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· Entre la fe y las sobras (2)

© 2013 Josep Marc Laporta.

   La misericordia es el alma del corazón que ama. Sin misericordia, el amor es una postura pública. En un mundo atiborrado de injusticias y pobrezas de toda índole, amar de lejos o a distancia con el gesto de la lástima o del lamento, no es suficiente aval para una fe cristiana que, desde la fe, ha sido llamada a fluir y desprenderse en obras. Detrás de los solemnes rituales religiosos o de las enfervorizadas convicciones adoracionales, muchas veces se manifiesta un cristianismo torpe, vanidoso y autojustificado, ignorante de que la solidaridad es mucho más que una sentida disculpa, y que dar, como justificación de la propia fe, no es la auténtica movilización misericordiosa a la que fuimos llamados.
Las palabras de Jesús exponen, de manera excepcionalmente gráfica y cruda, la realidad de un cristianismo de tendencias litúrgicas, por lo general ausente de la palmaria realidad del mundo: «porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis» (Mateo 25:35-45). La identificación que Jesús hace con uno de los más pequeños es la misma concordancia que hay con las auténticas realidades de nuestro mundo. 

«Tuve hambre y no me disteis de comer» es la identificación con aquéllos que pasan auténtica necesidad, mientras que con la comida que tiramos a la basura en Europa y EEUU juntos se podría alimentar a toda la población de planeta. Entre el 30 y el 50 % del total de la comida que producimos a nivel mundial nunca se llega a consumir. Esto supone que casi 2 billones de toneladas de comida de un total de 4 billones acaba en los vertederos. En los países desarrollados, el 30% de lo que se produce no llega al consumidor por motivos estéticos y, de lo que llega al supermercado, el 30-50% es desechado entre el supermercado y el consumidor. Confusiones de etiquetado, llamativas ofertas que nos hacen comprar más de lo que realmente necesitamos y envasados que no se ajustan a las necesidades reales de los consumidores, hacen que una gran parte del despilfarro en nuestros países se centre en el producto final. Las empresas de catering y los bufets de los restaurantes acaban tirando un tercio de los alimentos que compran. La previsión por especulación y acaparamiento, y el mal hábito de preferir que sobre a que falte son algunos de los motivos del despilfarro en este sector, lo que nos lleva a dejar a muchos ‘pequeños’ con profunda hambre.
«Tuve sed y no me disteis de beber» es la identificación de Jesús con millones de personas que beben y enferman por las malas condiciones de salubridad del agua o porque, simplemente, no tienen agua y mueren. Unos 4.500 niños pierden la vida cada día en el mundo por falta de agua potable o saneamiento. Sólo el año pasado, más de 1,5 millones de niños murieron como consecuencia de la mala calidad del agua y una higiene inadecuada. Se estima que desde el este al sur de África, el 80% de las personas no tienen acceso a agua potable. Dos ejemplos geofísicos apuntan a que en Malasia unos 40 ríos se consideran biológicamente muertos y en India se calcula que el 70% de las aguas superficiales del país están contaminadas, llegando a los puntos de consumo sin tener ningún tipo de tratamiento. Actualmente 1.200 millones de personas del planeta viven en países que tienen escasez de agua. Y como referencia agropecuaria, en la actualidad 3,8 billones de m3 de agua son utilizados al año por los seres humanos; pero alrededor del 70% de esta agua es consumida por el sector agrícola de los grandes e intensivos monocultivos. Detrás de la sed de muchos habitantes del planeta está nuestra responsabilidad hacia muchos de los ‘pequeños’ que nombró Jesús.
«Fui huésped y no me recogisteis» es la identificación del Salvador con los más de 100 millones de seres humanos que en este mundo no tienen hogar y con los 1,6 millones de personas sin vivienda adecuada o en condiciones infrahumanas. Tan solo en Polonia, país con cerca de 40 millones de habitantes, hay nada menos que 300.000 personas sin techo. En España, unas 230.000 personas viven en infraviviendas, mientras que más de 33.000 personas no tienen donde refugiarse, es decir, por cada 100.000 habitantes hay más de 71 personas sin hogar. El 83% son hombres, con una edad media de 38 años y el 37,5% llevan más de tres años sin alojamiento propio. Los ‘pequeños’ a los que se refirió Jesús son también quienes no tienen un techo donde cobijarse de noche ni de día.
«Estuve enfermo y en la cárcel y no me visitasteis» es la identificación con los millones de seres humanos que en la actualidad malviven con una enfermedad crónica y están prisioneros, sin recibir prácticamente nada de sus semejantes. Aproximadamente 10 millones de personas están presas en el mundo y entre ellas se estima que hay un millón de niños, viviendo en condiciones inhumanas, aglomerados en celdas muy pequeñas, sin un sistema sanitario adecuado o sometidos a torturas o encadenados. De las 700 personas que viven en las calles de Barcelona y otras 900 en Madrid, entre un 7% y un 10% de ellos sufre esquizofrenia, trastorno bipolar y de la personalidad, depresión grave y estrés postraumático. Los enfermos y los prisioneros, culpables o no, también son aquellos ‘pequeños’ a los cuales Jesús nos envió.

Acostumbramos a confundir solidaridad con dar algo de lo que tenemos o poseemos, entendiéndolo como un verdadero y supremo acto de generosidad; pero solidaridad no es dar de lo que me sobra, es dar lo que me hace falta. La confusión entre las obras de la fe y la fe que da las sobras es, a día de hoy, significativa. Solidaridad no es dar lo que podemos que dicho de otra manera es dar lo que nos sobra, solidaridad es mucho más. Solidaridad es compartir. Es asumir el precio del dolor y las carencias ajenas, del que sufre ausencia de vida digna, tomando decisiones que atañen a lo que no tenemos, a lo que nos falta, tomando decisiones sobre aquello de lo cual no tenemos jurisdicción ni es nuestra competencia, para dar sin precio ni medida. La seguridad del cristiano que da lo que le sobra, lo que puede, lo que en su presupuesto le viene bien o lo estipulado por el diezmo, es dar sin compartir, porque a un hermano no se le echa lo que sobra, con un hermano se comparte lo que se tiene, incluso no teniendo nada.
Jesús habló muy contundentemente sobre la pérfida fe que da, sí, pero de lo que le sobra: «vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lucas 21:1-4).

La distancia entre la fe y las obras, también es la distancia entre la fe y las sobras. Dar las sobras es la concienzuda y meticulosa respuesta de una mente religiosa y capitalista a partes iguales, que solo ayuda cuando le sobra algo, que jamás se quitaría un plato de comida de la boca para ofrecérselo al hambriento. Las palabras de Jesús resuenan con contundencia: «todo lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron». Dar lo que nos sobra es una manera insuficiente de entender la solidaridad. Dar «conforme a las fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas» (2ª Corintios 9:3), es el análogo consejo de Pablo para decirnos lo mismo: que solidaridad no es dar de lo que me sobra, es dar lo que me hace falta. 


© 2013 Josep Marc Laporta   

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1 comentario:

  1. Andy P14:22

    Dos perlas.... el anterior post y este. Gracias por este segundo tan irrefutable. Estoy muy de acuerdo

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