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· La fe socializada


© 2012 Josep Marc Laporta

Por lo general, se autodistingue el cristianismo evangélico como la espiritualidad de la relación, contrastando con la uniformidad estética, ritual y conceptual de la religión. Desde dicho postulado se afirma con seguridad y determinación que la fe que se profesa no es una religión sino una relación. No obstante, universalmente esta apreciación es prácticamente insostenible, pues es compartida por la mayoría de las espiritualidades del planeta. Desde las ancestrales religiones africanas y precolombinas hasta los ascetismos orientales, todas ellas subsisten en la relación con sus deidades.
Las espiritualidades precolombinas, con sus ritos animistas y totemistas, se dirigen hacia un supuesto dios con el que se comunican, establecen dependencias y alcanzan cierta reciprocidad por medio de ofrendas, comunicación de espíritus, demonios o almas de los muertos. En las religiones afroamericanas predomina la experiencia. En sus ceremonias, rituales y trances místicos, aparecen espíritus reales o imaginarios, buenos o malos, con los cuales establecen relaciones a través de intermediarios. Por su parte, el budismo una religión no teísta dispone de una serie de actos individuales y colectivos que proveen al devoto de una personal conciencia de comunicación y transmisión espiritual, por medio de mantras, puyas, preceptos o ti ratana vandana.[1] Otra de las espiritualidades, el Islam, tiene en la oración o salat a Alá, dirigida hacia la Meca cinco veces al día una de las actividades principales de su religiosidad, además del ayuno, el azaque[2] o la peregrinación a la Meca al menos una vez en la vida. El modo de vida espiritual islámico se basa en una relación personal entre Alá y el creyente, siguiendo la Sharia, el cuerpo de derecho islámico o código detallado de conducta.
Al igual que en la espiritualidad cristiana, el practicante africano, oriental o asiático cree ciegamente que entra en contacto con la deidad y que a través de sus ritos se introduce en una relación íntima y transformadora que le llevará al descanso de su alma. Es por ello que el popular tópico con el que pretende autodistinguirse el cristianismo evangélico (relación, no religión) es una convención formulada en defensa de una particularidad, en un intento pretendidamente diferenciador.
Sin embargo, el cristianismo experimentado e implicado sin preferenciales etiquetas denominacionales es la religión del diálogo. El descubrimiento de la gracia de Dios, la comprensión de la obra cumbre de la cruz, la aceptación de su acto vicario, la transformación por el Espíritu Santo, el crecimiento en santidad mediante el ejercicio de la fe, la renovación de la mente por la oración, la comprensión bíblica y la acción del Espíritu Santo, es un progresivo camino de diálogo revelador. No en vano el autor de Hebreos inicia su carta notificándolo: ‘Dios, que habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras, ahora, llegada la etapa final, nos ha hablado por medio del Hijo’.[3] El diálogo conversado que se establece por la lectura de la Palabra y la oración es un constante intercambio de ideas, pensamientos, criterios y consejos que conforma una auténtica comunicación personal con la divinidad. Los patriarcas y profetas conversaban con el Señor, atendiendo a su voluntad.[4] Los discípulos manifestaron sus dudas e incertidumbres y preguntaron e interrogaron al Maestro, absorbiendo la profundidad de sus palabras.[5] Los cristianos de la iglesia primitiva establecieron cauces de comunicación por medio del Espíritu Santo con el Padre celestial y comprendieron cual era su misión.[6]

El cristianismo experimentado e implicado es la espiritualidad del diálogo con Dios. No existe otra religión que consienta un nivel de conversación con la divinidad tan amplio como profundo, tan abundante como fructífero, tan progresivo como explicativo. Confiar en el Dios revelado en la Biblia implica amarlo, conocerlo y comprenderlo, estableciendo una conversación eterna que va más allá de la simple aceptación de unos formulismos, dogmas o rituales comunes.
Todo ello nos lleva a situar la fe cristiana en el ámbito de la experimentación personal, de la comprobación responsable, del proceso individual no privativo, en un diálogo más profundo y recóndito que lo puramente socrático. Creer y entablar una relación personal con Dios tiene como eje sustancial un proceso de comunicación espiritual permanente. Esta comprensión dialogada sitúa la fe en el ámbito de lo íntimo y personal. Consecuentemente, la esencia del cristianismo no es la vivencia de una espiritualidad exclusivamente dependiente de actividades y manifestaciones colectivas, sino que éstas son consecuencia o participan paralelamente en procesos símiles o disímiles al ejercicio individual de la fe. Es la función de la Ekklesia: la comunión de los fieles, no la institución que hace fieles[7]; el espacio de la restauración, no la dispensadora del perdón[8]; la comunidad que, sedienta, bebe y comparte el agua de vida, siendo cuerpo de Cristo[9].
Por su parte, la fe socializada es el modelo autárquico y absolutista de la religión que alista masas, que instituye la experimentación colectiva como fuente de toda espiritualidad. Este modelo, vigente y participante en diversos sectores del cristianismo, establece cuotas de aceptación masiva de dogmas de fe ya aprobados y credos no experimentados, soslayando el ejercicio del diálogo de la fe personal. En muchos casos, este arquetipo puede llegar a neutralizar el proceso del Espíritu Santo en el individuo, fabricando estándares de fe y creencias absolutistas, construyendo devociones de consumo social y moralidades piadosas por muy evangélicas que se postulen. La fe socializada se caracteriza por situar la experiencia grupal por encima del proceso de comprobación individual. Envuelta en resistentes dinámicas de grupo, se establece un corte común de espiritualidad, determinando procesos de crecimiento espiritual comunitario que llegan a condicionar los caminos de la fe personal, dialogada y reveladora.

Creer aún habiendo creído mucho es un asunto espiritual del alma humana que necesita de tiempos, procesos y confidencias con la divinidad. Creer es un diálogo de la fe entre la oración y la Palabra bajo la soberana actividad y tutela del Espíritu Santo, en una conversación íntima y sincera que trasciende los estándares sociales del personaje. El personaje, como mueca de la obligada socialización que todos llevamos dentro, se presenta en sociedad como un conjunto de costumbres, hábitos, comportamientos, gestos y actitudes que no son la auténtica persona que permanece escondida. Si para los historiadores, el límite entre la leyenda y la historia en ocasiones puede llegar a ser muy impreciso; para el ser humano, la frontera entre el personaje y la persona puede convertirse en un terreno incierto, un espacio donde el disimulo social acapara todo el protagonismo. El personaje, ese ser que mostramos a los demás influidos por incontables avatares formativos, educacionales y convenciones sociales, no es el verdadero individuo que en realidad somos. La representación que hacemos de nosotros mismos es el peaje de la socialización que, incluso en lo religioso, puede ser una máscara, un teatro o una representación de lo que es nuestra más íntima identidad.
Por su parte, la persona, el ser que está en nuestro interior, que no se descubre ni, por lo general, es accesible y que sufre o se place en la soledad de su alma, es la frágil arcilla fácilmente o dificultosamente moldeable que es capaz de llegar a aceptar su condición endeble e inestable. Esta condición dúctil es el punto de partida desde donde se puede empezar a creer en Dios; desde donde se puede ejercer la fe a corazón descubierto, sin la máscara del personaje; desde donde el crecimiento espiritual se convierte en un diálogo continuo entre la Palabra y la oración bajo la guía del Espíritu Santo y la participación de los congéneres de fe.[10]
Es por ello que la espiritualidad colectivizada y monopolizada puede llegar a convertirse en un espejismo de la misma creencia. La socialización de la fe muy fácilmente puede suplantar los tiempos de Dios en el individuo, especialmente al determinar que las verdaderas y concluyentes directrices divinas nacen y mueren en el ámbito de la iglesia. El tipo de espiritualidad que deposita en la comunidad el exclusivo sujeto del diálogo entre Dios y el hombre, está sentenciada a formar espiritualidades sociales y socializadoras, con sobresalientes influencias comunitarias y ciudadanas, pero sin la trascendencia de la fe íntimamente dialogada. Esta fe dominante, rápidamente se puede convertir en una religión más, con admirables estándares de formas, formatos, dogmas, principios, hábitos, celebraciones religiosas y liturgias, pero sin la gracia divina de vivir los frutos espirituales de una fe que dialoga y comprende progresivamente a Dios a través de la íntima conversación renovadora y reveladora.

Los tendenciosos hábitos socializadores de la fe que se observan en distintas comunidades y organizaciones eclesiales, imprimen a la espiritualidad cristiana un grave matiz globalizador y totalitario. Las nuevas y modernas usanzas constatinizadoras perfilan un modelo de iglesia absolutista que, pese a que predica la Palabra, intenta mover los tiempos de Dios a su antojo y fantasía religiosa, practicando la programación espiritual como fórmula preventiva y prescriptiva de asentar terrenales reinados. Pero no hay atajos para los inescrutables caminos de Dios,[11] como tampoco existe calendario revelado de todos los propósitos divinos.[12] Los tiempos de Dios muy habitualmente no coinciden con nuestros tiempos ni sus planes de salvación dependen de nuestras técnicas y procedimientos.[13]
Socializar la fe colectiviza las conciencias. Y sin conciencia individual de pecado no hay salvación ni sucesivas transformaciones. La verdadera libertad espiritual, psicológica y social procede de la liberalización de los automatismos de la máscara de nuestro personaje, entrando en el espacio más recóndito de nuestro ser, el paraje donde podremos escuchar la voz de Dios entre las conversaciones de la fe dialogada.


[1] El Buda no era un Dios ni un profeta de Dios, tampoco se declaró como un ser divino. En el Budismo no existe el concepto de un Dios creador. El Buda fue un ser humano quien, a través de esfuerzos tremendos, se transformó y trascendió su limitación humana creándose en el un nuevo orden de Ser: un ser Iluminado.
Los mantras son palabras o frases que se cantan en voz alta o, bien, de manera interna, como objetos de la meditación y de entrar en la iluminación. Puya significa reverencia, una forma de orientación hacia el Buda, símbolo físico para ganar la iluminación. Los preceptos son versos en la lengua Pali que expresan reverencia a les tres joyas; el Buda, su enseñanza y la comunidad de sus discípulos. Los preceptos son versos que se recitan durante una puya o antes de meditar. Ti Ratana Vandana son versos en la lengua Pali que expresan reverencia a las Tres Joyas - el Buda, su enseñanza y la comunidad de sus discípulos.
[2] El azaque es una obligación económica imponible sobre bienes privados en beneficio de un grupo específico de personas en un momento determinado, como una limosna obligatoria.
[3] Hebreos 1:1.
[4] Hebreos 1:1; Génesis 26:24; 32:24-30; Éxodo 3; Amós 3:7; 2ª Crónicas 36:15.
[5] Lucas 24:13-35; Mateo 18; 11; Marcos 9.
[6] Hebreos 1.14; Hechos 13; 22.
[7] 1ª Corintios 12:13-23; Efe. 2:19:20.
[8] Colosenses 1:18-21.
[9] Colosenses 1:18-21; Efesios 4:4-7.
[10] Hechos 8:26-40.
[11] Romanos 11:33-34.
[12] Mateo 24:36; Marcos 13:32.
[13] Hebreos 4:12-16; Efesios 2:8-9.

© 2012 Josep Marc Laporta.

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6 comentarios:

  1. Marian09:59

    no puedo estar mas de acuerdo con ud. magistral exposición! un saludo desde san diego.

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  2. daniel s.10:05

    Sin duda que tiene toda la razón, la fe la hemos socialozado y la hemos convertido en un porrducto de coonsumo, evangelizando al por mayor y produciendo creyentes zombis. yo era uno de esos zombis que estban sometidos a una iglesia que nos sacaba ese dialogo personal con Dios del que habla. Ahora entiendo la fe revelada de manera personal, con el Padre, compartiendo con la iglesia y puedo ofrecer mucho más que antes, pq es mucho mas fuerte y profunda. Gloria a Dios.

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  3. Anónimo13:27

    me parece muy interesante estoy de acuerdo

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  4. lney15:51

    que buenooooo me gusto!!

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  5. Que puedo decir... estoy deacuerdo, ojala los cristianos pudieramos entender, y ponerlo en practica, bendiciones y grasias

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  6. Nieves14:03

    He disfrutado de la lectura. Me ha impactado eso de ""Socializar la fe colectiviza las conciencias. Y sin conciencia individual de pecado no hay salvación ni sucesivas transformaciones"" Que gran verdad y que poco atendemos a esa verdad en nuestras comunidades eclesiales.

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