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· La liturgia del recuerdo


Brevísimo bosquejo de la asignatura 'Liturgias y contenidos éticos' 
(Josep Marc Laporta-Ohio Christian University-2001)

 © 2013 Josep Marc Laporta

       La mayoría de los modos litúrgicos cristianos de la historia han tenido como denominador común una alta interpretación escénica y escenográfica de la espiritualidad, en función pedagógica. En el transcurso de los siglos, el culto cristiano fue, básicamente, instrucción: un formato de discipulado comunitario donde creyentes y no creyentes podían llegar a asumir y entender, a través de distintas simbologías, los misterios de la divinidad.[1] No obstante, muchas veces, en este proceso dialéctico y didáctico de la creencia, en lugar de atender a postulados fundacionales de la fe, la celebración del rito religioso priorizó y magnificó las expectativas perceptivas de los orantes, con nuevas teologías de uso tópico, propiciando endogámicos comportamientos colectivos.
Estas conductas sociales de la devoción, aún siendo legítimas y oportunas,  poco a poco han avivado desmedidamente un prototipo de fe más experimental, manifestándose en la actualidad como una experiencia religiosa dramatizada, vaciando parte del sentido pedagógico y formativo de la liturgia. La tendencia ha propiciado un exceso de vanagloria en la celebración religiosa. Protegidos por liturgias concéntricas e inductivas, dichos componentes rituales han estimulado un cierto tipo de hedonismo espiritual; una actitud del espíritu de matiz egocéntrico, que anhela en la liturgia más un escapismo psicológico y espiritual que una relación contextual con la deidad. Es decir, una especie de salida de emergencia del espíritu humano frente a comprensiones y realidades incómodas.

Jesús raramente habló o enseñó sobre liturgias de orden mayor.[2] Más bien instruyó a los suyos sobre cómo orar, cómo dirigirse al Padre y en qué condiciones personales hacerlo.[3] Utilizando la imagen de la habitación y la puerta cerrada,[4] y censurando actos altisonantes y pretenciosos,[5] el Maestro redujo la alta liturgia hebrea a los lugares más recónditos del corazón humano.[6] Y como sabía que somos cortos de memoria y muy dados a la divagación y exaltación ritual, nos invitó a la liturgia de la rememoración y la conmemoración.[7] Como un vivo ejemplo de nuestra misión, nos comunicó por medio de dos sencillos y austeros símbolos lo que regularmente deberíamos celebrar: un alto en el camino para recordarlo, una sencilla y clara conmemoración instructiva y transformadora, reviviendo así la trascendental razón de su venida a este mundo y nuestra consecuente responsabilidad con el prójimo.[8]
La liturgia del recuerdo que instituyó el Salvador no tiene exhuberantes celebraciones concéntricas, sino altos en el camino con miradas formativas y agradecidas hacia la cruz.[9] La liturgia del recuerdo nos aleja de los confortables y tecnificados santuarios, y nos sitúa en el ámbito del compromiso bíblico y en la atención a la necesidad espiritual y humana del prójimo. Los auténticos templos caminan entre las gentes y no se acomodan entre paredes.
Las liturgias del siglo XXI al uso han convertido las antiguas catedrales de piedra en cenobios de tecnología cúltica y adoración apocalíptica. Las flamantes teologías contemporáneas han propuesto nuevas directrices espirituales que acostumbran a satisfacer las almas de los congregantes con exclusivos contenidos adoracionales. Pero, como un contrasentido, esas complacencias del espíritu fácilmente pueden vaciar el sentido y cometido real de la iglesia y de los que padecen física y espiritualmente dentro y fuera de ella.
La liturgia del recuerdo: rememorarle, conmemorarle con dos austeros símbolos; un alto en el camino de una iglesia que regularmente se detiene para recapitular la esencia de su existencia y compromiso, para volver otra vez al lugar donde Jesús ubicó nuestro templo: en el camino, mezclados entre la gente, con las personas que transitan a nuestro lado.

“Y habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19-Lamentaciones 1:12).
                 “Una iglesia es una iglesia, cuando existe para aquellos que no pertenecen a ella” (Dietrich Bonhoeffer).





[1] Las distintas denominaciones cristianas históricas y contemporáneas han configurado sus liturgias en disímiles formatos y contenidos, muchas de ellas centradas en la cognición del misterio encarnado y una dedicada veneración a la deidad.
La Iglesia Católica instauró su cuerpo doctrinal a través de una liturgia estricta, con la eucaristía como centro y los ritos de iniciación y purificación, y, también, con la confesión de pecados auricular y la mediación del sacerdote en todo ritual. La misa se realizaba de espaldas a los fieles, con el latín como lengua vehicular. La Eucaristía convirtió la Santa Cena en un acto sombrío, con la hostia sacralizada hasta extremos de ser venerada en procesiones y atribuciones de poderes especiales. En la actualidad, han habido cambios sustanciales, abriendo el ritual a algunas variantes litúrgicas, más comprensibles, aunque sin abandonar la clásica estructura.
La Iglesia Luterana practica dos sacramentos: el Bautismo y la Santa Cena, y sus cultos tienen cuatro partes: invocación y adoración, confesión y proclamación de la fe, comunión y bendición final. Pese a que Martín Lutero no quiso romper definitivamente con la liturgia de Roma, la despojó de todo aquello que era contrario a la Palabra de Dios. Tradujo las Escrituras al alemán y le dio a la predicación un impulso transformador, además de otorgar a los cantos un valor congregacional y pedagógico.
El culto calvinista y/o presbiteriano consiste en la predicación, las ofrendas de comunión, las oraciones y canto de los Salmos, y la Santa Cena, celebrada cuatro veces en el año, con la participación abierta a toda la comunidad. Todo ello reunido en dos liturgias: la de la Palabra y la del Aposento Alto. La primera incluía la lectura de los Salmos, la confesión de pecados, la oración de iluminación y el sermón. La segunda constaba de colecta con oración, intercesiones, el Padre Nuestro parafraseado, la recitación del Credo apostólico, la institución de la Santa Cena con oración de exhortación y consagración, la oración postcomunión y la bendición Aarónica.
La Iglesia Anglicana dispone de distintos rituales para todo el año, con un contenido litúrgico ordenado por fechas. El culto episcopal sostiene dos sacramentos ordenados por Cristo y esenciales para la salvación: el Santo Bautismo y la Santa Misa, más la Comunión y la Eucaristía; aunque existen además otros cinco sacramentos, que no se aplican a todas las personas y no tienen relación con la esencia salvífica: la confirmación, la ordenación (diáconos presbíteros y obispos), el santo matrimonio, la reconciliación de un penitente y la extrema unción.
Los metodistas formaron su liturgia a partir del Libro Común de la Iglesia Anglicana, con la predicación de la Palabra y la Santa Cena como elementos centrales, además de un marcado acento en la oración, la piedad y una vida de santidad. El culto habitualmente consta de Preludio, Himno, Llamado a la adoración, Oración de confesión, Meditación personal, Oración de perdón, Himno, Lectura de la Palabra, Recitación del Credo, Predicación, Llamado a la oración, Ofrendas, Himno, Oración, Bendición y Postludio. A principios del siglo XVIII, el evangelismo masivo entró a formar parte activa del culto, proporcionando nuevas actividades básicamente centradas en la liturgia.
Las Iglesias Bautistas, como su nombre indica, inciden de manera determinante en el bautismo de adultos. Esta peculiaridad invita a una liturgia centrada en la predicación, los himnos y el anuncio público de la salvación en Cristo. Es una predicación de púlpito y una liturgia ambivalente, con énfasis en la Escuela Dominical, las ofrendas y la mayordomía cristiana. La celebración de la Santa Cena es, por lo general, administrada mensual o quincenalmente.
Los Hermanos de Plymouth o simplemente Iglesias de Hermanos, centran su liturgia en el culto libre de Partimiento del Pan o Santa Cena. Reunidos alrededor de la mesa con los símbolos, tienen un extenso tiempo libre en el que cada creyente puede compartir libremente un canto, una lectura, un comentario bíblico o una oración, para, posteriormente, partir el pan y tomar de la copa. Seguidamente, la predicación de la Palabra –con alta erudición bíblica y teológica– y las ofrendas, ponen punto y final al culto. La fuerte tendencia a la instrucción bíblica y la sana doctrina, y la atención al culto libre con la Santa Cena como centro, otorga a la liturgia de los Hermanos un cariz diferenciador respecto a otras denominaciones cristianas.
Las Iglesias Pentecostales han conformado sus cultos en la llamada ‘libertad del Espíritu Santo’. Los dones del Espíritu, sus manifestaciones de poder y la glosolalia son tres aspectos característicos de su liturgia, además de una manifiesta actitud de alabanza y adoración en toda la celebración. En un ambiente de gran fraternidad, con cantos, alabanzas, oraciones, testimonios, sanidades y el mensaje de parte de Dios ofrecido a la comunidad a través de quienes predican su Palabra, la liturgia pentecostal es un compendio de formas renovadas o avivadas en la experiencia del Espíritu Santo. La Santa Cena es una parte más del culto, sin disponer de una clara preferencia teologal.

[2] El Nuevo Testamento se desarrolla como si el mundo del templo judío de hecho no existiera –apenas queda reflejado su sistema cultual–, por lo que Jesús prácticamente no hace referencias implícitas a la liturgia del templo, aunque en diversas ocasiones se muestra buen conocedor de su función religiosa (Juan 2:16; Mateo 12:4; Lucas 6:4; Mateo 21;13; Marcos 11:17; Lucas 19:46; Mateo 21:23; Marcos 12:35; Lucas 19:47; 21:37; Juan 2:14; 5:14; 7:28; 8:2-20.59; 10:23; 18:20; Mateo 26:55). No obstante, los evangelios no nos muestran explícitamente a Jesús orando en el templo, mientras mencionan frecuentemente su oración en otros lugares, sobre todo en soledad (Marcos 1:35; 6:46; Lucas 3:21; 5:16; 6:12; 9:18; 10:21; 11:1; 22:31; Juan 11:41; 12:18; Mateo 11:25); tampoco nos hablan de que Jesús ofreciera sacrificios en el templo; ni siquiera nos dicen que hiciera inmolar el cordero pascual en él (Mateo 26:17s; Marcos 14:12s; Lucas 22:7s).
[3] Mateo 6:5-18; Lucas 11:2-4.
[4] Mateo 6:6-7.
[5] Lucas 18:9-14.
[6] Mateo 12:34-35; 15:19; 18:35; 22:37; Marcos 7:20-21; 12:30; Lucas 6:45.
[7] Lucas 22:19; 1ª Corintios 11:24.
[8] Los evangelios y las enseñanzas de Jesús presentan una liturgia cristiana centrada en la Santa Cena, en la rememoración de su muerte pascual, como punto de partida y retorno de la fe. Y también muestran que el discipulado es una instrucción que se realiza en el camino; es decir, en el campo de acción y en constante mezcla con las necesidades de las personas. Así lo hizo Jesús, compaginando su ministerio salvador y la instrucción a sus discípulos.    
[9] Según Hechos de los Apóstoles y las epístolas, los distintos elementos que conforman un culto cristiano o la actividad cristiana son muy variados: Oraciones litúrgicas y espontáneas (Hechos 2:42; Romanos 11: 33-36; 1ª Corintios 14:14); Himnos y Cánticos (1ª Corintios 14:2; Colosenses 3:16; Efesios 5:19); Ósculos santos (Romanos 16:16; 1ª Tesalonicenses 5:26); Lecturas del Antiguo Testamento y apostólicas (Colosenses 4:16; 1ª Tesalonicenses 5:27; 1ª Timoteo 4:13); Predicaciones (Hechos 2:42; 20:7; 1ª Corintios 14:26); Amenes de la congregación (1ª Corintios 14:16); Lenguas e interpretación (1ª Corintios 14:23); Profecías (1ª Corintios 14:16); Sanidades (1ª Corintios 12:9, 28, 30); Santa Cena (Hechos 2:42; 1ª Corintios 10:16; 11:20); Confesiones de fe (1ª Timoteo 6:12; 1ª Corintios 15:1-4); Ofrendas (1ª Corintios 16:1-2); y Doxologías (2ª Tesalonicenses 3:16; Judas 24). No obstante, el llamado a conmemorar y rememorar que instauró Jesús tiene un gran significado teológico y litúrgico: volver al punto de partida de la salvación para agradecer y recordar vivencialmente el origen de nuestra fe, para proseguir en el camino y en la misión al mundo. Las variedades anotadas anteriormente, citadas por Hechos y las epístolas, no necesariamente todas ellas han de formar parte de la liturgia original del culto cristiano. Algunas son absolutamente consustanciales, y otras pueden ser extralitúrgicas, adyacentes o participantes en diferente medida o proporción. 

© 2013 Josep Marc Laporta.

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5 comentarios:

  1. OMAT$07:12

    Interesante..... Pregunto si la cena del Señor tendria que ser nuestro culto racional que dice romanos 12 o es producto de ella. Supongo que debe ser consecuencia de recordar su muerte y resurrección asi hemos de ser luz y sal. Algunos predicadores hacen una distinción entre culto racional y culto espiritual. Para mi todo es culto a Dios porque si empezamos a cortar todo en pedacitos acabaremos haciendo teología de una coma o de un punto. Gracias por esta liturgia del recuerdo....m eha bendecido

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  2. Martina Sanches07:32

    Que gusto volver a leerle después de aquellas clases! Muy cortito el resumen. Me hubiera gustado que hubiera estado otro año con nosotros pero entendemos que fue imposible. Nos quedamos con ganas de mas. Le deseo las mas ricas bendicones de nuestro Dios. El siempre está a nuestro lado y como dice nosotros al lado de la gente.

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  3. Salvina Hdz.05:54

    gracias.. me ha gustado este punto de vista de recordar y continuar andando entre la gente.

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  4. Beni17:35

    Lo he visto en Twittology y estoy muy de acuerdo. Nunca mejor dicho,.. recordar con el pan y el vino y volver a caminar con la gente.. Esta es la iglesia de verdad y no otra.

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  5. Anónimo06:03

    Por ser un brevísimo bosquejo, da para mucho. JEJE!

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