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· El país de las ciudades

1- La despoblación sistémica
2- El contrapoder de las ciudades
3- Ciudades globales en red
4- El alcance contaminante de las ciudades


© 2017 Josep Marc Laporta

Todo empezó con el éxodo de los pueblos a las ciudades en busca de oportunidades. Cuando la revolución industrial obligó a emigrar a miles de personas hacia centros productivos desarrollados, los pequeños pueblos quedaron expuestos a la deserción. Solo sobrevivieron a la desbandada los mayores de 10.000 habitantes, si no radicaban en las costas, cerca de ellas o en las áreas metropolitanas. El resto, poco a poco se fueron ‘despoblando’ una palabra que parece difícil aplicar a las ciudades.


LA DESPOBLACIÓN SISTÉMICA


En España el 20% de los pueblos lentamente se están abandonando, abarcando ya, con más o menos vigor, a 22 de las 50 provincias españolas. Y la situación es crítica en 14 de ellas, que están al borde de quedar convertidas en un páramo. Esas 14 provincias tienen un rasgo demográfico común: en todas ellas más del 80% de sus municipios están en riesgo de extinción porque tienen ya menos de mil habitantes y sus censos siguen en caída libre. La España rural se desangra demográficamente a un ritmo medio de cinco habitantes menos cada hora. Y en el último trienio, el país campestre ha perdido población a un ritmo promedio de 45.000 habitantes menos cada año. De los 8.124 municipios que hay en España, 4.983 están amenazados por la extinción demográfica, al subsistir con menos de 1.000 habitantes empadronados y estar afectados, de forma más o menos intensa, por procesos de regresión vegetativa.

Sin embargo, las cifras de abandonos de los pueblos no es un asunto exclusivo de la península. Europa también se retrotrae, aunque con porcentajes algo más acusados: 21%. El fenómeno también se repite en África y en América del Sur, con un 28% y 30% respectivamente. Y en Asia los números no mejoran las estadísticas medias: un 24% de los pueblos empieza a retrotraerse. Así pues, la realidad despoblacional es un suceso global de insospechado alcance.


EL CONTRAPODER DE LAS CIUDADES


La desproporcionada concentración de personas en las ciudades empieza a ser una seria preocupación para los estados, que ven cómo las urbes emergen poderosamente como contrapoderes que incluso empiezan a tensionar y determinar las políticas nacionales. Esto es lo que ha sucedido en los últimos tiempos en Londres, París o Barcelona. La capital británica no vio con buenos ojos el Brexit nacional y decidió optar por una consulta propia para encontrar un camino más acorde con su gran potencial económico mundial. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, en su momento desafió al mismo presidente de la República Francesa, François Hollande, en su decidido intento de traer refugiados sirios. En Barcelona, Ada Colau tomó parecidas decisiones respecto al gobierno español, al significarse en la lucha por los derechos humanos de los refugiados, mientras La Moncloa miraba y mira hacia otra parte. En las mismas ciudades, otras actitudes de las alcaldías ponen una vez tras otra en la encrucijada a sus gobiernos nacionales.

La potencialidad de las ciudades está provocando un nuevo orden mundial. Ciudades como Nueva York, por sí sola, tiene más poder y relevancia a nivel global que países como Paraguay, Uruguay o Uzbekistán. A caballo entre Asia y Europa, el gran eje Estambul-Ankara fácilmente podría anular el poder político y territorial de toda Turquía. En África, tan solo Dakar, con más de 1.300.000 personas y más de 2.450.000 en su área metropolitana pone en entredicho las políticas nacionales, en un país que no supera los catorce millones de personas. Otro ejemplo africano paradigmático es Nigeria, con tres ciudades que demográficamente superan la capital del país, Abuya (2.850.000 h.): Lagos (17.100.000 h.), Kano (4.125.000 h.) e Ibadán (3.150.000 h.).


CIUDADES GLOBALES EN RED


Al poder de la ciudad, como centro humano de posibilidades, trabajo y desarrollo, se suma el poder global de las ciudades en red.[1] Tan solo la unión transfronteriza entre Singapur y Hong-Kong puede llegar a acumular más capacidad de poder que países como Grecia o Austria. En Japón, las ciudades de Tokio, Yokohama y Osaka, por sí solas podrían ser capaces de determinar todas las políticas del país y de otros estados cercanos, como Taiwán. La cruda realidad de las ciudades globales es que con su peso económico y estratégico están poniendo en jaque a sus propios gobiernos.

No siempre las grandes ciudades coinciden con las capitales de sus actuales estados. Los ejemplos son incontables: Munich en Baviera, Lyon en Auvernia-Ródano-Alpes, Milán en la Lombardía, Los Ángeles y San Francisco en California, Toronto en Ontario, Barcelona en Cataluña, Glasgow en Escocia, Shangai en el este de China, Calcuta en Bengala Occidental o Esmirna al suroeste de Estambul. Son ciudades que por su actividad económica y productiva podrían ser capital de sus regiones, con absoluta capacidad administrativa de proximidad, patrocinio y reequilibrio socioeconómico. Pero el poder de las ciudades no exclusivamente es una actividad propia, sino conferida. Un ejemplo de ello son los protocolos de admisión de propuestas para los Juegos Olímpicos de invierno que, como se sabe, se realizan en enclaves de nieve alejados de las urbes. En sus reglas de aceptación, el Comité Olímpico Internacional obliga a que sean ciudades las que realicen y formalicen la propuesta, no otros entes, como pueblos o gobiernos nacionales o regionales.

La pujanza de las metrópolis se sintetiza en que en muchos países del mundo las ciudades que superan el millón de habitantes se constituyen, por su propia demografía, en centros de poder fácticos. Y la mayoría de ellas son cabeza de pequeños estados que arrastran económicamente y demográficamente sus territorios. El Premio Nobel de Economía de 2001, Joseph Stiglitz, puso de relieve lo que otros destacados economistas de prestigio internacional han ido sosteniendo: en un mundo globalizado, un país pequeño tiene más posibilidades funcionar y hacerlo relativamente bien. Sobre esta base, el economista norteamericano puso el énfasis en acuñar un concepto interesante: la fuerza de países pequeños dotados de ciudades significativas. En su opinión, vivimos y viviremos importantes curvas en la evolución económica y para todo ello la versatilidad de un país pequeño es importante a la hora de adoptar decisiones y caminar en la misma dirección.


EL ALCANCE CONTAMINANTE DE LAS CIUDADES


Pero una nueva situación ha surgido en los últimos tiempos que ha hecho replantear no solo el poder de las ciudades sino su efecto sobre el territorio regional. Empiezan a aparecer serios problemas relacionados con la contaminación expandida, que no solo está afectando a las propias urbes sino que por efecto de los vientos y las corrientes de aire, pueblos a 60 u 80 kilómetros de distancia reciben grandes bolsas de contaminación que no les pertenecen y que han de tratar como un asunto advenedizo de urgencia. Esta nueva dimensión de salubridad pública está provocando una urgente revisión sobre la influencia de las ciudades en los territorios cercanos. La salud de las ciudades no depende solamente de su regulación interna, también es un asunto regional que pone en jaque a todo el sistema ecológico regional. Además, no debería pasar desapercibido que las grandes empresas energéticas y las industrias más pesadas son transportadas a lugares bien alejados de las urbes, lo que provoca un nuevo conflicto con el entorno y su equilibrio natural.

A todas las realidades demográficas y ambientales citadas se suma la inoperancia de los estados tradicionales, bastante alejados de la realidad de las personas que viven aglomeradas en sus grandes ciudades. Y si a ello añadimos que el proyecto preferencial de los estados-naciones decimonónicos es continuar legislando políticas para habitantes inconexos, en territorios geográficamente dispares o sometidos a poderes fácticos, apreciaremos cómo, a corto plazo, dichos estados pueden llegar a ser prácticamente inviables e inoperantes.


Estos breves apuntes nos conducen a considerar la teoría de los equilibrios poblacionales sistémicos, que propone centros de gobiernos más reducidos y cercanos a la gran densidad de población de las urbes, áreas metropolitanas y sus confluencias sociales, económicas y ecológicas regionales. Es evidente que los países organizados y administrados desde los antiguos y pesados modelos de estado-nación en poco tiempo no podrán soportar la gran pujanza de las grandes ciudades, viéndose superadas por sus poderes económicos, demográficos y sociales, impidiendo la capacidad de gobernación. La propuesta plantea estados-ciudades. Es decir, organizaciones territoriales, políticas y nacionales en torno a grandes urbes con la finalidad de redistribuir el peso económico, social y demográfico de un territorio de manera más asequible administrativamente. Evidentemente, ante la gran globalización informativa, económica y comunicacional que nos acecha, estos nuevos estados podrían ser un razonable equilibrio geográfico, ecológico y administrativo con el fin de facilitar una mejor distribución demográfica del suelo y gestionar mejor las zonas adyacentes. Y, como efecto colateral, podrían representar más adecuadamente pequeñas culturas o nacionalidades históricas ahora repelidas por los decimonónicos estados-nación.

 

© 2017 Josep Marc Laporta




     [1] El concepto ciudad global lo introdujo la socióloga y economista neerlandesa Saskia Sassen en 1991 con la publicación de su libro The global city (Princeton University Press).

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