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· Independencias interdependientes

© 2012 Josep Marc Laporta
 
Los tiempos cambian al compás de las concepciones sociológicas y antropológicas de las personas que conforman las sociedades. Cada pueblo se agrupa por culturas o formas vivas de comprenderse. Sin cultura no hay pueblo; sin pueblo no hay cultura. Por esta razón antropológica, las sociedades son pequeños o grandes compendios o resúmenes de formas de entender la vida, los acontecimientos, los sucesos y su propia biografía, así como la asunción de las costumbres ancestrales o sincrónicas, los procesos de pensamiento y la evolución de sus conductas, usos y tradiciones.
Todos los grandes imperios de la historia han sido supremacías absolutistas de imposición y un reduccionismo cultural del pueblo oprimido. El imperio otomano, el persa, el asirio, el mongol, el azteca, el inca, el macedonio, el egipcio, el griego, el  árabe, el romano, el portugués, el español, el napoleónico, el ruso, el austrohúngaro, del tercer Reich alemán o el británico, todos ellos y otros más han tenido como denominador común el absolutismo, la autocracia y la arbitrariedad social, racial, política y cultural. No obstante, la incidencia imperialista ha ido decreciendo paulatinamente por distintas causas. Una de ellas tiene por móvil la progresiva conciencia de opresión que tuvieron las poblaciones nativas, lo que les llevó a emprender una lucha de liberación contra sus propios dominadores políticos y culturales. Otra de las razones fue la conciencia de pueblo, cultura o particularidad social que poco a poco fue creciendo en el imaginario social de los oprimidos. Y una de las más recientes e importantes ha sido la asunción del concepto y valor de la democracia como arma de emancipación. Al final, todos y cada uno de los grandes imperios del planeta han ido desapareciendo sistemáticamente. Ninguno de ellos perduró por encima de las conciencias de libertad social, política o cultural de los pueblos oprimidos, pese a que aún existen otros imperialismos, por ejemplo, el económico o el mercantil.
Europa no ha permanecido ajena a esos impulsos sociológicos y antropológicos. Los antiguos imperios del continente menguaron en territorialidad y poder hasta dimensiones insospechadas. En el siglo XX, el gran imperio británico perdió dominios, colonias y protectorados hasta convertirse en una convención de países interrelacionados sin grandes interdependencias: la Commonwealth. La potestad británica había alcanzado a todos los continentes del planeta: Asia, África, América, Oceanía y distintos asentamientos en el Mediterráneo, además del propio territorio insular. España tuvo colonias y protectorados en varios continentes, pero entre los siglos XIX y XX, y a causa de distintas revoluciones, enfrentamientos bélicos y obligados acuerdos internacionales, prácticamente perdió todas sus posesiones no peninsulares. Sucesivamente, el imperio portugués, el soviético, el colonial francés o el incipiente tercer Reich alemán se encontraron con la realidad histórica de perder todo poder sobre otros territorios y culturas dominadas.
La realidad europea es elocuente. Tan solo en el siglo XX, más de veinte nuevos pequeños estados se formaron. Por medio de referéndum, en el año 1905 nació Noruega; en 1991, Eslovenia, Croacia, Ucrania y Macedonia; en 1992, Bosnia y Herzegovina; y ya en el 2006, Montenegro. Con declaración unilateral o bilateral de independencia sin conflicto bélico, en 1917 se formó Finlandia; en 1918 Islandia se independizó de Dinamarca; en 1905 se formó como estado Noruega; en 1918 nacieron Estonia, Letonia y Lituania; en 1919, Irlanda; en 1964, Malta; en 1990 tras la liberación del imperio soviético volvieron a ser estados libres Estonia, Letonia y Lituania; en 1991, Bielorrusia y Moldavia se independizaron; Eslovaquia y la República Checa lo hicieron en 1993; y Kosovo en el 2008. Tras modificación de fronteras después de una guerra, Albania obtuvo estado propio en 1912; y Checoslovaquia y Polonia en 1918.
En menos de dos siglos el viejo continente ha visto desaparecer prácticamente todos sus imperios de formato clásico, al tiempo que nuevos pequeños estados se han ido constituyendo, adecuándose a la realidad sociocultural a la que desde siempre pertenecieron. Es decir, la condición política se ajustó al hecho nacional, cultural y social de cada pueblo. Un avance antropológico y sociológico de primer orden: la correspondencia entre pueblo y poder debe tener consonancia administrativa para convenir y acomodar fórmulas sociales naturales de entendimiento y acoplamiento sociopolítico.
La lógica del imperialismo fue –y aún sigue siendo– la supremacía racial o cultural. Por encima del derecho humano y de los pueblos existió –y sigue existiendo– la hegemonía, la ascendencia omnipotente y omnipresente de la gran política sobre la particularidad cultural, lingüística o social. Y aún hoy siguen existiendo naciones sin estado. En Europa, algunas de ellas con tradicional –aunque desigual– conciencia nacional son Escocia, País de Gales, Cataluña, País Vasco, Occitania o Córcega. Sociológicamente, la desaparición de los imperios ha provocado la evolución y progresión de las nacionalidades y particularidades territoriales significativas (básicamente culturales y lingüísticas) hacia estados reales y consolidados. Junto a ellos, los estados hibernados (nacionalidades carentes de un estado propio y simétrico que vele cercanamente por su historia, cultura, simbologías antropológicas y especificidades territoriales) son la cuenta pendiente de una Europa tan multicultural como multisocial.
Las independencias interdependientes son, en esencia, ineludibles realidades antropológicas, culturales e históricas que pueden proporcionar una saludable edificación social en la obligada globalización a la que estamos sometidos. Las fronteras de la globalización son tan anchas, extensas e inalcanzables, que es imprescindible el reconocimiento político y administrativo de las minorías culturales para la consecución de un equilibrio sociopolítico estable. A pesar de los múltiples intentos imperialistas y colonizadores, ni quinientos años ni dos milenios han podido ensordecer las particularidades de muchos pueblos sin estado del planeta. Además de esta realidad histórica, las administraciones políticas de gran dominación tampoco han sido capaces de cubrir y abrigar todas las necesidades psicosociales y de crecimiento sociocultural de la población. En muchos casos, estas lejanas administraciones políticas han provocado otro tipo de imperialismo, el de la construcción y fortificación social y política de la capital o área capitalina en detrimento de los territorios medios y periféricos. El estado francés es un claro ejemplo de ello. Su capital y departamento posee los mayores recursos sociopolíticos para su desarrollo financiero, cultural y social, mientras que los departamentos y ciudades periféricas quedan relegadas social y económicamente, desnaturalizados en lo cultural y en sus anhelos y referencias históricas. El estado español es otro de los ejemplos más significativos. La concepción política del territorio, con sus comunicaciones radiales originadas en la capital (carreteras, trenes, aviación y enlaces y nudos troncales), es la muestra de que, a pesar de la descentralización en 17 dispares comunidades autónomas, la visión supracultural del gran estado impone su tesis geopolítica por encima de específicas realidades históricas y culturales. Pero desde una perspectiva antropológica, estas últimas específicas realidades son las que realmente cohesionan una población o un pueblo con sentido cultural y/o lingüístico propio. Al contrario, una visión exclusivamente geopolítica del estado que prefiere y mantiene antiguas concepciones imperialistas de dominación y relevancia universal en detrimento de la realidad histórica, social y cultural de cada pueblo, son antagónicas y empobrecedoras.
Por su dimensión supracultural y supraeconómica de talante dominante, la globalización requiere que ejerzamos un trato deferente hacia las particularidades de cada pueblo; no sólo y exclusivamente por razones de cohesión histórica, social y cultural, sino también por argumentos burocráticos. Una administración más cercana al ciudadano es más efectiva y notablemente más vinculada a las auténticas necesidades de éstos. No obstante, la pregunta esencial es si la proliferación de pequeñas naciones-estado podría provocar una excesiva atomización y disgregación de administraciones geopolíticas en un mismo continente. Una respuesta pragmática y realista nos lleva a observar que la cercanía administrativa es más útil y efectiva en atención a sus ciudadanos que el centralismo burocrático (evidentemente sin duplicidad de funciones). Pero, además, como la reciente historia ha venido demostrando, la interdependencia de pequeños estados independientes estimula nuevas mancomunidades de intereses generales, ya sean políticas, de defensa militar o proporcionando alianzas en intereses y acuerdos interregionales. Los datos estadísticos son incuestionables: los países del planeta que generan más riqueza y se muestran más estables política y socialmente son de medidas reducidas e interrelacionados entre sí. Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza u Holanda son un claro ejemplo de la viabilidad de los pequeños estados-nación. Como dato paralelo a dicha circunstancia, es interesante destacar el comportamiento económico y social ante la reciente crisis económica mundial de tres pequeños países bálticos: Letonia Lituania y Estonia. Mientras gran parte del mundo desarrollado está sumido en una transcendente crisis económica de dimensiones históricas, los tres pequeños países europeos nororientales están experimentando un crecimiento económico y social notable.
Las pequeñas naciones-estados, independientes en lo político y administrativo e interdependientes en aspectos geoestratégicos comunes, son la conciliación de la globalización planetaria con la realidad histórica, cultural y social de los pueblos de la tierra. Los imperios de antaño sobre los que ‘no se ponía el sol’ (frase atribuida al monarca español Felipe II), es una concepción añeja y absolutista de una resistente e inconmovible manera de entender la administración política, histórica y cultural. La ascensión de las pequeñas naciones-estado que acogen en su seno las características culturales y sociales que le son propias, supone un gran avance histórico, no solo por lo que se refiere a aspectos administrativos o burocráticos, sino por la defensa de las identidades culturales y antropológicas que internamente cohesionan cada sociedad. Porque al fin y al cabo, todo pueblo tiene el derecho a existir, al respeto y validación política de su identidad nacional y cultural, y el derecho imprescriptible e inalienable de su autodeterminación.

© 2012 Josep Marc Laporta.

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5 comentarios:

  1. español muy español06:26

    Me ha gustado como presenta el tema. La verda es que es bastante atrevido en sus planteamientos. Me pregunto si realmente esta atomizacion de pequeños estados naciones se mantendrá por muchos años o si desaparecerá por una nueva guerra muncial o cualquier otra historia económica de bancos, monedas o lo que sea. Soy español y me siento español por todos lados, pero al apuntar que Cataluña y los vascos tienen su propia cultura y nacionalidad sin un estado que ampare su cultura tradicional me pregunto si deberiamos entender que tarde o temprano tendremos una disgrgacion del estado tal y como lo conocemos hoy. Huele a que un dia de estos tendremos un problema con los catalanes y los vascos que nos pediran la independencia. No veo que los partidos politicos actuales, pp y psoe acepten ni un solo paso para una indepenciade vascos y catalanes. mas bien creo que se armara una bien gorda. En fin que entiendo y comprendo las lineas maestras de lo que expone, pero en lo concreto lo veo muy negro.

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  2. Adolfo Rodríguez06:16

    Señor Laporta, sus tesis parecen estar muy bien armadas, pero no veo que ningun estado reconocido internacionalmente como España permita que una parte se escinda del todo solo por esas razones sociologica y antropologicas que apunta. Hila muy bien el tema y hasta puede tener sentido, pero me parece que España es una unión indisoluble de regiones formada por los reyes católicos, lo que le da una historia común indisoluble por eso somos una sola cultura, a pesar que algunas regiones quieran independizarse. Tenemos un pasado común que viene de lejos y no considero que esas regiones nacionalistas tengan argumentos para no ser España. Atina en que los pequeños estados son mas efectivos y que son un contrapeso para la globalización, pero no hay que olvidar que España es un país con muchos años de historia común lo que la hace accesible administrativamente pues tenemos las autonomías. No me parece de recibo su afirmación de que España es un país centralista por un simple ejemplo de carreteras y comunicaciones. Que Madrid como capital tenga más poder que otras ciudades es comprensible. No hay estado fuerte sin una capital fuerte. No estoy de acuerdo con que España es centralista.

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  3. libertad07:19

    No hay mas ciego que el que no quiere ver. Mas clarito el agua, señores!! España es un país de naciones, entre ellas está Castilla que ha impuesto su lengua a todo el imperio, a los vascos, catalanes, valencianos, baleares, gallegos, asturianos, aragoneses,erc. Somos un remix que nos hemos entendido obligados porque en la mente de la mayoría aun tenemos el tic del imperialismo, pero como dice el articulista los estados que realmente funcionan son pequeños con alianzas estratégicas entre sí. Ya va siendo hora de que entendamos que hay muchas culturas sin estado que han sido invadidas por la fuerza y que ahora se nos llena la boca de que tenemos una historia común y demás monsergas…. Claro, con que los señoritos castellanos tienen su lengua tan bien protegida, los demás que se jodan!! Y con que la lengua del imperio es el castellano.español, que nadie se mueva que si no no sale en la foto.
    A ver si depiertan de la siesta eterna y abren los ojos porque el mundo ha cambiado hace años. Y en Europa cada vez hay mas países pequeños que son los que funcionan y crecen. A ver…………. yo me puedo divorciar de mi mujer pero mi tierra,, que tiene una lengua y una cultura distinta a la imperialista española,,, no se puede divorciar de España?.- Mira por donde me puedo divorciar de mi mujer y no de un estado que no es el mío=??? Anda ya! Y encima dicen que para separarse hay q hacer un referéndum en todo el país, como si para divorciarme de mi mujer tuviera que preguntarle si está de acuerdo o no….. Para descojornarse!! Me piro vampiro!!

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  4. Simbad06:35

    Estoy totalmente de acuerdo. Me parece muy acertado su planteamiento, libre de prejuicios y miedos y absolutamente realista. Creo que está en lo cierto al afirmar que muertos los imperios , las culturas , pequeñas o grandes, necesitan su estado para ser reconocidas internacionalmente. Y si para eso han de surgir pequeños estados.. . pues es lo que hay.

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  5. José Antonio Marina17:59

    Ya veo que esto da que hablar, pero me parece que la estructura del artículo está bien. Tiene lógica. Si nos abstraemos de los aspectos sentimentales, lo que se plantea es de una lógica aplastante. Pienso que las indentidades de los pueblos son necesarias y deben tener administraciones a su medida, libres de otras superiores y capaces de ayudar a su comunidad. No le veo ningún problema al planteamiento de mi colega. Aunque a mí no me agradaría que ninguna parte del estado español se diseccionara del todo. Pero es una cuestión sentimental y emotiva, y de siglos de historia común.

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