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· ¡¿Aleluya?! ¡¿Amén?!: cristianismo ‘I like’



© 2015 Josep Marc Laporta
 
1- Transferencia de componentes cúlticos
2- Tensión postmoderna de la espiritualidad
3- Acepciones y etimologías
4- Radiografía de la ansiedad religiosa
5- Cristianismo 'I like'


Es habitual. Una norma de uso corriente. Pocos se resisten a la tentación de utilizar una entusiasta y formulada afirmación como recurso de interpelación a los fieles. Al final de cualquier frase, en cualquier momento o propicia ocasión, interrogar afirmando tiene premio para el orador más versado. Son avezados predicadores, a veces charlatanes religiosos, que subidos a sus púlpitos de autocomplacencia inquieren a los congregados con una exclamación en forma de pregunta: ¡¿Aleluya?! ¡¿Amén?! Son interrogantes sencillos para auditorios entregados, pero sobretodo para reafirmación propia, para cerciorarse de que su mensaje llega, aunque sin advertir si realmente se comprende, se discierne o si el alma lo razona. Es una rápida respuesta de adulación o consentimiento, suficiente para ensanchar los pulmones del predicador y proseguir. Siempre proseguir. Y fieles y/o escépticos responden con una extraña mezcla de compromiso y convicción: ¡Aleluya!, ¡Amén! Pero ni están todos los que contestan ni contestan todos los que están.


El cristianismo faceboquero del ‘me gusta’ utiliza el amén o el aleluya como parte de un vertiginoso proceso de santificación. Cuantos más amenes o aleluyas proliferen, más virtud cristiana parecerá manifestarse. Detrás de la algarabía expresiva muchas veces se esconde un cierto pósito de irracionalidad experimental. Es el cristianismo de la reacción epidérmica frente al de la cultivada convicción. Es el insólito componente reactivo como modelo de una predicación frugal, colmada de panegíricos y requiebros de exaltación. Pero en realidad no es más que una subcultural expresión que se ejercita en el enardecimiento gratuito de la fe para apuntalar, precisamente, una fe poco cimentada. Es, también, el discipulado de la sugestión que se estructura bajo una hipnótica espiritualidad que prioriza la contestación, mientras la pregunta es simplemente un recurso retórico y semiótico. El fondo sociológico revela que no siempre la respuesta es un desnudo acto de fe, sino una tentativa de sugestión. Es preguntar para afirmar respuesta. Es ¡¿sí o sí?! No hay más preguntas, señoría.


TRANSFERENCIA DE COMPONENTES CÚLTICOS – Desde que en el último cuarto del pasado siglo las comunidades evangélicas abrieron los cerrojos de una anquilosada liturgia, modelos más experimentales y dinámicos se fueron imponiendo. Unos fueron de cosecha propia y otros provinieron de otras iglesias, carismáticas y pentecostales, con la renovación y el bautismo en el Espíritu Santo.[1] Algunos componentes se traspasaron simpáticamente sin prácticamente ninguna reflexión teológica. La imitación impuso nuevos comportamientos, más cercanos al latir del corazón, más extrovertidos, más modernizados, más emocionales y sentidos. Y pese a que el fragor de las expresiones confirió a la experiencia cristiana un interesante acercamiento a lo teológico y vivencial, con renovados elementos sensoriales, visuales, auditivos y cenestésicos, algunas de estas expresiones sustituyeron o suplantaron significados y representaciones originales.

A lo largo de la historia distintas terminologías bíblicas, como aleluya o amén, han sido ampliamente estudiadas, observando su incidencia y aplicación en la liturgia hebrea. Pero el tema que nos concierne tiene que ver con la semiótica sociológica del léxico y su inclusión como elemento de comunicación e interrelación evangélica. En cualquier caso y prescindiendo momentáneamente de un detenido estudio sobre su original etimología, decir amén o aleluya es, sin lugar a dudas, una aseveración de respuesta autónoma y convencida, no una incitación a réplica ni tampoco una usual llamada al compromiso cristiano.


TENSIÓN POSTMODERNA DE LA ESPIRITUALIDAD – Una de las realidades sociológicas que ha influido determinantemente en el aumento de la extraversión cúltica ha sido la persistente presión de la postmodernidad. La velocidad de vida y las vertiginosas formas de relación social han provocado distintas respuestas en cadena en diferentes ámbitos del comportamiento humano. Desde que la técnica y la informática invadieron con gran dominación los hogares a finales del siglo XX y, también, por la gran presión de los mass media, la primaria reacción social fue de una gran polarización en sus respuestas activas. Por lo general, los grupos y comunidades aumentaron su resistencia externa, defendiendo sus intereses de manera más vital y granítica. La desaparición en el imaginario social del país de la iglesia católica, como defensora y aglutinadora de espacios religiosos y sociales comunes, propició nuevas afiliaciones y la multiplicación de agrupaciones o comunidades espirituales, políticas y/o sociales. La sociedad atomizó sus ideales y contenidos, circunscribiendo la espiritualidad al ámbito de lo privado o a una abundante diversidad de pequeñas comunidades de diverso género y adscripción cultural, cívica o religiosa.

Este reduccionismo social, con diversas implicaciones formales, estéticas y coyunturales, dio paso a una fuerte polarización y, al mismo tiempo, a la nuclearización de contenidos. Los nuevos modos de relación interna de los grupos o comunidades sociales propició la aparición de novedosos formatos de expresión, tanto artísticos, formales o literarios. Esta polarización y nuclearización, en las iglesias evangélicas se reveló en una progresiva extroversión cúltica, con liturgias más uniformadas y globalizadas, y con un marcado acento en la visibilidad y vistosidad interna de los rituales y propuestas religiosas.


ACEPCIONES Y ETIMOLOGÍAS – Dos de estas nuevas extroversiones cúlticas, expropiadas en parte de su sentido y contenido original, son aleluya y amén. Las dos acepciones se acostumbran a utilizar en una nueva polisemia. Pero la abundancia de significados no es conforme a su etimología bíblica sino a la finalidad comunicacional y semiótica con que se utiliza: amén para indicar adscripción y complacencia, amén para simplemente aplaudir las palabras de alguien, aleluya para exteriorizar sentimientos, aleluya para mostrar conformidad, amén para responder a la exigencia responsorial de un predicador o aleluya para enardecer la congregación. Pese a que la Biblia no presenta un concluyente catálogo de cómo y cuándo utilizar estas expresiones ni en qué sentido hacerlo, sí que apunta la razón de ser de cada locución.

El significado real de amén es ‘en verdad’, ‘ciertamente’, también traducido comúnmente por ‘así sea’ o ‘estar de acuerdo’. Se utiliza como una forma de asentimiento consciente, en un acto de conformidad libre y espontáneo, siendo más un deseo que una certeza. El Talmud indica que la palabra amén es un acrónimo que se podría traducir como 'Dios, Rey en el que se puede confiar', por lo que fácilmente se puede asociar a la idea de fe y confianza. El pasaje más revelador sobre su sentido original es 1ª Corintios 14:16: ‘De otra manera, si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa el lugar de un simple oyente, ¿cómo dirá amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho’.[2] En otras palabras, amén se asocia a la cabal comprensión y compromiso de lo expuesto en forma de asentimiento o responso, por lo tanto muy poco tiene que ver con la retórica fácil o con la irreflexiva respuesta a una enardecedora pregunta en medio del fervor de una predicación o acto. Es una expresión de libre y consciente afiliación espiritual, de fe intelectiva, de comprensión y compromiso diligente.[3] Es por ello que un rotundo amén pone el colofón y punto final a las Escrituras, bajo la premisa de que la gracia del Señor sea con todos (Apocalipsis 22:21).

El significado de aleluya es ‘alabad a Jah’ (contracción de Yahveh). Tan solo observando su etimología se nos indica explícitamente cuál es el objeto directo y único de alabanza: Dios. No obstante, su uso aparece exclusivamente en los Salmos en una décima parte de sus capítulos y en el Apocalipsis tan solo se menciona cuatro veces. Sin embargo es interesante observar cómo no aparece en el resto del Antiguo Testamento ni tampoco en el del Nuevo.[4] La exclusiva y escueta aparición en estos dos libros podría dar para muchas cavilaciones teológicas. Pero prescindiendo de infructuosas suposiciones, la conclusión más inequívoca es que el término es una clara expresión de alabanza, ya que siempre aparece vinculado al canto y a contenidos laudatorios, tanto en los Salmos como en el Apocalipsis. Esto nos ayuda a entender que aleluya forma parte del canto y de la alabanza, articulada como una exclamación de gozo dirigida directamente a Dios a diferencia de amén, interrelacionada también con el semejante. No obstante, en los Salmos siempre se sitúa al inicio, a modo de título, o al final, como colofón; mientras que en el Apocalipsis se profiere como exclamación. Nada de ello apunta a un uso interrogatorio y responsorial del término o a una supuesta fórmula interactiva para cualquier propicia ocasión. Más bien es una expresión que se verbaliza desde la plena consciencia de alabanza y gozo ante Dios y su obra.


RADIOGRAFÍA DE LA ANSIEDAD RELIGIOSA – Detrás de los términos y las palabras está el contenido interrelacional de los actos, sucesos, sus corresponsabilidades sociales y trasfondos socioculturales: la sociología. La fugacidad de la vida actual imprime en el ciudadano una percepción bastante inconsistente y frágil de la realidad. Es la modernidad liquida.[5] La sociedad fluida y volátil en la que vivimos, con la ausencia de valores sólidos y perdurables, se mimetiza en el evangelicalismo de diversas formas y en distintas gradaciones. Por un lado, la velocidad de los tiempos, con sus vertiginosos desarrollos tecnológicos e informáticos ha impregnado la comunidad evangélica de una enmascarada tensión de vida. La ansiedad religiosa, en parte impulsada por el apremio bíblico a evangelizar y hacer discípulos y, en otra, por la cotidiana tensión de la competitividad, el estrés social y la sobreadaptación tecnológica en la creciente globalización, ha llevado a algunas comunidades evangélicas a un concéntrico y excitado ejercicio de la experiencia de fe. La ansiedad religiosa se evidencia en la manera cómo la iglesia pretende adaptarse a los tiempos para no perder el tren de la modernidad, la contextualización y el vagón de cola de la visibilidad. Desprendidos de algunas de las pesadas cargas litúrgicas y rituales parte de ellas deterioradas por el paso de años y siglos–, algunas comunidades evangélicas han acelerado tanto su adaptación social que han convertido el oasis de paz y esperanza cristiana en un espectáculo de la espiritualidad.[6] La ansiedad religiosa es común a muchas de las espiritualidades dramatizadas, las cuales se profesan tan portadoras de la única verdad y de su urgencia anunciadora, que conviven en un latente estado de ansiedad comunitaria que, en muchos casos, conduce a una persistente angustia.

Junto a ello, tres de las actuales identidades psicosociales de la postmodernidad bienestar, consumismo y hedonismo se han transfigurado o adaptado en las comunidades evangélicas a una espiritualidad de tendencias narcisistas. El bienestar sensorial de algunas de las modernas liturgias y alabanzas, el postmoderno consumismo de formatos, dispositivos e instrumentales para el culto, y el hedonismo de una espiritualidad pretenciosamente engrosada y dramatizada, configuran un modelo de espiritualidad tiznado de narcisismo religioso.[7] La presunción, la egolatría o la vanidad no son solamente percepciones éticas o morales sobre apreciaciones externas, sino de ámbito interno, de acomodo interior e íntimo; por lo que muchas veces la dependencia al hedonismo espiritual ensaya majestuosos envoltorios de santidad, cuando en definitiva suele ser desapego e inconexión de la realidad e, incluso, de la misma verdad espiritual.

La competitividad que se respira en las calles, en lo profesional o en las relaciones humanas y sociales también se reproduce en muchas congregaciones evangélicas. Es la sistémica tendencia supraeclesial del crecimiento por el crecimiento. Los números de convertidos, los éxitos de campañas evangelísticas, la veneración de los prohombres del liderazgo religioso, las complacientes cifras económicas, los magníficos informes sobre acción misionera o los logros en una u otra área, muchas veces son moneda de cambio entre fieles, congregaciones y denominaciones que, en el fondo, pretenden más hacerse un hueco influyente en la sociedad que ser luz y sal allá donde la oscuridad se corta con el dolor de vidas anónimas.[8] Disfrazado de un halo de santidad y virtud, la competitiva lucha por parecer ser los mejores, por valorarnos como los más ejemplares e íntegros o por obtener aprobación se convierte en una sórdida y ansiosa mala ética de convivencia cristiana (Marcos 9:35; Mateo 6:3).


CRISTIANISMO ‘I LIKE’ – Suplicar aprobación es tendencia en las redes sociales. Demandar autoestima es, en muchos casos, una de las motivaciones que aparece detrás del icono ‘I like’ del Facebook. El término ‘me gusta’ en Twitter, ‘favorito’ acostumbra a ser la foto fija de una opinión en un post que, en algunos casos, puede satisfacer a personas en permanente construcción. Es la ausencia de perfil o la de una identidad todavía sin resolver. Y también es la constatación de que esta generalizada baja autoestima en red, que precisa de tanto afecto inmediato, se está convirtiendo en la nueva psicología de las redes sociales.

El cristianismo ‘I like’ también padece el efecto de la autoestima inmediata. Las exclamaciones aleluya o amén muchas veces son más un sinónimo de ‘me gusta’ y ‘favorito’ que de alabanza a Dios o de asentimiento consciente a una oración o exposición bíblica. Entre un aleluya y un amén incitado y el ‘me gusta’ del Facebook se vislumbra la epidérmica sociología de las espiritualidades evangélicas postmodernas, abusivamente necesitadas de la autoestima de lo inmediato. Muchas estructuras eclesiales, cultos y reuniones cristianas sucumben ante la urgencia del ahora, del presente continuo y de la exigencia simbólica.[9] La necesidad de rápidos resultados y demostrables frutos ya sean nuevos convertidos o una espiritualidad más autorealizada lleva a vivir y a compartir la fe como si fuera una carrera de obstáculos de 100 metros. Pero la vida cristiana es una carrera de fondo en la que no hay que competir con nadie sino correr con paciencia y perseverancia la carrera de la fe (Hebreos 12:1-13).


El cristianismo del ‘me gusta’ tiene ciertas connotaciones de desazón y exasperación, con rituales que promueven la pesada carga de la inmediatez y exige a los fieles cargarla sobre sus hombros para, supuestamente, alcanzar en ese mismo instante su bendición divina. Es la espiritualidad de la baja autoestima religiosa, permanentemente insatisfecha en una insaciable inminencia. En la liturgia del ‘me gusta’, con sus aclamados e interpelados responsos de aleluyas y amenes, se esfuma, en gran parte, la conciencia de ser ciudadano del cielo (Filipenses 3:20). Ser parte de la ciudad celestial es una pertenencia que esquiva la exigencia de una espiritualidad convulsionada y ansiosa, la que se desvive por resultados inmediatos y visibilidades urgentes. Ser ciudadano del cielo es una herencia en presente, una pertenencia que escoge construir un espacio de santidad sin la miserabilidad de las suficiencias y complacencias humanas. Y también sin la correspondiente y religiosa dosis de autoestima dominical (Filipenses 3:12, 14 y 21).

 

© 2015 Josep Marc Laporta

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[1] El cristianismo de los primeros siglos también se introdujo en una especial invocación del Espíritu Santo. El obispo Ireneo de Lyon hablaba de las distintas manifestaciones del Espíritu Santo, el don de lenguas y el don de profecía; este último don también era insinuado por Tertuliano. El énfasis en las prácticas del Espíritu Santo eran compartidas por los montanistas de Frigia. Posteriormente, con la Reforma protestante del siglo XVI, se registraron experiencias semejantes a las de la glosolalia y el avivamiento. Tal es el caso de los hugonotes en Cevenas durante la Guerra de los camisards. Más tarde, a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, se produjo en Estados Unidos el Segundo Gran Despertar, del que apareció el denominado Movimiento de Santidad, un conjunto de creencias y prácticas religiosas que surgió del metodismo y de ciertas denominaciones evangélicas para enfatizar sus creencias a través de la doctrina del Espíritu Santo.
[2] Muchos textos del Nuevo Testamento concluyen con un claro amén: Romanos 1:25; 9:5; 11:36; 15:33; 16:27; I Corintios 14:16; 16:24; II Corintios 1:20; Gálatas 1:5; 6:18; Efesios 3:21; Filipenses 4:20; I Timoteo 1:17; 6:16; II Timoteo 4:18; Filemón 25; Hebreos 13:21,25; I Pedro 4:11; 5:11; II Pedro 3:18; Judas 25; Apocalipsis 1:6,7; 3:14; 5:14; 7:12; 19:4; y 22:20,21.
[3] En el Antiguo Testamento la palabra amén se utilizaba como contestación y afirmación convencida, que compromete, usada muchas veces de manera repetitiva (amén, amén): Jeremías 28:6; 11:5; 1ª de Reyes 1:36; Números 5:22; Deuteronomio 27:15-26; Nehemías 5:13; 8:6; y 1ª de Crónicas 16:36.
[4] En el Antiguo Testamento la palabra aleluya aparece 23 veces, y solamente en 15 de los 150 salmos, o sea, solamente un 10% de los salmos la utilizan. La palabra aleluya no aparece en ningún otro versículo del Antiguo Testamento, fuera de estos quince salmos (Salmos 104:35; 105:45; 106:1,48; 111:1; 112:1; 113:1,9; 115:18; 116:19; 117:2; 135:1,3,2; 146:1,10; 147: 1,20; 148:1,14;149:1,9; 150:1,6). En nueve ocasiones la palabra aleluya es usada como el título del salmo, dos veces es parte del salmo. (135:3; 147:1) y en doce ocasiones está en el final del salmo.
[5] Modernidad líquida, término desarrollado  por el sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío, Zygmunt Bauman (Poznań, Polonia, 1925).
[6] El espectáculo de la espiritualidad tiene como denominador común la liturgia del recreo de los sentidos. La recreación de contenidos bíblicos mediante distintos formatos audiovisuales o pedagógicos, sin duda puede ayudar a la comprensión de las verdades eternas. No obstante, el espectáculo de la espiritualidad sitúa la recreación de los sentidos como centro cognoscitivo de la experiencia cristiana. Este aspecto tiene que ver esencialmente con el culto cristiano, dejando al margen de la consideración otras actividades paralelas, como las puramente artísticas, musicales, conciertos o encuentros sociales, que aún siendo parte indisoluble de la expresión y espiritualidad cristiana, no las incluyo dentro del espectáculo de la espiritualidad.
[7] El narcisismo religioso es muy palpable en algunas de las conversaciones entre pastores y líderes cristianos. El lenguaje que se utiliza, muchas veces presuntuoso y vanidoso respecto a los logros de su comunidad, muestra que detrás de un bonito envoltorio de santidad hay evidencias de jactancia y vanagloria.
[8] La competitividad por la competitividad y el crecimiento por el crecimiento –ya sea disfrazada de gran espiritualidad tal competitividad y muy apetecibles las mejores cifras de convertidos– es de una incongruencia escritural considerable. El Nuevo Testamento no ampara ni fomenta las competitivas cifras de convertidos; solamente, en algunos casos, describe la realidad a través de los números (Hechos 2:42 y 47; 11:21), y de manera muy específica afirma que ‘el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos’.
Recientemente se celebró en Barcelona el Festival de la Esperanza (mayo 2015), un encuentro evangelístico público, bien diseñado y ejecutado, con distintos cantantes, coro e intervenciones. Sin embargo, en la invitación a creer en Jesús como Salvador realizada por el predicador invitado, dirigida a un auditorio de más de 14.000 personas, la obcecación en los números mostró lo ridículo de cuantificar estadísticamente el alcance de la fe.
En principio, fuentes de la organización, espoleadas por el ambiente del mismo evento (uno de los días), dieron una cifra aproximada de 3.000 personas las que pasaron al frente. Posteriormente, tras un recuento con los consejeros, la redujeron aproximadamente a 1.700. Números postfestival presentaron la cantidad de 759 convertidos. Sin embargo, el número definitivo puede ser aún mucho más matizado si tenemos en cuenta los distintos estudios sociológicos realizados a largo de años, que sitúa en un cinco por ciento los convertidos en las actividades masivas de evangelismo, ya que, según estadísticas, estas son las personas que un año después del evento dan fe de una vida cambiada mediante asistencia a iglesias. Sin duda, la tendenciosa dependencia evangélica a la competitividad y al crecimiento por el crecimiento es una muestra más de la ansiedad religiosa que sufrimos.
[9] Se entiende por exigencia simbólica aquellos símbolos de comportamiento común, impuestos imaginariamente como marca innegable de un supuesto; en este caso de espiritualidad.

4 comentarios:

  1. Lily20:03

    No creo que decir aleluya o amen si un predicador lo dice sea malo. Es mas creo que es la libertad del cristiano decirlo para glorificar a Dios. En mi iglesia decimos aleluya y amen siempre y sabemos que Dios se glorifica con nuestro espiritu.

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  2. Beatriz Latre22:32

    Estoy en muchas cosas de acuerdo. Toca el talón de Aquiles de muchas iglesias en latinoamerica donde hay mucha exaltación y poca reflexión. Esperamos que nuestro Dios abra los entendimientos y los corazones para que su Palabra penetre y seamos aceptados por el. Amén.

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  3. Rufián13:58

    Nuestras aleluya y amén son utilizados como simple expresión de emociones rápidas. Tenemos unas congregaciones sobreexcitadas que se ponen a cien en 10 segundos y después no saben bajar a tierra y cuando bajan no sabemos ver ni comprender el mundo que nos rodea. Estamos en estado de shock constante y demasiada adrenalina nos va a llevar a la muerte súbita de la fe. Quiero decir que matamos la fe por hacerla tanto de consumo. Pecado de gula.

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  4. Dámaris14:25

    Rufián no estoy de acuerdo. La gloria de Dios se manifiesta cuando le alabamos y glorificamos. No subimos al tercer cielo para quedarnos solo tocamos los dedos del Padre y nos entregamos a el con todo nuestro ser. Somo hecho ha su imagen y semjanza y nuestro corazón es de Dios , por eso le adoramos con todo nuestro ser. De lo que dice el artículo pienso que tal ves utilicemos los aleluyas y amenes inconscientemente. Es verdad que estamos tan metidos en la adoración que a veces no racionamos lo que es del espíritu o de nuestra carne caida y mortal. Pero DIos sabe que somos sus criaturas y nuestra entrega es sincera. Amén.

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