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· Martin Niemöller:
la extraña fe de los patriotas

1-     Martin Niemöller
2-    Liga de Emergencia de Pastores
3-    Ruptura con Hitler, Iglesia Confesante y prisión
4-    Controvertida y polemista figura
5-    La extraña fe de los patriotas

© 2017 Josep Marc Laporta

 

     De Martin Niemöller,[1] popularmente solo conocemos un celebrado fragmento de un sermón pronunciado en Kaiserslautern en Semana Santa de 1946, titulado «¿Qué hubiera dicho Jesucristo?». Y aunque en castellano Bertolt Brecht se llevó los honores de la autoría durante años, el relato original es de Niemöller, fraguándose cuando ya había tomado su gran decisión: dejar de apoyar el gobierno de Adolf Hitler para optar por la Iglesia Confesante.
     La vida de Niemöller es el claro ejemplo de ese tipo de extraña fe que sustenta a cristianos patriotas en cualquier rincón del mundo. Una fe que acostumbra a refugiarse disimuladamente, o no, en la conciencia de un bien superior personalizado en la propia nación. Una fe que, escondida y amparada en fervientes y dogmáticas creencias cristianas, defiende la supremacía axiológica de la tierra donde se ha nacido y crecido, hasta el punto de darle rango teológico.

MARTIN NIEMÖLLER

     Hijo del pastor luterano Heinrich Niemöller, Martin nació en la ciudad westfaliana de Lippstadt, Alemania, el 14 de enero de 1892. Pronto, a sus 18 años, se convirtió en cadete de la Armada Imperial alemana. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, y con 22 años, fue asignado a un U-Boot submarino alemán del cual finalmente fue nombrado comandante. En 1919 se casó con Else Bruner, con quien tuvo seis hijos. Sin embargo, en 1920 decidió seguir el camino de su padre y comenzó su formación teológica en el Seminario de la Universidad de Münster.
     Sus convicciones y nacionalismo pro-monárquico lo convirtieron en un ferviente defensor nacionalista en los sucesos de Prusia. Pero a medida que la inflación y la agitación económica y política aumentaron en Alemania durante 1922, Niemöller trabajó a tiempo parcial colocando vías de ferrocarril mientras continuaba sus estudios en el seminario. Al año siguiente empezó a trabajar en la Misión Luterana de Westfalia, una organización que supervisaba las actividades de bienestar social de la Iglesia Evangélica Luterana en la región. Pero en 1931 renunció al puesto y se convirtió en pastor ayudante de la Iglesia de Santa Ana, una parroquia en el suburbio de Dahlem, en Berlín.
     Siguiendo con las convicciones aprendidas en su juventud, los sermones de Niemöller reflejaban un fuerte sentimiento nacionalista. Sentía que la democracia y la influencia extranjera habían llevado a una fragmentación social muy perjudicial y a un excesivo énfasis en el individuo. Niemöller creía que Alemania necesitaba un líder fuerte para promover la unidad nacional y el honor. Cuando Hitler y el Partido Nacional Socialista surgieron, promocionando lemas nacionalistas y defendiendo la autonomía del culto privado de la fe cristiana, Niemöller votó por los nazis, tanto en las elecciones estatales prusianas de 1924 como en las elecciones parlamentarias nacionales de finales de marzo de 1933. En ellas Hitler defendió la importancia del cristianismo para la nacionalidad alemana y su trascendente papel en la renovación de la moral y la ética nacional, lo que llevó a Niemöller a acoger con entusiasmo al Tercer Reich. Años más tarde confesaría que incluso el antisemitismo de Hitler reflejaba una versión más extrema de su propio prejuicio en aquel momento.

LIGA DE EMERGENCIA DE PASTORES

   Los primeros conflictos de Niemöller con el nacionalsocialismo surgieron de su oposición a los Cristianos Alemanes (Deutsche Christen), una facción pro nazi dentro de la iglesia protestante alemana que buscaba aplicar el dogma racial nazi a la membresía de la iglesia, de tal manera que excluía del ministerio y de los puestos de enseñanza religiosa a los llamados no arios[2].
     La ideología de los Cristianos Alemanes se expresó muy diáfanamente en el discurso de uno de sus líderes, el Dr. Reinhold Krause, en el Rally del Palacio de los Deportes, en 1933. Ensalzando a Martín Lutero como representante y símbolo militante para la preservación de la raza y cultura alemanas, los Cristianos Alemanes abrazaron la ideología racial nazi y exigieron que todos los elementos judíos, incluido el Antiguo Testamento, fueran excluidos de la teología cristiana. Esta manifestación fue vista como blasfema y condujo a una radical caída en el apoyo a los Cristianos Alemanes.
     Pero los ataques dialécticos a miembros de iglesias no arias ya habían llevado a Niemöller y a otros a establecer la Liga de Emergencia de Pastores (PEL) en septiembre de 1933, también llamada Pfarrernotbund. El PEL se opuso a la introducción de criterios racializados para el clero y combatió la agenda cristiana alemana. Esta organización se convertiría en precursora de la Iglesia Confesante, una facción de la iglesia protestante fundada en mayo de 1934 para oponerse al liderazgo cristiano alemán. Dietrich Bonhoeffer y Martin Niemöller serían destacadas figuras del PEL y de la resultante Iglesia Confesante, exponiendo una serie de argumentos críticos frente a los Cristianos Alemanes:
   1) la politización del liderazgo de la iglesia, considerada como una interferencia injustificada del Estado en el aparato de la iglesia;
     2) el otorgamiento de una esencia divina a la historia y cultura alemanas, que alentó el nacionalismo ateo, desalentando la fe cristiana; y
     3) la expulsión de los judíos convertidos, elevando la denominada ciencia de la raza por encima de la conversión y el bautismo.
     Sin embargo, el PEL había enfatizado repetidamente que las críticas al Estado nazi se limitaban a asuntos internos de la iglesia. Pero la oposición doctrinal de Niemöller a los Cristianos Alemanes, inicialmente no alteró su apoyo político a Hitler y los nazis. Cuando el Führer retiró de manera muy desafiante a Alemania de la Liga de las Naciones en octubre de 1933, Niemöller, en representación del PEL, le envió un telegrama de felicitación, enfatizando el patriotismo del gobierno. Evidentemente, Niemöller siguió siendo un antisemita declarado a lo largo de la década de 1930, justificando sus prejuicios al referirse a las enseñanzas cristianas de que los judíos eran culpables de deicidio, el asesinato de Jesús. En un sermón de 1935, Niemöller describió a los judíos como «gente muy dotada que produce idea tras idea para el beneficio del mundo, pero que sea lo que sea lo que generen, todo cambia en veneno y todo lo que cosechan es desprecio y odio». La oposición de Niemöller a las leyes raciales era solo respecto a las personas que se habían convertido al cristianismo e inicialmente favoreció el establecimiento de una iglesia separada para ellos.

RUPTURA CON HITLER, IGLESIA CONFESANTE Y PRISIÓN

     Un punto de inflexión en las simpatías políticas de Niemöller fue una reunión en enero de 1934 entre Adolf Hitler, Niemöller y dos prominentes obispos protestantes para discutir las presiones del Estado sobre las iglesias. En la reunión quedó evidenciado que el teléfono de Niemöller había sido interceptado por la Gestapo y que el PEL estaba bajo estrecha vigilancia gubernamental. Después del encuentro, los dos obispos firmaron una declaración de lealtad incondicional al Führer, pero Niemöller empezó a ver el Estado nazi como una dictadura, a la que se opondría.
     Estas disputas doctrinales indujeron a Niemöller y a otros, como Dietrich Bonhoeffer, a fundar la Iglesia Confesante en mayo de 1934. La Iglesia Confesante se declaró a sí misma como la única y verdadera Iglesia Luterana en Alemania, recibiendo su inspiración directamente de Dios.[3] Niemöller, predicador carismático y apreciado, pronto fue muy conocido en Berlín por sus sermones críticos. A pesar de las advertencias de la policía, continuó predicando contra los intentos del Estado de interferir en el gobierno de la iglesia y lo que él veía como el neo-paganismo alentado por los nazis. Como consecuencia, Niemöller fue arrestado varias veces entre 1934 y 1937.
     En julio de 1937, los oficiales de la Gestapo detuvieron nuevamente a Niemöller, acusándolo de «declaraciones de traición» y encarcelándolo en un solitario y duro confinamiento de la prisión de Moabit, en Berlín, durante siete meses y medio, hasta su juicio. En febrero de 1938 fue declarado culpable en virtud de la Ley para la Prevención de Ataques Temerarios contra el Estado y el Partido y la Ley para el Mantenimiento del Respeto de los Uniformes del Partido, siendo condenado a siete meses de detención y a una multa de 2.000 Reichsmarks. Aunque su sentencia de prisión había sido cumplida en espera de juicio, la Gestapo puso a Niemöller bajo orden de detención preventiva y lo encerró en el campo de concentración de Sachsenhausen, nuevamente en régimen de aislamiento.
     No obstante, incluso mientras estuvo bajo prisión, Niemöller siguió siendo un personaje complejo, cuya oposición al nazismo se yuxtaponía con un fuerte nacionalismo. Ya fuere por una angustia emocional o por un compromiso con los ideales nacionalistas y expansionistas alemanes, intentó volver a alistarse en la Marina, apelando por carta al almirante Erich Raeder, comandante en jefe de la Armada alemana, en 1938 y nuevamente en 1941. En septiembre de 1939 escribió a un antiguo colega del ejército pidiéndole que lo liberaran del campo de concentración para poder luchar por Alemania. Ya en 1941, los funcionarios de la Gestapo trasladaron a Niemöller a Dachau, donde compartió uno de los barracones con disidentes católicos, permitiéndole el acceso a los libros.
     Después de más de siete años de encarcelamiento, Niemöller fue liberado por las tropas estadounidenses en el Tirol, Austria, tras ser transportado por las SS desde Dachau junto a otros presos políticos. Tras la ejecución de Dietrich Bonhoeffer en 1945, dos años más tarde fue elegido presidente de la Iglesia Luterana de Hessen-Nassau, comenzando una gira mundial y predicando la culpa colectiva por la persecución nazi y los crímenes de lesa humanidad. Sus ideas quedaron reflejadas en la Confesión de Culpabilidad de Stuttgart (Stuttgarter Schuldbekenntnis), escrita principalmente por Niemöller en octubre de 1945 y emitida en nombre de la Iglesia Evangélica Alemana.

CONTROVERTIDA Y POLEMISTA FIGURA

     Tras el nazismo, la prominencia de Niemöller como figura opositora le confirió rango internacional, aunque siguió siendo polémico. Rápidamente se hizo muy impopular en Alemania debido a su llamado al reconocimiento de la culpa colectiva alemana. Hizo hincapié en la culpa de las iglesias alemanas por su apoyo al nazismo. Sin embargo, el discurso político de Niemöller siguió mostrando algunos de los prejuicios que lo llevaron a acoger el ascenso nazi al poder en 1933. Culpó de debilidad a la República parlamentaria de Weimar por el ascenso de Hitler y no repudió explícitamente los objetivos políticos de Hitler, condenando inequívocamente solo la interferencia nazi en los asuntos religiosos de la iglesia.
     Niemöller también atacó a las autoridades aliadas por cómo llevaban los procedimientos de desnazificación, emitiendo un edicto eclesiástico que prohibía a los miembros de la iglesia sentarse en los tribunales de arbitraje de desnazificación. También abogó por la pronta liberación de prisioneros de guerra alemanes. El sentimiento nacionalista alemán de Niemöller nunca flaqueó cuando criticó la división de Alemania por los Aliados, afirmando que prefería la unificación, incluso si el país quedara bajo el comunismo. No obstante, Niemöller se convirtió en una figura muy popular en el extranjero. Pronunció el discurso de apertura en la reunión de 1946 del Consejo Federal de Iglesias en los Estados Unidos y viajó por todo el mundo hablando sobre la experiencia alemana bajo el nazismo.
     Ya a mediados de la década de 1950, Martin Niemöller se había convertido en un pacifista, aunque con fuertes tendencias supremacistas. Trabajó con varios grupos internacionales para la paz global, incluido el Consejo Mundial de Iglesias. Murió el 6 de marzo de 1984 a la edad de 92 años.

     A pesar de que sus incongruencias nacionalistas y supremacistas le persiguieron durante toda su vida, una parte del sermón pronunciado en Kaiserslautern en Semana Santa de 1946, titulado «¿Qué hubiera dicho Jesucristo?», ha sido fuente de inspiración y norte en medio de las dificultades políticas y sociales en las que permanentemente el ser humano de todos los tiempos atraviesa. Recogido en forma de poema libre, este fragmento del sermón de 1946 nos pone frente a frente con la realidad de un cristianismo tendenciosamente politizado en su pensamiento nacional. Y también es una sabia reflexión a que, como cristianos, ejerzamos un implicado activismo social, comprometido con los derechos civiles, sociales y humanos; que al fin y al cabo son los derechos del Dios de amor y misericordia hacia nuestro prójimo:

    «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
    guardé silencio, porque yo no era comunista.
    Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
    guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata.
    Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
    no protesté, porque yo no era sindicalista.
    Cuando vinieron a por los judíos,
    no pronuncié palabra, porque yo no era judío.
    Cuando finalmente vinieron a por mí,
    no había nadie más que pudiera protestar».

LA EXTRAÑA FE DE LOS PATRIOTAS

     La extraña fe de los patriotas, representada en parte por Martin Niemöller, es perfectamente transportable a todos los tiempos y a todas las culturas, incluso a España, en la actual confrontación política. Los cristianos del país, radicalizados en bandos según pensamientos nacionalistas, ya sean independentistas catalanes o nacionalistas españoles, reproducen punto por punto y paso a paso algunos de los errores socioteológicos de Niemöller, aunque en otra intensidad. En ambos casos se repiten estereotipos cristianos de tensión nacionalista, a veces con gran radicalidad patriótica y fe sometida a la sinrazón.
     Como es obvio, la ciudadanía que los cristianos tenemos en los cielos (Filipenses 3:21-21) no debería ser pretexto para dejar de inmiscuirnos en la defensa de las realidades políticas que nos conciernen ni, tampoco, ejercer una enardecida y agitada socioteología nacionalista. Tanto sentirse orgullosamente parte de un país, como desear alcanzar una nueva entidad política propia que represente satisfactoriamente, no habría de ser causa ni motivo para excitar espurias pasiones o supremacías moralistas.
     Todo es temporal y, como temporal, puede ser cambiado y transformado dentro de los avatares de los tiempos. En este mundo nada es permanente, ni mucho menos las fronteras políticas y administrativas, que no las humanas. Por ello, ni la encarnizada custodia de la ‘sacrosanta’ unidad de España preconizada por algunos obsesionados cristianos, ni la Arcadia feliz de una República catalana defendida por otros encandilados cristianos independentistas, debiera ser motivo de delirios socioteológicos. Ambas solo pueden ser cabalmente aceptables y defendibles a sabiendas de la temporalidad de nuestro mundo y, sobretodo, en el sabio ejercicio en paz de nuestra responsabilidad como ciudadanos.
     El ejemplo de Martin Niemöller no queda tan lejos de nuestra realidad política, social y espiritual. Pese a los progresos que durante su vida fue dando hacia una fe responsable, el pacifismo y la conciencia cristiana, Niemöller nunca abandonó del todo una supremacía étnica y etnográfica de carácter idolátrico. Su historia es el espejo donde reflejar nuestra realidad. El patriotismo, o el tan acostumbrado y despectivo mote de ‘nacionalista’, no es más que la natural querencia a la tierra que nos ha visto nacer o acoger y la legítima conciencia y opción política por un modelo de administración nacional de un territorio. Pero darle rango de suprema y exclusiva identidad o supeditar la fe cristiana a absolutismos y vigencias idolátricas y patrióticas, es sembrar la cizaña de la discordia y el odio entre hermanos y pueblos.

     «Conocer bien las cosas es liberarse de ellas» (Marguerite Yourcenar).

 

© 2017 Josep Marc Laporta



     [1] Martin Niemöller (Lippstadt, Renania del Norte-Westfalia, 14 de enero de 1892 – Wiesbaden, Hesse, 6 de marzo de 1984)
     [2] Personas consideradas judías bajo las leyes raciales nazis.
     [3] La aparición de La Iglesia Confesante se formalizó cuando diversos obispos, pastores y laicos se reunieron en Barmen del 29 al 31 de mayo de 1934 en el Sínodo de la Confesión del Reino de Dios. Asistieron delegados de 18 iglesias regionales y entre los asistentes, junto a Martin Niemöller, destacaron Dietrich Bonhoeffer, Gustav Heinemann, Hans Christian Asmussen y el teólogo suizo Karl Barth, que había escrito ya en Bonn en 1933 que la Iglesia ha de servir, no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios. Un punto de partida fue la ratificación del reconocimiento de «la Palabra de Dios del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento como única fuente de nuestra fe», principio que los Deusche Christen rechazaban, tanto al descartar de plano el Antiguo Testamento por judío, como al subordinar el cristianismo a la nación alemana aria.
     Los Confesantes acordaron la llamada Declaración de Barmen, que de manera muy específica rechazó la subordinación de la Iglesia al Estado y a las «doctrinas incorrectas» que pretendían subordinar a Cristo a los planes del poder humano. La declaración indicó que la Iglesia «es sólo propiedad de Cristo, y vive y desea vivir únicamente de su aliento y de su dirección».
     La declaración de solo seis puntos ponía el énfasis en distintos pasajes bíblicos refiriéndose a la alternativa entre seguir a Cristo o al Estado:
1-       Jesucristo, como dice la Sagrada Escritura, es la Palabra de Dios que escuchamos, confiamos y obedecemos en la vida y en la muerte. Rechazamos la falsa doctrina que pretende encontrar en otros acontecimientos o poderes la revelación de Dios (Juan 14:6 y 10:1-9).
2-       Cristo nos redimió por voluntad de Dios y no puede ser sustituido en nuestra vida por ningún caballero o rango (1ª Corintios 1:29-31).
3-       La Iglesia es una comunidad de hermanos unidos en el amor de Cristo y rechaza cualquier doctrina que pretenda que abandone esta convicción para supeditar su mensaje a los vaivenes de la política (Efesios 4:l4-16).
4-       La función de la Iglesia no es dominar sobre otros, sino practicar el servicio a todos los demás (Mateo 20:25-26).
5-       El Estado tiene un papel para asegurar el bienestar, la paz y la justicia, y la Iglesia reconoce ese papel y llama a cumplir sus responsabilidades a gobernantes y gobernados, pero la Iglesia confía en la Palabra de Dios que rige todas las cosas y no puede aceptar la falsa doctrina, según la cual el Estado es el único y total regulador de la vida, ni la Iglesia puede convertirse en una agencia del Estado (1ª Pedro 2:17).
6-       Jesucristo nos acompaña hasta el fin del mundo (Mateo 28:20) y su palabra no puede ser encadenada (2ª Timoteo 2:9).

1 comentario:

  1. Salva01:08

    Que gran hombre que a pesar de todo supo cambiar. No es facil cambiar cuando las cosas de este mundo nos aprietan y marcan de tal manera. Que el ejemplo nos sirva para vivir la política con sabiduria del santo y justo Padre celestial.

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