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· Aquel pequeño hombre blanco


© 2015 Josep Marc Laporta

 

Muchas veces las fotografías nos engañan. Esta fue la conclusión a la que llegó el escritor italiano Riccardo Gazzaniga al descubrir estupefacto la trastienda de la historia.[1] El insumiso gesto de John Carlos y Tommie Smith tras ganar sus medallas en los 200 metros lisos de los Juegos Olímpicos de 1968 en la ciudad de México, no permitía contemplar toda la realidad.

Normalmente vemos esta foto como una poderosa imagen de dos hombres de color descalzos, con sus cabezas inclinadas y sus puños de guante negro al aire mientras suena el himno nacional de Estados Unidos. Pero el decisivo gesto de los deportistas, tomando partido por los derechos civiles de sus compatriotas afroamericanos precisamente en el mismo año del asesinato de Martin Luther King y Robert F. Kennedy, ofreció al mundo un explícito mensaje.[2]


Al mirar la fotografía más detenidamente se advierte en primer plano un hombre blanco, que por el lugar que ocupa en el podio revela que quedó segundo en la carrera de los 200 metros. Su presencia no dice nada. Más bien parece un extra, un actor de reparto, un atleta inmóvil totalmente ajeno al trascendente gesto de Carlos y Smith a sus espaldas. Pero el hombre blanco de la foto es, tal vez, el mayor héroe de aquella noche de 1968. Se llamaba Peter Norman, un corredor australiano que tras un largo sprint logró alcanzar a John Carlos y quedar segundo tras Tommie Smith.[3] 

 

Norman era un corredor prácticamente desconocido. Todos los espectadores se preguntaron qué hacía ese pequeño hombre blanco acelerando largamente hasta disputar en el último segundo la victoria a los dos experimentados velocistas de color. Norman corrió la carrera de su vida, mejorando su propio tiempo y terminándola en 20’06 segundos, un récord australiano que aún hoy, 47 años después, nadie ha superado. Sin embargo, el triunfo del medallista de oro, Tommie Smith, y la gesta de los dos compañeros de color con sus puños alzados en el podio, dejaron a Peter Norman fuera del centro de atención y en el más puro anonimato.

Pero algo importante y sin precedentes sucedió en la ceremonia de entrega de medallas. Smith y Carlos, los atletas de color, decidieron que mostrarían al mundo su lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en Norteamérica. La voz corrió por el parterre del estadio y Smith y Carlos empezaron a buscar complicidades y a maquinar su plan.

El segundo clasificado, Peter Norman, era un hombre blanco australiano, de un país que tenía rigurosas leyes sobre el apartheid, casi tan estrictas y racistas como las de Sudáfrica. En 1968, Australia vivía en medio de grandes tensiones y protestas en las calles por las restricciones a la inmigración no blanca y las leyes discriminatorias contra los pueblos aborígenes.

Los dos estadounidenses hablaron con Norman y le preguntaron si creía en los derechos humanos. El australiano dijo que sí. También le preguntaron si creía en Dios, a lo que Norman respondió que creía firmemente en Dios, comentándoles que en el pasado había estado sirviendo en el Ejército de Salvación. John Carlos recuerda con cariño aquella conversación: «Sabíamos que lo que íbamos a hacer iba a ser mucho mayor que cualquier hazaña atlética». Peter Norman les dijo: «Estaré de vuestra parte sin ninguna duda». Carlos explica lo que sintió en aquellos momentos: «La verdad es que yo esperaba ver miedo en los ojos de Norman. Pero en lugar de miedo vi amor». 

Tommie Smith y John Carlos decidieron recibir las medallas de primer y tercer puesto descalzos, en representación de la pobreza y discriminación a la que se enfrentaban las personas de color en su país. Para ello se pondrían los famosos guantes negros, símbolo de la causa de los Panteras Negras. Pero antes de subir al podio se dieron cuenta de que solo tenían un par de guantes negros. El australiano Peter Norman les sugirió: «Poneros solamente uno cada uno y así los dos podréis levantar el brazo». Smith y Carlos aceptaron la idea.

Pero el hombre blanco hizo algo más. «Creo en lo que vosotros defendéis. Todos nacemos iguales y con los mismos derechos. ¿Tenéis otro de esos para mí?», preguntó Norman indicando la insignia del Olympic Project for Human Rights que Carlos y Smith se habían puesto en el pecho para la ocasión: «Así también podré apoyar vuestra causa». Smith se quedó perplejo ante la solicitud de Norman: «¿Quién será este tipo blanco australiano? Ya ganó su medalla de plata y debería tener suficiente con ello». 

Sin embargo Smith no le pudo dejar ninguna insignia porque no tenía más. Pero un remero estadounidense blanco que estaba con ellos, Paul Hoffman, activista del Olympic Project for Human Rights, pensó sorprendido que si un australiano blanco pedía una insignia, como fuera debería tener una. Hoffman no dudó un momento: «Le di la única que tenía, la mía». 

Los tres velocistas salieron al parterre, subieron al podio y recibieron sus respectivas medallas. El resto de la historia quedó grabada para siempre en la fotografía, con los dos afroamericanos puño en alto. Posteriormente Peter Norman explicaría: «La verdad es que no pude ver lo que estaba sucediendo, pero supe que cumplieron sus planes cuando empezó a sonar el himno de Estados Unidos y de repente el fervoroso ambiente se desvaneció. El estadio quedó en absoluto silencio». 

Al acabar el acto, el jefe de la delegación estadounidense determinó que Smith y Carlos pagarían el resto de su vida por un gesto que nada tenía que ver con el deporte. Inmediatamente los dos atletas afroamericanos fueron apartados del equipo olímpico estadounidense, siendo expulsados de la Villa Olímpica, mientras que el remero Hoffman fue acusado de conspiración. Ya de vuelta a casa, dos de los hombres más rápidos del mundo se tuvieron que enfrentar a desprecios y acusaciones de todo tipo, además de ser espiados por el FBI y recibir amenazas de muerte.

 

Pero pasados unos pocos años, al final resultó que Carlos y Smith hicieron lo correcto y se convirtieron en unos auténticos campeones en la lucha por los derechos civiles y humanos. La imagen pública de los dos velocistas fue restaurada, participando de manera continua con el equipo estadounidense de atletismo. Sin embargo, en la estatua que erigieron en su memoria en el campus de la Universidad estatal de San José, Peter Norman no aparece. Su ausencia parece ser un feo epitafio a un héroe anónimo que nadie advirtió. Un atleta olvidado, borrado de la historia incluso en su propio país, Australia.

 

En los Juegos Olímpicos que cuatro años más tarde se celebraron en Munich, Alemania, Peter Norman fue apartado del equipo de velocistas australianos, a pesar de haber hecho tiempos de clasificación excelentes y marcas suficientes para tentar otra vez el triunfo. Pero Norman quedó totalmente arrinconado, por lo que tuvo que dejar el atletismo de competición, practicándolo solo a nivel amateur.

Por aquel simbólico acto, cómplice con los derechos humanos y con Carlos y Smith, Peter Norman fue relegado y totalmente olvidado en Australia, siendo considerado un extraño, abandonado en su propia familia y sin prácticamente opciones de encontrar un trabajo digno. Durante un tiempo ejerció como profesor de gimnasia, sin embargo, al intentar jugar al fútbol australiano profesional, una lesión mal curada en el tendón de Aquiles le produjo una cangrena y estuvo a punto de perder la pierna, lo que le llevó directamente a la adición de los calmantes que le recetaban, a la depresión y al alcoholismo. Luego se recuperó y empezó a militar en el sindicalismo y trabajó en una carnicería.

Durante años Norman solo se salvó a sí mismo ante el desprestigio y el descrédito público. Desde los poderes gubernamentales le instaron a condenar la actitud de sus compañeros de carrera a cambio del indulto y la redención pública. Pero para aquel pequeño hombre blanco era más importante la verdad de su acción que todo un país en su contra. El perdón le habría permitido tener un empleo estable en el Comité Olímpico australiano. Cuando se anunció que Australia organizaría los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, se ilusionó en que lo incluyeran en los festejos, pero los organizadores invitaron a todos los medallistas olímpicos australianos a desfilar el día de la inauguración, sin embargo, a Norman no solo le excluyeron del desfile: ni siquiera le dieron entradas para ir al estadio. Pero Norman nunca se rindió y nunca reprobó la actitud de sus dos compañeros estadounidenses. Y el sistema le condenó indefectiblemente al ostracismo.

Peter Norman fue el mejor velocista australiano de la historia y el titular perpetuo de la marca de los 200 metros lisos, aún sin superar. Al no ser invitado a los Juegos Olímpicos de Sydney, el Comité Olímpico estadounidense, al enterarse de la racial discriminación, le pidió que se uniera al grupo en la fiesta de cumpleaños del campeón olímpico Michael Johnson, a quien Norman consideraba un héroe y un modelo a seguir. Fue un pequeño oasis en medio de un permanente destierro en su propio país y exclusión de los Juegos Olímpicos de Sydney.


Norman murió repentinamente de un ataque al corazón en 2006, sin que su país nunca le hubiera pedido disculpas por el desprecio y la indolente actitud que tuvo hacia él. En su funeral, Tommie Smith y John Carlos, los amigos de Norman en 1968, aunque nunca más se habían podido reencontrar, viajaron hasta Australia siendo los portadores del féretro, levantándolo como un héroe mientras sonaba Carros de Fuego.

«Peter fue un solitario soldado. Conscientemente eligió ser un chivo expiatorio en nombre de los derechos humanos. En Australia no hay nadie más que él que se deba honrar, reconocer y apreciar», dijo John Carlos. «Norman pagó un precio muy alto con su elección», explicó Tommie Smith, «solamente fue un simple gesto para ayudarnos, y esa fue su lucha. Él era un hombre blanco; un hombre blanco australiano entre dos hombres de color, de pie en el momento de la auténtica victoria, todo en nombre de una misma causa». A partir de ese día, el 9 de octubre, el día del funeral de Norman, para la federación estadounidense es el día de Norman.


Seis años después de su muerte, en el año 2012, el Parlamento australiano aprobó una moción para pedir oficialmente disculpas a Peter Norman.[4] Una declaración que llegó demasiado tarde.

 

La lucha en favor de los derechos civiles y la dignidad de todos los seres humanos es tan dura e incomprendida como la lucha sin recompensa de tantos y tantos hombres y mujeres de color y de otros, como Peter Norman. Y tan dolorosa como toda una vida entregada a un ideal tan grande como la fe que movió a aquel pequeño atleta blanco australiano a creer en el hombre y, también, a creer a Dios.


© 2015 Josep Marc Laporta

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     [1] Mediante un antiguo artículo del periodista de deportes italiano Gianni Mura, el escritor Riccardo Gazzaniga rescató los detalles más significativos y trascendentes de la vida del velocista australiano Peter Norman. 
     [2] El año 1968 es recordado por varias razones: la guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King y Robert F. Kennedy, Black Power y los Panteras Negras, el movimiento Hippy, Peace&Love, Biafra, la primavera de Praga, el mayo francés y el recuerdo de la muerte de Ernesto Guevara.
     [3] Enlace al vídeo del final de la carrera de los 200 metros en las Olimpíadas de México'68: https://www.youtube.com/watch?v=--lzACn0aZ8  
     [4] This House “recognises the extraordinary athletic achievements of the late Peter Norman, who won the silver medal in the 200 meters sprint running event at the 1968 Mexico City Olympics, in a time of 20.06 seconds, which still stands as the Australian record”.
“Acknowledges the bravery of Peter Norman in donning an Olympic Project for Human Rights badge on the podium, in solidarity with African-American athletes Tommie Smith and John Carlos, who gave the ‘black power’ salute”.
“Apologies to Peter Norman for the wrong done by Australia in failing to send him to the 1972 Munich Olympics, despite repeatedly qualifying; and belatedly recognises the powerful role that Peter Norman played in furthering racial equality”.
However, perhaps, the words that remind us best of Peter Norman are simply his own words when describing the reasons for his gesture, in the documentary film “Salute,” written, directed and produced by his nephew Matt.
“I couldn’t see why a black man couldn’t drink the same water from a water fountain, take the same bus or go to the same school as a white man.
There was a social injustice that I couldn’t do anything about from where I was, but I certainly hated it.
It has been said that sharing my silver medal with that incident on the victory dais detracted from my performance.
On the contrary.
I have to confess, I was rather proud to be part of it”.

3 comentarios:

  1. Anónimo07:37

    Y después de todo lo juzgamos por ser alcoholico.... Dios mío

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  2. Martha07:41

    Se me pusieron los vellos de punta. Que bonita historia tan llena de significado.Pero la lucha continua . no hay nada en el mundo que no tenga que ser doblado por la libertad del ser humano.

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  3. Jaco07:21

    Quiero creer que esta historia hara que muchos se impliquen masn en la lucha contra toda segregación humana , sea de donde sea y de quien venga. Sabemos que todavia estamos lejos de nuestros ideales como especie humana y muchas de nuestras victorias son gracias a personas que implicaron.

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