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· ¿Hay solución!


© 2014 Josep Marc Laporta

El cristianismo de pancarta salió a la calle: ‘¿Hay solución!’. Con este enunciado, recientemente los fieles evangélicos se movilizaron en diferentes ciudades españolas para proclamar la propuesta redentora. Fueron decenas de actos, pasacalles y manifestaciones, con música y arengas en distintos escenarios preparados para la ocasión. Detrás y delante de todo ello, el eslogan ‘¿Hay solución!’ presidió cada evento en cada ciudad convocada del país.[1]

Tras los acontecimientos de desconcierto vividos en los últimos años en que la sociedad española perdió la brújula que guiaba su satisfecho bienestar, diferentes propuestas políticas y sociales se multiplicaron intentando dar respuesta a las verdaderas necesidades de la población. Grupos de afectados, manifestantes indignados y asociaciones de desahuciados salieron a la calle desde distintos contextos sociales del país para movilizarse de la manera más comprometida ante la desorientación general. Y, de manera desigual pero implicada, la iglesia evangélica también se ha comprometido con las distintas realidades y desventuras. No obstante, la pasada concentración y manifestación popular evangélica con el lema ‘¿Hay solución!’ fue una inteligible escenificación de la psicología social de la iglesia evangélica en España.
Aunque pudiera parecer un buen y razonable argumento de implicación pública el manifestarse por calles y plazas con cantos y consignas, el pancartismo o el cristianismo del eslogan con su ‘¿Hay solución!’ es una insubstancial respuesta cristiana a las urgentes necesidades sociales de nuestro tiempo. ‘¿Hay solución!’ es un lema bastante inocente ante la compleja percepción de la situación personal y social del hombre de la calle, no solo respecto a lo material sino también a lo espiritual. El panfleto es tan candoroso, que la distancia entre la realidad y la propuesta se ensancha considerablemente hasta el punto de que la credibilidad se ve seriamente amenazada. Con el panfleto, la marca se presenta con ansias de continente, además de pretender convertirse en el contenido.
La contrariedad que presentan las proclamas es que no encarnan el mensaje ni lo resumen, sino lo fraccionan. Y, en consecuencia y desde una perspectiva psicosocial, la sección de un todo es la parte más débil del conjunto, básicamente porque no puede contener toda la esencia ni tampoco es capaz de expresar el alcance real de la propuesta, por lo que se presenta eludiendo las insuficiencias o posibles imperfecciones del producto. Al fragmentarse léxicamente para incitar a una comprensión o aceptación de la totalidad, lo que implícitamente hace es limitarla hasta el punto de que sea descartable por su inconsistencia.
No obstante, el panfleto puede llegar a ser eficaz cuando se pretende vender un calzado deportivo, un perfume o un coche: cosas que tienen un valor desechable. Es decir, una valía que entre iguales puede ser prescindible y, precisamente por su prescindibilidad, es posible anunciarse de manera panfletaria. Sin embargo, cuando el contenido del mensaje es tan ancho, alto, amplio y profundo que para comunicarlo cabalmente necesita de un proceso de personificación y encarnación, es prácticamente imposible crear un escueto eslogan que resuma en una sola frase el alto valor de un precio.
Algunos de los panfletos más populares como Melts in your mouth, not in your hand’[2] de M&M’s, ‘The happiest place on the earth’ de Disneyland[3] o Have it your way’’[4] de Burger King, en realidad vienen a ser parodias del propio producto. Es totalmente plausible que los caramelos se derriten en la boca y que el lugar más feliz de la tierra no está en un parque de atracciones, o que la invitación a hacer lo que quieras es una libertad que puede ir asociada a una hamburguesa o no…, y, asimismo, que los problemas diarios de las personas no se resuelven ipso facto creyendo en Jesús. El panfleto no dice nada nuevo si no se muestra y demuestra, porque solo atañe a las percepciones y los deseos primarios, y solamente se puede comprobar si se compra, si se paga el precio; tanto en los tres primeros casos como en el último. La cuestión es la moneda con la que se paga el producto. Mientras que en los tres primeros ejemplos es con moneda de curso legal, en la última es con la asunción de la encarnación.
La encarnación de Jesús es un valor demasiado alto y costoso como para pretender reducirlo a una marca o un eslogan. Es necesario la implicación personal y vivencial para mostrarlo en su mayor abundancia, por lo que, consecuentemente, ninguna marca o panfleto puede absorber esa profundidad. Pero si a pesar de todo, fuere imprescindible estandarizarlo en un lema, seguramente encontraríamos muchos conceptos o versículos bíblicos narrados en lenguaje contemporáneo que expresarían más acertadamente la dimensión de la encarnación. Si Dios se dignó a despojarse a sí mismo para vestirse de cuerpo humano, asumiendo así nuestro universal y personal fracaso, la pancarta ‘¿Hay solución!’ prácticamente viene a ser una falsedad argumental también de proporciones universales. Jesús no vino para resolver nuestros problemas, porque el majestuoso alcance de su salvación encarnada no es un expediente que resuelve la diaria burocracia de nuestros pecados, deslices, bajezas y sus derivados, ni tampoco nos absuelve de las inclemencias del ropaje humano en el que estamos imbuidos. Jesús vino para mucho más.
Un simple panfleto no puede compendiar ni extractar la profundidad de la encarnación del mensaje de la cruz. Si en un conocido y famoso anuncio, Red Bull proclamaba ufano que beber el producto isotónico ‘te da alas’,[5] sin que después crecieran nuevos apéndices ni se transformara la morfología humana, el cristianismo evangélico no puede suponer que el anuncio de las Buenas Nuevas es una panfletaria proclamación de mágicos y cortoplacistas remedios. En cualquiera de los dos casos, ni Red Bull da alas ni Jesús vino para repartir soluciones. A la marca, al panfleto o al arte propaganda le es imposible abarcar el continente ni puede pretender ser el contenido. Y para que el mensaje pueda ser considerado, atendido y creíble necesita de algo más, de mucho más: despojarse del marco y entrar en las texturas, los colores, tonos y matices del lienzo. En el lenguaje de Dios, encarnarse. En lenguaje humano, implicarse hasta más allá de la etiqueta del precio.
© 2014 Josep Marc Laporta
Documento en PDF: ¿Hay solución!

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[1] Actividades públicas realizadas del 14 al 19 de Julio con pasacalles y manifestaciones en el fin de semana.
[2] ‘Melts in your mouth, not in your hand’ (se derrite en tu boca no en tu mano); M&M’s.
[3] ‘"The happiest place on the earth" (el lugar más feliz de la tierra); Disneyland.
[4]Have it your way’ (haz lo que quieras); Burger King.
[5] ‘Red Bull gives you wings’; Red Bull

2 comentarios:

  1. Salva00:30

    No puedo estar mas de acuerdo.... Merecemos tanta pancarta los que queremos implicarnos más allá de ser objetos? A veces nos movemos como corriente de aguas, detrás de las modas que nos llevan a esponsorizar el evangelio. Somos sponsors, sin pagar como usted dice el precio.

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  2. Manuel Rodríguez20:38

    Duro artículo. Me duele aunque el guion argumental es claro y contundente. Recomiendo no leerlo a mentes indoloras por cualquier fundamentalismo.

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