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· La condición de la dignidad


© 2012 Josep Marc Laporta (conf. Casa del Pueblo/S.C. Tenerife)

Se acostumbra a identificar la dignidad como un valor, como un apelativo que beneficia y ampara, como la especificación de lo meritorio y loable entre iguales y desiguales. Sin embargo, la dignidad es una condición incontrovertible e irreemplazable en el ser humano, sea cual sea la persona, sea cual sea la raza, sea cual sea su nivel social o cultural. La dignidad no es un título que hay que conceder, pues todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solamente por su condición humana. El valor del hombre y la mujer difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen un valor de intercambio. Son remplazables. En cambio, los seres humanos tienen valor ilimitado ya que, como sujetos dotados de identidad y capaces de sentir y elegir son únicos e insustituibles. Por sí mismos, tienen una condición, tienen dignidad.
            En la solidaridad, en la cooperación internacional o en la cotidiana ayuda al prójimo, la observancia de la dignidad es la razón sobre la que bascula la acción. En el boscaje de los derechos humanos y de los derechos de la dignidad, la misma dignidad se viste y se trasviste de distintos predicados: de una vida digna, de una habitabilidad digna, de un desarrollo personal digno o de una subsistencia digna. Es decir, acostumbramos a identificar qué dignidad se merece o qué dignidad conviene. Sin embargo, la dignidad es una condición que todo ser humano tiene en razón de su propia esencia y existencia; lo que varía o puede variar es el marco constitutivo y/o comparativo.
            La antropología contemporánea ha modificado antiguos conceptos sobre colonialismo, imperialismo, soberanía, misionología o dominaciones hegemónicas. La perspectiva de la dignidad de los pueblos o de los individuos ha cambiado radicalmente en los últimos decenios. Someter a pueblos mediante el colonialismo, ya no tiene ninguna razón de ser en el siglo de la globalización. Extender misiones religiosas con inculcación de valores espirituales mientras se asaltan tradiciones culturales, tampoco es de recibo. Ejercer un imperialismo socioeconómico o sociocultural está considerado como un atentado a la dignidad de los pueblos y un desprecio a su identidad natural. La antropología ha aportado un alto respeto a la dignidad cultural, social, racial, tradicional o religiosa de los individuos y sus territorios. Todos ellos poseen su dignidad; un respeto que, al mismo tiempo y sin pretenderlo, establece grados o categorías.
            El vivir dignamente, tener una habitabilidad digna o disponer de un desarrollo personal digno puede ser valorado de distinta manera según el enclave geográfico. Una anciana que vive sola y aislada de su familia, con la ayuda de una pequeña pensión de jubilación en un apartamento de una calle de Barcelona o Madrid, puede llegar a considerarse que está viviendo indignamente. Pero, en realidad, esta condición de vida no la hace más demandada de dignidad que otra anciana que vive en una casa de adobe en Mali, sin recursos para sus hijos y nietos, pasando intenso frío por las noches y agobiante calor durante el día. Según sea el enclave geográfico, social y económico, así será la condición y nivel de dignidad que se le asignará socialmente. Es por ello que pretender establecer grados de dignidad universal es una tarea que parece casi imposible. No obstante, aún con esta dificultad, es necesario e imprescindible alcanzar una sensibilidad en este ámbito. Por ejemplo, ¿es digno que una asociación secular o confesional de una ciudad española construya un hogar de ancianos o un geriátrico para las personas mayores de su comunidad que viven solas y disponen de pocos ingresos, mientras otros individuos de la tercera edad de un país africano no tienen ni para su sustento diario ni para una supervivencia digna? La comparativa sufre serias contradicciones éticas y apreciativas.
            La antropología, como ciencia integradora que estudia al hombre en el marco de la sociedad y cultura a la que pertenece, y, al mismo tiempo, como producto de éstas, apunta que la dignidad, como derecho humano, posee una relación directa con el entorno, por lo que los índices de dignidad son componente y producto social del que forman parte, aunque también lo son de un equilibrio social universal. Es decir, establecer que una anciana que vive de su pequeña pensión, sola y sin familia que le quiera o pueda atender, en una solitaria casa de una ciudad española, tiene la misma dignidad que otra de un país africano que no dispone de recursos ni para alimentar decentemente a su descendencia, pasando frío y desventuras, en realidad es situar el índice de la dignidad en valores socioeconómicos antes que en el de la auténtica realidad humana. La condición de la dignidad va más allá de la particularidad del llamado Estado del Bienestar occidental, situando su índice dentro de la realidad social de su entorno y, también, desde una perspectiva socioantropológica, desde los valores propugnados por la Carta Universal de los Derechos Humanos, que afirma “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
            Regalar a niños de algún país africano una caja llena de juguetes occidentales para mitigar de alguna forma su desventura social, ¿es darles la dignidad que merecen o es calmar las conciencias de los dadores europeos? ¿Es necesario inducir a los niños africanos a jugar con juguetes occidentales, cuando ellos son inmensamente felices con sus propios juegos y formas ancestrales de entretenerse? ¿Obtendrán mayor dignidad si juegan con juguetes occidentales dadivosamente regalados o si se proporciona a sus familias y poblados recursos para su desarrollo económico y social? En realidad, la dignidad de los individuos o de los pueblos no se mide por nuestra perspectiva de lo que les hace falta o necesitan según nuestra cultura, sino por cuáles son sus reales necesidades y qué cosas y aspectos les permitirá alcanzar su dignidad en su entorno geográfico, especialmente con sus propios medios.
            La Carta Magna es una excelente referencia sistemática para velar por la dignidad de las personas de manera coherente y sin exclusiones culturales, sociales o económicas éticamente arbitrarias, tanto en su flanco inferior como en el superior. Los mínimos que estipula pueden ser llevados a toda cultura y a todo pueblo, con la seguridad de que su correcta aplicación será lo más ajustada posible a las necesidades de las personas: sin juguetes de plástico occidentales que entretengan a niños africanos que ya saben entretenerse o sin instalaciones geriátricas europeas para mayores solitarios en una sociedad llena de gente y familias a las que, individual y objetivamente, les sobra tiempo y recursos para dedicarlo a sus allegados. Dignificar y resolver una disfunción social por medio de soluciones comunitarias exclusivamente correctivas, es asumir una ética de la dignidad también disfuncional. Por su parte, la Carta Universal propone asumir aquella antigua dignidad de enseñar a pescar antes que, simplemente, dar de comer pescado y, también, no regalar juguetes de plástico con formas de pez, eludiendo así el esfuerzo y la responsabilidad de enseñar a pescar con sus propios recursos y capacidades.
            Existe otra Carta de los Derechos de la Dignidad Humana, el modelo de Jesús de Nazaret: dignificar a las personas en relación a su propio entorno y a su urgencia más específica. Si el necesitado era un leproso que solicitaba sanación (“si quieres puedes limpiarme”), Jesús extiende la mano, le toca y le sana. Seguidamente le recomienda que no lo diga a nadie, sino que se muestre al sacerdote y presente la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio de ellos (Mateo 8:1-4). Es decir, dignifica al damnificado, restituyendo su situación particular y de aislamiento comunitario, además de relacionar socialmente la sanación con los imperativos religiosos de la época, mostrando así su magnanimidad. Los Evangelios bíblicos son un eficaz adiestramiento de cómo Jesús sintió compasión de las multitudes, de cómo asistió integralmente al prójimo, restaurando su autoestima y dignidad, situándolo en el lugar más elevado respecto a su hábitat vecinal, social, religioso y cultural. Y, además, también dignificó al ser humano integralmente, en toda su naturaleza espiritual, perdonando pecados y estableciendo nuevos y definitivos cauces de liberación en el alma.
            La dignidad del ser humano pasa indefectiblemente por el reconocimiento de su particularidad antropológica, sociológica, cultural y espiritual. Pero también es una tarea que pende de la corresponsabilidad universal, pues una vida digna, una habitabilidad digna o un desarrollo personal digno no es una tabla de máximos, sino de mínimos. Dignificar no es establecer una carrera de superaciones hacia un bucólico Estado del Bienestar, sino establecer un bienestar estado en el que todo ser humano pueda sentirse respetado y dignificado. Es una relación de mínimos. Es por ello que dignificar es tomar de la mano al prójimo en su particularidad y peculiaridad, para elevar su autoestima personal y social hasta aquel punto donde se sienta respetado y valorado en su propia y común condición de ser humano. Para lograrlo plenamente, también se debe velar a fin de que tenga satisfechas sus necesidades básicas naturales, tanto físicas, materiales como espirituales. Es la condición de la dignidad.
            Más de un siglo antes del nacimiento de Cristo, un pagano pidió al Rabí Hillel que explicara la ley de Moisés entera mientras se sostenía sobre un solo pie. Hillel resumió todo el cuerpo de la ley judía levantando un pie y diciendo: «No hagas a los demás lo que odiarías que ellos hicieran contigo». Un siglo después, la Regla de Oro pronunciada por Jesús sitúa en positivo la acción: «Trata a los otros tal como querrías que ellos te trataran a ti». 

© 2012 Josep Marc Laporta (conf. Casa del Pueblo/S.C. Tenerife) .

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4 comentarios:

  1. Anónimo21:17

    I LIKE IT JOSEPH....GRACIAS POR EL REGALO, DE ESTE PENSAMIENTO/ACLARACION.....UN ABRAZO BROTHER....TU HERMANO JIMMY.

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  2. Oli-van Hans22:21

    muy en la linea de usted, claro y sin tapujos.. una aportacion muuy valiosa.

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  3. Fran Cardoso22:40

    Entiendo que se refiere a una dignidad ética donde todos seamos iguales por el trato que nos damos. Es un tema de gran calado en estos momentos de desconcierto ético en la vieja europa. Recomendaré su lectura encarecidamente, amigo. Un saludo desde Argentina. Espero que aún se acuerdo de mi o de quien soy. Francisco Cardoso

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  4. opositando para la vida... (John Clark)21:25

    Siento que sus palabras establecen una nueva perspectiva sobre el tema. Merece una reflexion mas tranquila, una segunda o tercera lectura para captar y dejar a la mente libre para pensar en todo ello. Sigo sus pots con mucho interes. Gracias.

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