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· El poder de la economía

© 2016 Josep Marc Laporta

 

Ya hace mucho tiempo que la riqueza de las naciones tenía un aspecto monolítico y monocolor en la vida de un país, siempre subordinada a su piramidal orden político bien establecido. Mandaban los poderosos, los reyes, los emperadores, los señores, quienes controlaban el estado hasta su último recodo, controlando también la propiedad y la producción. Normalmente la economía era consecuencia directa de ser señor y de mandar. El poder era tener, poseer y decidir sobre todos los mortales, súbditos, habitantes o vasallos, incluyendo todas sus pertenencias. Fue pasando el tiempo y poco a poco la actividad económica se convirtió, por sí misma, en una fuente de poder. Ya no era el rey, el señor o el noble el centro de la economía, sino que ésta se distanció del poder, al menos tal y como antes era conocida. Los mercaderes, artesanos, agricultores y todo hombre y mujer con deseos de superarse y mejorar se fueron emancipando. Accedieron a un cierto poder económico mediante el ingenio, la inventiva, la imaginación y el atrevimiento mercantilista, creando su propia riqueza.

Este largo proceso sociológico de emancipación de la economía, resumido en medio minuto, no dio, en consecuencia, un absoluto poder económico, entendido como ancestralmente se manifestaba, sino que la diversificación de la economía permitió un poder más compartido a todo individuo que manejara la economía de producción. Sin embargo, paralela y singularmente, la abundancia de riqueza permitiría aumentar unilateralmente la capacidad de poder de unos pocos. Es decir, el crecimiento económico y, especialmente, la administración exclusivista, acaparadora y pancista de ese crecimiento económico fue el eje donde los nuevos y modernos señores feudales obtendrían poder y autoridad económica y social. Las formas de ejercer el poder con la economía se diversificaron, creando riquezas especulativas y un capitalismo consumista, lo que dio lugar al poder económico por la misma economía, no por la riqueza productiva. Esto condujo, también, a un pensamiento erróneo de los terratenientes y caudillistas en cuanto a la riqueza de los estados. Se creyó que por obra y gracia de la madre naturaleza o por dádivas y subvenciones divinas los países tienen, por sí mismos, riqueza, cuando, en realidad, son los países y sus ciudadanos los que crean riqueza.[1]


La política moderna es un impulso reformador ante las históricas diferencias sociales y económicas. En esencia es un democrático intento de distribuir la desigualdad de la riqueza. Sin embargo, este postulado colisiona frontalmente con la realidad. El poder absolutista y economicista emerge de muchas fuentes: de la religión, de la industria armamentística, de la ciencia, de la cinematografía, de las multinacionales o de la misma política.

La religión es, muchas veces, un manantial de poder económico. Esto se puede comprobar con facilidad observando cómo actúan algunas de las principales denominaciones cristianas; y eso sin entrar en las religiones del Medio Oriente. El poder económico religioso, aunque en diferentes medidas y disposiciones, se convierte en una manera de controlar a los fieles, ya sea desde las promesas de un cielo abierto, de una existencia material más espléndida o de una vida cristiana más santa y pura. El devoto puede ser, socialmente, fácilmente controlado por una, en principio, inofensiva teología, que en su indecente aplicación esconde un poder económico pasivo que la convierte en una oligarquía de intereses.

La industria armamentística también es una fuente de poder económica, porque en sus manos está conquistar, destruir y construir, creando riqueza desde los interesados centros estratégicos y económicos del poder, aliándose impunemente con el narcotráfico y la trata de seres humanos. La ciencia es otro centro de poder económico, pues desde la investigación farmacéutica se puede decidir qué medicamento conviene a un segmento de población, cómo y cuándo, según sus beneficios crematísticos e intereses especulativos. La cinematografía también es otro centro de poder económico, porque tiene la capacidad de crear mitos de entretenimiento que generarán dóciles respuestas que, seguidamente, crearán más consumo y riqueza para sus creadores, completando un mágico círculo. Las multinacionales y las grandes empresas adyacentes al poder político son enormes y emergentes instituciones del poder económico globalizado, puesto que desde su retroalimentada potencia mercantilista son capaces de controlar todos los resortes del poder político, sometiéndolo a las necesidades de ellos mismos: los autollamados ‘benefactores de la creación de riqueza del país’.

Como enunciado, la política democrática es la pretensión sociopolítica de equilibrar la riqueza de un estado para una mejor convivencia y, consecuentemente, una mejor capacidad de creación de nueva riqueza para redistribuirla otra vez. Sin embargo esta pretensión inicial parece un espejismo. La política se convierte en centro de poder económico al decidir gregariamente mediante los partidos políticos qué inversiones convienen más a los particulares intereses de sus adeptos, acólitos o partidarios o, por lo general, a la oligarquía que conforman las cúpulas, que con los años se han ido estableciendo como un centro de poder fáctico, en realidad convertido en poder económico por los intereses que acumulan.

Pero este poder económico tiene en la especulación, en la bolsa o en el capital fantasma otra de sus garras. Es una actividad que no produce bienes o servicios, sino que consigue ganancias mediante la compra y venta de bienes, acciones, divisas, etc., jugando con la diferencia de precios y sus derivados financieros. La economía especulativa necesita de la producción de materias y servicios de otros para especular libremente sobre ellas, por no hablar de la gran cantidad de dinero que se mueve en mercados opacos y que proviene de las drogas, la industria armamentística, etc. La pujanza de este poder económico, que opera como un espectro, está asfixiando la libertad de mercado y creando más desigualdad, puesto que unos cuantos especulan mientas los demás producen. Por lo tanto, se puede afirmar sin temor a errar el tiro que la economía especulativa es la gran anfetamina del capitalismo.


La apuesta marxiana de la concepción unidireccional de la relación causa-efecto: el mito de que la política es, literalmente, una «superestructura» y la economía una «subestructura», aunque, realmente, es su estructura determinante, tiene su sentido desde un análisis sociológico del proceso capitalista y globalizador.[2] Karl Marx invirtió muchísimos esfuerzos para demostrar que, de hecho, el orden político y la política en general era una simple verruga de la economía. Definió que la política, el gobierno y el estado mismo se convertían, en manos del pensamiento liberalista, en meras superestructuras de la propiedad privada y del capital. La conjetura se ha hecho evidente, tanto en lo teórico como en lo empírico, en el análisis de nuestras supercapitalizadas sociedades.

Esta potente y compleja realidad especulativa de la economía respecto a la política democrática, que le es subsidiaria, nos lleva a pensar que el supuesto de que la economía de libre mercado esté fundada sobre el principio de la libre concurrencia y la iniciativa individual, es simplemente un gran campo de trabajo para los grandes poderes económicos. Este postulado toma más cuerpo si advertimos cómo el equilibrio planetario está en auténtico peligro, precisamente debido a la inmensa superproducción de base economicista, consumista y especulativa. Un característico y peculiar signo de nuestro tiempo es la posesión, acumulación y acaparamiento simbólico de productos y servicios, que ha llevado a nuestra especie a una inmutable[3] patología hedonista. La ceguera consumista ha enmascarado la percepción que el hombre y la mujer de nuestro siglo tiene del auténtico y salvaje poderío de las fuerzas económicas que dominan el planeta. Desde este desagradable punto de partida, tal vez se puedan vislumbrar algunas salidas.


© 2016 Josep Marc Laporta


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        [1] «Hay personas que creen que los países tienen riqueza. Y hay quienes creemos que los países creamos riqueza». Germà Bel (1963-), economista y político catalán.
        [2] El capital. Crítica de la economía política (en alemán, Das Kapital - Kritik der politischen Ökonomie), escrito entre 1861 y 1863 por Karl Marx (1818-1883).
        [3] ‘Inmutable’, en su más clara acepción de la imposibilidad de mutar, transformarse o cambiar.

2 comentarios:

  1. Maria de Corcabaca21:02

    Muy bonito este diseno. Mucho mejor que el otro no me gustaba. Y muy bueno el tema desnudandolo. Dios le bendiga.

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  2. Jordi N17:09

    Felicitats per l'article. Magistral.

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