperidad, y en paz descienden al Seol” (Job 21:11-13). Isaías, denuncia aún más los abusos del lujo, la gula y el libertinaje: “¡Ay de los que se levantan de mañana para seguir la embriaguez; que se están hasta la noche, hasta que el vino los enciende! Y en sus banquetes hay arpas, vihuelas, tamboriles, flautas y vino, y no miran la obra de Yahvé, ni consideran la obra de sus manos” (Isaías 5:11 y 12).
Amós también clama por las mismas razones que Job e Isaías: “Duermen en camas de marfil, y reposan sobre sus lechos; y comen los corderos del rebaño, y los novillos de en medio del engordadero; gorjean al son de la flauta, e inventan instrumentos musicales, como David; beben vino en tazones, y se ungen con los ungüentos más preciosos; y no se afligen por el quebrantamiento de José” (Amós 6:4-6).
El juicio divino será anunciado por el inteligible sonido de alerta: “Vosotros, todos los moradores del mundo y habitantes de la tierra, cuando se levante bandera en los montes, mirad; y cuando se toque trompeta, escuchad” (Isaías 18:3). “Acontecerá también en aquel día, que se tocará con gran trompeta” (Isaías 27:13). Al describir el juicio divino, el profeta predice: “Cesó el regocijo de los panderos, se acabó el estruendo de los que se alegran, cesó la alegría del arpa” (Isaías 24:8). Pero los redimidos podrán cantar otra vez: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es Yahvé, quien ha sido salvación para mí” (Isaías 12:2). Y “en aquel día cantarán este cántico en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro” (Isaías 26:1 ss.).
La peregrinación a la fiesta anual pascual se llevó a cabo en medio de una solemne procesión, con cantos y música: “Vosotros tendréis cántico como de noche en que se celebra pascua, y alegría de corazón, como el que va con flauta para venir al monte de Yahvé, al Fuerte de Israel” (Isaías 30:29).
La victoria sobre el enemigo siempre se celebró con la participación de la música: “Y cada golpe de la vara justiciera que asiente Yahvé sobre él, será con panderos y con arpas; y en batalla tumultuosa peleará contra ellos” (Isaías 30:32).
En el canto de triunfo por la caída del rey de Babilonia, Isaías condena los lujos e implícitamente censura la música: “Descendió al Seol tu soberbia, y el sonido de tus arpas” (Isaías 14:11), destacando, asimismo, el propósito de alabanza en el canto: “Toda la tierra está en reposo y en paz; se cantaron alabanzas” (Isaías 14:7).
Según afirman los profetas, el carácter divino de la música y del canto proviene directamente de Dios: “Porque así ha dicho Yahvé: regocijaos en Jacob con alegría, y dad voces de júbilo a la cabeza de naciones; haced oír, alabad, y decid: “Oh, Yahvé, salva a tu pueblo, el remanente de Israel” (Jeremías 31:7).
Cronistas y profetas usan, preferentemente, los símiles y las metáforas musicales para caracterizar los bruscos cambios de ánimo. Especialmente les agrada expresar con imágenes musicales la transición del gozo al luto o de la alegría a la desesperación. Job describe su miseria con una comparación tomada de la música: “Se ha cambiado mi arpa en luto, y mi flauta en voz de lamentadores” (Job 30:31). Cuando el profeta se apena de Moab, exclama: “Por tanto, mis entrañas vibrarán como arpa por Moab” (Isaías 16:11).
El castigo más grande y terrible que puede caer sobre un pueblo pecador es una existencia sin canto: “Y haré cesar de las ciudades de Judá, y de las calles de Jerusalén la voz de gozo y la voz de alegría, la voz del esposo y la voz de la esposa; porque la tierra será desolada” (Jeremías 7:34; 25:10).
En la caída de Moab “no cantarán, ni se regocijarán” (Isaías 16:10). En su profecía acerca de la destrucción de la ciudad de Tiro, el profeta advierte: “Y haré cesar el estrépito de tus canciones, y no se oirá más el son de tus cítaras” (Ezequiel 26:13).
El castigo de Dios implica el fin del canto y del baile: “Y los cantores del templo gemirán en aquel día, dice Yahvé el Señor” (Amós 8:3). Y “los ancianos no se ven más en la puerta; los jóvenes dejaron sus canciones. Cesó el gozo de nuestro corazón. Nuestra danza se cambió en luto” (Lamentaciones 5:14 y 15).
Incluso en la miseria y en el sufrimiento, un corazón ha de cantar al Señor (Jeremías 20:13). La fórmula ‘cantad al Señor un cántico nuevo’, rara vez se encuentra fuera del Salterio, sólo en las ocasiones solemnes (Isaías 42:10).
Cuando Israel fuere perdonado por el Señor, el universo entero cantará: “Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo” (Isaías 35:6). “Y los redimidos de Yahvé volverán, y vendrán a Sión con alegría” (Isaías 35:10). “Dad nuevas de esto con voz de alegría, publicadlo, llevadlo hasta lo postrero de la tierra” (Isaías 48:20). “Ciertamente consolará Yahvé a Sión; consolará todas sus soledades (...) se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces de canto” (Isaías 51:3). Las atalayas de Sión “alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo” (Isaías 52:8).
Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque Yahvé ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido” (Isaías 53:9). “Levanta canción y da voces de júbilo” (Isaías 54:1). ”He aquí que mis siervos cantarán por júbilo del corazón” (Isaías 65:14; y también en Isaías 35:2; 44:23; 49:13; y 55:12).
En los cantos de acción de gracias, con frecuencia se utilizan las metáforas musicales. El salmo de dedicación del santuario dice: “Has cambiado mi lamento en baile (...) por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado”  (Salmo 30:11 y 12). Y cuando Ezequías se recuperó de una grave enfermedad, hizo un voto: “por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa de Yahvé todos los días de nuestra vida” (Isaías 38:20).
Cuando el pueblo se arrepintió de nuevo y fueron aceptados por la gracia de Dios, los cronistas nunca dejaron de hacer alusiones a los placeres de la música, como un contraste con la aflicción y el sufrimiento del pasado. Después del arrepentimiento y la expiación se suceden las expresiones musicales:
“Y saldrá de ellos acción de gracias, y voz de nación que está en regocijo” (Jeremías 30:19). “Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su lloro en gozo” (Jeremías 31:13). “Y serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas” (Jeremías 31:4). “Canta, oh, hija de Sión; da voces de júbilo, oh Israel” (Sofonías 3;14), porque Yahvé está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sofonías 3:17).
Todas estas profecías reflejan la actitud espiritual del pueblo hebreo respecto a la música. Ésta es la dispensadora universal de la alegría, la personificación de la bienaventuranza, un elemento indispensable en la existencia humana. Los pronunciamientos de los profetas son más relevantes si tenemos en cuenta que en su mayoría representan las mismas palabras de Dios, revelado por boca de los profetas. Estas palabras divinas, que utiliza metáforas musicales, son una prueba indefectible para observar la altura ética de la música en el concepto social y cultural de la antigua Israel.
Las trompetas y cuernos, como locutores de lo solemne o como vociferantes de trágicos acontecimientos, son citados en muchos pasajes bíblicos en un sentido metafórico. El potente sonido de una voz es como el sonido de la bocina (Isaías 58:1; Oseas 8:1). El cuerno advierte y amenaza (Isaías 18:3) y congrega a personas para la guerra (Jeremías 4:5). El sonido de la bocina se mezcla con el estruendo de la batalla (Jeremías 4:19 y 21). Cuernos y trompetas llaman a Israel a la lucha (Oseas 5:8). La guerra se anuncia por el sonido de la bocina (Jeremías 42:14; 51:27; Ezequiel 33-3-5). También toca en el presagio de una inminente catástrofe (Joel 2:1), o en la convocación de una asamblea (Joel 2:15).
El sonido de la bocina provoca terror y alarma: “morirá Moab con tumulto, con estrépito y sonido de trompeta” (Amós 3:6). “Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de oscurecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres” (Sofonías 1:15 y 16). “Acontecerá también en aquel día, que se tocará con gran trompeta, y vendrán los que habían sido esparcidos en la tierra de Asiria (...) y adorarán a Yahvé en el monte santo, en Jerusalén” (Isaías 27:13). “Y Yahvé el Señor tocará trompeta, e irá entre torbellinos del austro” (Zacarías 9:14).
La música participó en los funerales y duelos por los muertos. Las ceremonias fúnebres se llevaron a acabo con los lamentos de las plañideras profesionales (1ª Reyes 13:30). Las endechas eran acompañadas por flautas (Mateo 9:23). Incluso el individuo más pobre tuvo que contratar para el funeral de su esposa, al menos, a dos instrumentistas y una mujer que llorara.[10] Como una metáfora, el sonido de la flauta era sinónimo de luto:
“Mi corazón resonará como flautas por causa de Moab, asimismo resonará mi corazón a modo de flautas por los hombres de Kir-hares” (Jeremías 48:36). Los lamentos fúnebres se mencionan muy frecuentemente en la Biblia (1ª Reyes 13:30; 2ª Crónicas 35:25; Eclesiastés 12:5; Jeremías 9:18; 22:18; Amós 5:16 y 17). Una referencia de carácter de lamento funerario se muestra en el pasaje bíblico de Zacarías 12:12-14: “Y la tierra lamentará, cada linaje aparte; los descendientes de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí”.
La estrecha afinidad entre lo musical y el pensamiento social en Israel es una concomitancia que se muestra en toda la Escritura. Por lo tanto, los modales de un hombre agradable y el grado de su popularidad se caracterizaban por un símil musical:
“Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra”. Los instrumentos musicales daban alegría y eran muy preciados. Entre los tesoros del príncipe de Tiro se mencionan los ‘tamboriles y flautas’ (Ezequiel 28:13).
Las campanillas (mezillot) se colgaban en el cuello de los caballos y otros animales domésticos para protegerse de los malos espíritus, aunque en Zacarías 14:20 se presenta como anunciador de la santidad de Yahveh.[11]
Los instrumentos de la orquesta de Nabucodonosor, mencionados en Daniel 3:5,7,10,15, pertenecen a una categoría especial: “y al oír el son de la bocina (karna), de la flauta (mashrokita), del tamboril, del arpa (kathros), del salterio (pesanterin), de la zampoña (zumponiah) y de todo instrumento de música (v’kol benê zimra), os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado”.
La música en la corte de Nabucodonosor no pertenecía al ámbito de la música judía. Los nombres de la mayoría de los instrumentos que aparecen en el libro de Daniel no son hebreos. Obviamente, pese a que las formas de los instrumentos eran prácticamente las mismas, el escritor quería hacer hincapié en el carácter pagano de las ceremonias y de la música en la corte de Nabucodonosor, eligiendo bien los nombres y repitiéndolos varias veces hasta cuatro, a fin de que las diferencias constaran. Al mismo tiempo, también quiso dejar evidencia del carácter de los judíos y de la música de Babilonia.
En este breve estudio sistemático de la música en el Antiguo Testamento hemos podido comprobar las cualidades artísticas del pueblo hebreo. Si todos los aspectos se observasen por separado o de manera aislada, es posible que no revelen la auténtica profundidad que esconden. Sin embargo, reconstruido oportunamente, podemos tener una viva imagen de la concepción y práctica de la música en el antiguo Israel. El significado real no siempre se aprecia a simple vista, pero lo que oculta o parece quedar en silencio se hace evidente si convenientemente atendemos a los detalles, claro está, observados desde una visión conjunta y contextualizada.
La tarea que queda por delante es dilucidar los textos que parecen oscuros, de modo que su significado real se pueda apreciar con claridad, despejando las dudas.



[1] Entre los numerosos libros perdidos hebreos, está el Libro de Natán (1ª Crónicas 29:29), el Libro de Gad (2ª Samuel 24 1-25), el Libro de Yehú (2ª Crónicas 20:34), el Libro del profeta Semaías (2ª Crónicas 12:15), el Libro de Iddo el Vidente (2ª Crónicas 12:15), etc.
[2] En otros escritos fuera del Antiguo Testamento existen múltiples referencias a estas pequeñas obras que se interpretaban en el trabajo. El Talmud menciona la canción de los marineros, labradores y tejedores. En general, cualquier profesión basada en una actividad diaria y regular, tenía algunos cantos propios y específicos que se cantaban en plena labor o en la dedicación.
[3] Cualquier fiesta o celebración siempre estuvo acompañada de bailes y danzas. Martín Lutero traduce este pasaje de la siguiente manera: ‘Y saliendo al campo, vendimiaron sus viñedos, y pisaron la uva e hicieron baile’.
[4] Respecto a la participación de la mujer hebrea en actuaciones musicales seculares y sagradas, véase un capítulo posterior afín.
[5] La edad de 20 años, mencionado en 1ª Crónicas 23:24 y 27, no se aplicaba a los cantores levitas sino a otros titulares de cargos entre los levitas. Éstos no se sometieron a un largo periodo de preparación como los cantantes. Recordemos que la edad para poder ser cantor e instrumentista en el Templo era a partir de los 30 años. Esta diferencia de diez años muestra la gran organización y dedicación que tenía la música del Templo.
[6] Los ‘18 salmos de Salomón’, descubiertos en el Codex Alexandrinus, se originaron mucho más tarde (probablemente en el siglo primero) y no tienen nada que ver con Salomón, excepto el nombre.
[7] Sobre estas circunstancias nos informa Flavio Josefo (XX, 9:6), ya que en este momento el canon bíblico del Antiguo Testamento ya estaba cerrado.
[8] Citado en la post-bíblica literatura Mishnah, Sukkah IV:1-6; Midrash, Leviticus XXX:5.
[9] Algunos musicólogos, como Heinrich Ewald o Ernest Renan, piensan que el Cantar de los Cantares es una obra dramática que posiblemente se representó artísticamente con la participación de cantantes, grupos, coros, bailarines y acompañamiento instrumental.
[10] Mishnah, Ketubot IV:4; Tal.Bab., Ketubot 48 a.
[11] Las campanillas en las vestiduras del sumo sacerdote (Éxodo 28:33; 34; 39:25 y 26), tenían un significado bastante diferente. Sin embargo, su propósito era proteger al portador.


Del libro "La música del antiguo pueblo hebreo"
© 2010 Josep Marc Laporta .

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4 comentarios:

  1. LadyMin00:30

    ¿donde puedo encontrar este libro?

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  2. Anónimo21:12

    EN otro post de otro capitulo dice que está en proceso de publicacion.

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  3. Simar Olmos03:24

    Me gustó como ha explicado todo el proceso de la musica de los judios en la biblia. y al aportar apreciaciones personales me parecen oportunas. Algunas me dan tema para revisar pensamientos.

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  4. Kiko III18:40

    buen compendio biblico, muy fino

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