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· Semiótica del debate Obama-Romney (1)

© 2012 Josep Marc Laporta



Los colores de las corbatas adelantarían lo que sucedería más tarde. Barak Obama, con camisa blanca y corbata azul, anticipaba claramente una posición más conservadora en el debate. Por su parte, Mitt Romney, con mismo color de camisa pero con corbata roja, declaraba cuáles serían sus credenciales dialécticas. Los rostros, compartidos a partes iguales en pantalla, con ambos candidatos en primer plano, tanto en conversación como en escucha, permitía observar al detalle todos los gestos, muecas y movimientos micromusculares, delatando innumerables pormenores del tono físico y psíquico de los candidatos.


Escoger un color de corbata para un debate televisivo es tarea importante para los experimentados asesores. Sobre el papel, nada que objetar al planteamiento cromático. Obama debía asumir su papel de presidente de los EUA, por lo que el color prudente, sobrio y conservador le iba como anillo al dedo para su presidencial interpretación. Pero el contraste que ofreció Romney fue trascendente como representación de su mensaje. El rojo de su corbata no era simplemente rojo –color plano nada aconsejable en ningún evento público– sino salpicado con finas rayas azules y doradas, casi imperceptibles para el espectador, lo que le daba un punto de fulgor destacable. No hay duda de que fue elegida para manifestar contraste, discrepancia, disconformidad y, ante todo, oposición.


Para entrar un poco más a fondo en el lenguaje y cuadro escénico de las corbatas, cabe recordar que en los debates televisivos de cuatro años atrás entre McCain i Obama, los colores marcaron el progreso de los tres debates. El primero tuvo en Obama una elegante corbata roja con finas rayas blancas, mientras que la de McCain era gris con gruesas franjas azules. En el segundo encuentro televisivo, el candidato demócrata cambió a una azul tenue, al tiempo que su adversario optó por una roja, muy parecida a la que llevó Obama en el primer debate. Pero en el último encuentro, ambos coincidieron en los colores: básicamente azules con distintos detalles diferenciadores.


El cambio de corbatas es significativo, especialmente para los mensajes que se quieren transmitir. El primer debate de cuatro años atrás, con la corbata roja de líneas blancas, el candidato demócrata quiso escenificar de entrada el cambio y la renovación. Después de que la opinión pública valorara muy positivamente sus alocuciones, en el siguiente debate, Obama optó por un color más presidencial, el azul. Y en el último encuentro mantuvo las mismas tonalidades, como muestra y enseña de que él era en realidad el virtual presidente electo.

El debate del pasado miércoles 3 de octubre tuvo una puesta en escena muy habitual en las televisiones americanas. En el escenario, de formato regio y enmoquetado en tono bermellón, el presentador y conductor del programa ejercía su misión moderadora de espaldas al público, con ambos candidatos frente a sí: Barak Obama a la derecha –lógica posición por su cargo– y Mitt Romney a su izquierda. El triángulo visual fue acertado, ya que permitía tener una percepción muy conclusiva y cercana de lo que sucedía. La elección de planos y la posición de los distintos elementos en el escenario son aspectos muy importantes para la correcta transmisión de los contenidos. Estoy seguro que incluso el formato escénico y la realización televisiva fue valorada por los respectivos equipos asesores.

Ya entrados en el debate, es obligado apuntar las primeras impresiones faciales que presentaba cada candidato. A Romney se le veía fresco, con ojos destellantes y vivos, con una mirada directa y comprometida con las palabras y, especialmente, con la boca en  posición de permanente media sonrisa, a veces bastante forzada. El lenguaje del rostro delataba seguridad y confianza, tal vez fruto de la preparación previa al debate y, cómo no, consecuencia de la ilusión y empeño por el proyecto que tenía por delante. Por su parte, los mensajes faciales de Obama relataban cansancio y languidez, sin una mirada viva y confiada, posiblemente por la acumulación de discursos tras cuatro años. El rostro del demócrata evidenciaba que algo no iba bien en su interior. Tal vez el desgaste presidencial, los años de responsabilidad con acumulación de miles de discursos o posiblemente un estado físico transitorio de decaimiento fueron algunas de las razones de su vitalidad descorazonada, distante y sin la chispa de cuatro años antes.

La mirada es el enclave de las emociones. En ella se retrata gran parte del estado psíquico y físico de la persona. El contraste de miradas en el debate del pasado miércoles fue significativo para encontrar cuál era el auténtico estado físico, moral y espiritual de cada uno de sus interlocutores. Tal vez el mensaje intrínseco del rostro de Mitt Romney no era auténtico y genuino; posiblemente era fruto de la preparación y ensayo para la interpretación televisiva; pero muy a pesar de este supuesto debo destacar que su tono general era mucho más fresco y natural que el de su oponente. Es importante recordar que se puede disimular muy bien, pero incluso en la teatralización hay unos límites. En Romney se observaron esos límites, aunque el contraste con Obama le dio ganador en el lenguaje visual.

El rostro del presidente y la manera de mover la cabeza al hablar explicó su estado dubitativo y de falta de toda seguridad en sí mismo. Al exponer sus puntos de vista, la cabeza permanecía levemente inclinada, con una mirada de abajo hacia arriba, con algunos movimientos de cejas que mostraban inseguridad en su propio estado psicológico. Mientras tanto, su oponente mantenía la cabeza perfectamente erguida, con la mirada horizontal y directamente dirigida hacia el presidente o el moderador, y pocas veces bajó el rostro al hablar.  En Obama se le observó otro detalle de incomodidad o inseguridad. Cuando exponía sus puntos, miraba repetidamente hacia el suelo, compartiendo la posición con algunas miradas hacia su interlocutor. La mirada hacia el suelo puede indicar rememoración y alianza de ideas, lo que indicaría que Obama no las tenía todas consigo.

La audición en espera de ambos candidatos también delató estados interiores. La escucha de Romney era directa. Miraba a Obama con una visión horizontal y diáfana, aunque también se le vio cierta intranquilidad, sobre todo al bajar los ojos para repasar muy rápidamente sus notas. Cuando hacía este gesto, se le observaba la intranquilidad que intentaba disimular con la mirada directa y erguida, y con la media sonrisa que presentaba. Por parte de Barak Obama, su escucha era intranquila, Se le observaron movimientos musculares en la boca, comprimiendo los músculos superiores e inferiores. De manera regular apretaba los labios entre sí, lo que explicaba tensión, disconformidad intranquila y preparación para un ataque inseguro. Este detalle fue muy repetido, de distintas maneras y formas, desde boca apretada hasta comisuras de labios retraídas hacia las orejas, lo que podría indicar inconformidad con su contrincante, pero también inseguridad con el discurso que en su mente estaría preparando. En varias veces levantó la cabeza en un movimiento de arriba abajo, con el típico levantamiento de la barbilla hacia adelante; un gesto que explicaba necesidad de sobreponerse a la contrariedad. También, algunas caídas de ojos cuando hablaba su interlocutor –como si lo hiciera a cámara lenta– dieron la sensación de que no estaba dominando su estado interior. Ese asentimiento de parpadeo lento, unido a otros movimientos micromusculares, denota aceptación complacida de lo que escucha, aunque sin duda también puede exponer preocupación con lo que se escucha. Creo que este fue, repetidas veces, el caso de Obama.

En cuanto al discurso de ambos, sin entrar en el contenido, sí que se pudo observar que Obama balbuceó algunas, pero repetidas veces. Este detalle oral es de destacar en el presidente por su trascendencia histórica –ya que no es nada habitual en él– y por lo que dijo de él que él no dijo. Y me refiero a un estado de confusión interior, posiblemente sobre su contrincante dialéctico. Es probable que Obama no considerara suficientemente a Romney y no estuviera suficientemente preparado psicológica y estructuralmente para el debate. El balbuceo expresa confusión interior más que inseguridad. También puede mostrar inseguridad, pero por lo general manifiesta ese estado equívoco de no saber qué está sucediendo o cómo reaccionar o reorganizar los pensamientos para hilar un discurso seguro y creíble.

Un elemento que la realización televisiva no nos permitió ver fue los movimientos completos del cuerpo. Es decir, la realización de televisión de primer plano, por encima de la línea del pecho, no nos permitió observar qué hacían con sus manos cuando hablaban o cuando escuchaban. Aunque supongo que muchos de los movimientos serían los habituales en cada candidato, con sus formas personales de expresarse, estoy seguro de que aparecieron muchos gestos de las manos que delatarían un comportamiento semiótico interesante.

Pese a que la mayoría de los medios y analistas han dado como ganador a Romney, mi parecer desde la semiótica y la gestualidad indica que su triunfo, si así se asegura, no lo fue tanto por virtudes del candidato republicano como por defectos de Obama, a los que no nos tenía acostumbrados. La habitual seguridad gestual del discurso del presidente desapareció en la mayoría en el debate. Para decirlo más claro y conciso, Barak Obama no fue el de siempre. Bajó ese listón gestual que anteriormente era brillante y mostraba seguridad en sí mismo y en sus argumentos. No obstante, pese a superar con nota la prueba, en Romney se le observaron algunas puestas en escena muy ensayadas que, en principio, parecería que le daría ventaja sobre su adversario, pero que en un análisis más pausado nos da la certidumbre de que actuó con evidente teatralización. Es por ello que desde la semiótica no considero absoluto vencedor Romney, sino que, utilizando un lenguaje pugilístico, ganó por puntos; es decir, lo hizo por defecto de un Obama sumido en una cierta confusión personal, posiblemente producto directo de las intensas responsabilidades presidenciales y, probablemente, por una cierta desconsideración a las capacidades de su contrincante.


© 2012 Josep Marc Laporta.

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